Dobles vidas (Doubles Vies, 2018)
Nota: 7,5
Dirección: Olivier Assayas
Guion: Olivier Assayas
Reparto: Juliette Binoche, Guillaume Canet, Vincent Macaigne, Olivia Ross, Christa Theret, Antoine Reinartz, Pascal Greggory, Violaine Gillibert, Nora Hamzawi
Fotografía: Yorick Le Saux
Duración: 107 Min.
Hay directores que encuentran su camino en el alambre y prescinden de una red de seguridad. No se vinculan a un género, cambian el tono y el tempo de su cine cada cierto tiempo, indistintamente desequilibran el peso de sus películas en favor de la imagen o del diálogo, alternan lo espiritual y lo terrenal… Pero el estilo permanece y las inquietudes también. Después de dos obras introvertidas en las que la atmósfera cobraba un protagonismo absoluto, Olivier Assayas se decanta por su versión más expresiva y retórica, la más intelectual, para exponer sin cortapisas sus preocupaciones más acuciantes.
Dobles vidas es una serie de respuestas a varias preguntas que plantean nuevas dudas. En resumidas cuentas, es un círculo vicioso de incertidumbre que parece responder a esas inquietudes para las que el director no encuentra solución. ¿Cuál es el futuro del arte en la era digital? ¿Como condiciona el éxito comercial a la creación artística? ¿Hasta qué punto está un artista legitimado a inspirarse en sus vivencias para crear? ¿Cómo se mantiene una pareja cuando se acaba la pasión, perdura el amor y el deseo reclama su atención a través de terceras personas?
Tantos interrogantes exigen una verborrea que no hacía acto de presencia en Personal Shopper (2014) o Viaje a Sils Maria (2016). Encontramos en esta película a un Assayas menos visual y menos sensitivo, pero igualmente filosófico, que vuelca su discurso hacia lo terrenal y emplea el diálogo como principal medio de expresión. Como consecuencia de ello, el ritmo que impone el director francés en algunos de los pasajes de Dobles vidas es frenético e incluso difícil de seguir por la densidad de su contenido. Incluso en los momentos de intimidad entre los personajes, las ideas fluyen con un vigor incontenible.
Sin embargo, se trata del mismo Assayas de siempre en el empleo de los fundidos a negro para puntuar las fases de su narración, en esos travelling atentos al detalle que describen la mirada de un personaje o trasladan la atención del espectador, en sus reflexiones sobre la esencia del arte y en el enfoque humanista de su guión. A través de un reparto más numeroso que en sus obras precedentes, regresa al tono coral de películas como Las horas del verano (2008) o Irma Vep (1996), sin perder la intimidad de esos planos de dos personajes que le permiten alternar los numerosos temas de su nueva película.
Sin mirar necesariamente su ombligo, Assayas expone sus teorías haciendo gala de esa cinefilia que siempre ha estado presente en su cine. En esta ocasión, se permite frivolidades con La cinta blanca (Michael Haneke) de fondo, remite a Los comulgantes (Ingmar Bergman) para hablar sobre la repercusión de las nuevas tecnologías en la distribución literaria y menciona La amenaza fantasma no sin cierto sarcasmo contextual. Incluso lanza reflexiones al aire que podrían ser aplicadas a obras tan actuales como Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar, y que perpetúan el eco de trabajos tan personales como Desmontando a Harry. Esta última resonancia parece más que pertinente si observamos el estilo de los diálogos corales en Dobles vidas, así como la construcción de Leonard Spiegel, uno de los protagonistas, interpretado brillantemente por Vincent Macaigne y no tan alejado de los alter ego que Woody Allen suele utilizar en sus películas.
Si bien no es la obra más satisfactoria del cineasta galo, sí muestra a un autor en la cima de su talento, capaz de mudar la piel a su antojo manteniendo su propia identidad. Un Assayas tan reflexivo como juguetón. En resumidas cuentas, Dobles vidas es una película que mira a los ojos del presente y describe un punto de inflexión en el que el arte no acaba de abandonar el pasado para formalizar su relación con un futuro preñado de incertidumbre.
Carlos Fernández Castro