Dallas Buyers Club (2013)
Nota: 7,5
Dirección: Jean-Marc Vallée
Guión: Graig Borten, Melissa Wallack
Reparto: Matthew McConaughey, Jared Leto, Jennifer Garner, Steve Zahn, Dallas Roberts, Griffin Dune
Fotografía: Yves Belánger
Duración: 117 Min.
Tras haber pasado todo el elenco de nominadas por taquilla y una vez conocidos los laureados en la pasada edición de los Oscar, todavía queda hacer los deberes con la atractiva Dallas Buyers Club, un estreno de lo más jugoso sobre todo por comprobar (por desgracia este va a ser el reclamo) si realmente Matthew McConaughey es digno del honor de haber levantado la estatuilla junto a su compañero Jared Leto. He de confesar que tras el primer visionado de El lobo de Wall Street se me hizo difícil pensar que Leonardo DiCaprio no ganaría el Oscar de una vez por todas. Quizás por mi profesa debilidad hacia Martin Scorsese, o por sumarme inconscientemente a ese ruido sordo que hacía merecedor del premio a su actor fetiche por mera sucesión de nominaciones. Claro está, no había visto Nebraska –con un Bruce Dern pletórico- ni la protagonista de este texto, que aunque a algunos le pese merece el reconocimiento obtenido por sus sendas interpretaciones masculinas.
La estrella del momento ha dado un golpe en la mesa demostrando que los papeles de musculitos y caras guapas no deben encasillar a ningún actor si este es capaz de acariciar el factor más humano cuando un buen guión lo precisa. Esta historia de supervivencia está a años luz del narcisismo cosechado en El imperio del fuego, Sahara y otras obras del montón que interpretó hasta alcanzar la reciente madurez de Mud y True Detective. Es un drama concebido para ser digerido en pequeñas cucharadas, para hacernos reflexionar sobre la fugacidad de la vida cuando los cables se tuercen y también sobre los cánones e instituciones que nos manipulan sin darnos cuenta.
Dicho esto cabe dejar claro que Dallas Buyers Club no es sencillamente una película sobre un enfermo de sida, sino sobre la enfermedad en sí en un momento en el que la incertidumbre fue incluso más peligrosa que el propio virus. Si de algo nos dejó huérfanos Philadelphia fue de transmitirnos algo más que pena por Tom Hanks durante las dos horas que duraba el hachazo. Faltaba ahondar en la problemática más allá de juzgados y hospitales, hacer hincapié en la lucha personal. No había poso. La obra de Jean-Marc Vallée deja la rendición a un lado para narrar la historia real de un cowboy que luchó contra las soluciones paliativas y experimentales de doctores parcos de métodos, un tipo que decidió levantarse de la camilla e indagar por su cuenta sobre una enfermedad que se le presentaba terminal.
Irónicamente la afección le hace cambiar como persona, le ayuda a valorar todo aquello de lo que se mofaba cuando la testosterona ahogaba a las neuronas entre gazpachos de cocaína, prostitutas y alcohol. El filme tira de las raíces de una clase de cine social que podemos encontrar en ámbitos europeos como la Rumanía de Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días), la Bélgica de los hermanos Dardenne (Rosetta) o la Gran Bretaña de Danny Boyle (Trainspotting), así como en indies norteamericanas como Drugstore Cowboy o Buffalo ’66.
Bebe de historias en las que la exclusión social no da lugar al discurso más puramente trágico y donde la búsqueda de soluciones fulmina la pesadumbre esperada del argumento. También es, ante todo, un jarro de agua fría vertido sobre una maquinaria sanitaria cuyo motor reside en reuniones a puerta cerrada, en firmas que llegan a autorizar tratamientos experimentales en función de su rentabilidad, sin asumir consecuencias a largo plazo e ignorando investigación extranjera por mero orgullo y suficiencia. No demoniza sin embargo a los médicos que aplican fórmulas como fue la AZT ante una enfermedad tristemente incurable, más bien los presenta mezquinos y causales de la propia mentalidad conservadora que hace funcionar ese sistema regido por actores privados, el mismo que Michael Moore se atrevió a exponer en el documental Sicko. Jennifer Garner es el nexo entre paciente y ‘sistema’, así como el ingrediente humano capaz de restar tamaño a la hipérbole que ceba al relato en los momentos más duros.
Ese equilibrio de personajes fluye a medida que McConaughey y el también seropositivo que interpreta Jared Leto se van transformando en los ángeles caídos que pretende el guión. Son enfermos repudiados por una sociedad dominada por un miedo que ellos ya han perdido, muertos vivientes que alargan las horas en pensiones donde consumen y trafican las pastillas -vitaminas- que el hospital no les suministra. De este modo combaten al poderoso tándem sanidad/política mientras renuncian a perecer en vano.
La lección de vida que transmiten estos nómadas recuerda a las barracas de feria de la serie Carnivàle, en la que una multitud de personajes marginales (marginados) viven su estrafalaria existencia alejados de la misma sociedad que solo les observa para asomarse al horror y murmurar entre dientes. Ambos títulos presentan ecosistemas baldíos donde la escasez de medios comulga con el resquicio de esperanza que les permite seguir sonriendo entre bambalinas. Todo resulta por tanto una fuerte inyección de moralina que sin embargo no sobrecarga los nervios del espectador, más bien le hace asistir sereno al estoico renacer de un vaquero que jamás se quitó las botas.
Manu Sueiro