Dolor y gloria (2019): radiografía de un cineasta
Escrito por Carlos Fernández Castro el 19/5/19 • En la Categoría Cine moderno,Críticas de cine,2019
Nota: 8,5
Dirección: Pedro Almodóvar
Guion: Pedro Almodóvar
Reparto: Antonio Banderas, Asier Etxeandia, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano, Nora Navas, Asier Flores
Fotografía: José Luis Alcaine
Duración: 108 Min.
Más allá de su incuestionable potencial didáctico, el cine puede aspirar a una gran variedad de metas: desde realizar una denuncia social hasta entretener; desde abrir debates sobre temas de actualidad hasta recrear una determinada época. Todas ellas destinadas a satisfacer las demandas del espectador. Sin embargo, no siempre es así. En ocasiones, las películas son auténticas terapias orientadas al tratamiento psicológico de su propio director, ya sea para combatir demonios interiores, cicatrizar heridas del pasado o canalizar sus más íntimas obsesiones.
Es bien sabido que Pedro Almodóvar nunca se ha escondido detrás de sus películas. Por el contrario, éstas siempre han sido un escaparate distorsionado de sus entrañas. A lo largo de sus trabajos, el manchego ha ofrecido una visita guiada por ciertos rincones de su interior, aprovechando la excusa de determinadas situaciones, aspectos de la personalidad de sus personajes, circunstancias vitales de sus protagonistas… Sin embargo, en numerosos pasajes de Dolor y gloria ni siquiera es necesario el decodificador para separar la realidad de la ficción.
Con este nuevo trabajo Almodóvar teje un tapiz en el que la vida y el cine se confunden en uno. A estas alturas de su carrera da la impresión de que el director quisiera saldar cuentas con el pasado e iniciar un nuevo capítulo en su devenir existencial y en su filmografía, exactamente igual que Salvador (Antonio Banderas). Para ello, recurre más que nunca a experiencias, lamentos y dolencias personales: la última época que vivió con su madre, recuerdos de una infancia feliz, las heridas de un antiguo amor, un rencor esperando a ser perdonado, vivencias de antaño que llevan décadas reclamando un desenlace…
Pero del mismo modo que el director vuelca sus entrañas en cada fotograma de esta película, también recurre al componente cerebral que ha distinguido su última etapa. Cada maniobra de guión, a cual más elegante y precisa, es respondida por una nueva confesión. El equilibrio resultante es prodigioso, porque huele a verdad y demuestra un dominio asombroso en las formas de escritura y dirección. Cada transición entre los tres tiempos que componen la narración fluye con naturalidad enlazando ideas, imágenes, momentos vitales…
Y como ya ocurría en Los abrazos rotos o en Átame, por señalar dos ejemplos, el desempeño profesional se infiltra en el arte y el cine demuestra su milagrosa capacidad para representar y recrear sentimientos que vivían encerrados en la memoria individual y ahora forman parte del imaginario colectivo. Dolor y gloria viene a confirmar la capacidad del arte para conectar y conciliar el pasado con el presente, tanto dentro como fuera de sus fronteras: la vida proyecta sus anhelos en la película, de manera que la película pueda propiciar el nuevo inicio de esa misma vida.
La vampirización está servida. Y dentro de este ejercicio de retroalimentación, el cine demuestra que puede servirse del cine (atención a ese magistral desenlace), e incluso del teatro o de cualquier otro tipo de arte (la manera de gestionar el reencuentro entre Salvador y Federico), para hilvanar un guión tan complejo y sofisticado como el que firma Almodóvar y posibilitar la expresión de unos sentimientos que, de otro modo, no hubiesen encontrado un mejor catalizador. Después de este borrón y cuenta nueva, de esta confesión delante de todo su público, de este ejercicio de autocrítica y redención ¿qué nos deparará el próximo film de Pedro?
Carlos Fernández Castro