Martin Eden (2020): los mundos mutantes de Jack London
Ha sido bien recibida la producción italiana Martin Eden—segundo largo de Pietro Marcello— y uno se complace de que un relato con más de cien años tenga actualidad y siga interesando a otras generaciones, pues ello (de)muestra la vocación intemporal de historias inmortales, de la gran literatura. La novela Martin Eden, publicada por Jack London en 1909, ha conocido una versión temprana en 1914, un clásico de Hollywood de 1942 aquí estrenado como El barco de la muerte, con Glenn Ford encabezando el reparto,y una serie italogermana de cinco episodios en 1979.
No es de extrañar la actualidad del escritor californiano, maestro de aventuras y de intrigas con valores alegóricos, que ha sido llevado al cine en numerosas ocasiones, particularmente sus novelas Colmillo blanco, El lobo de mar y La llamada de lo salvaje; el lector tiene memoria reciente de la serie española Los favoritos de Midas donde Mateo Gil sacaba partido a Luis Tosar y al resto de los espléndidos intérpretes.
Marcello lleva a su región natal la novela de London y la ambienta en unos indeterminados años 50-60. El relato cinematográfico es un híbrido que juega con códigos diversos, tanto de género (drama social, aventura, romance, crónica de desigualdades, introspección existencialista…) como de la propia forma fílmica, yuxtaponiendo a la ficción imágenes de archivo y reconstrucciones que simulan ficciones y no ficciones antiguas. El espacio es la ciudad de Nápoles y su entorno marítimo y la época central de los sesenta se combina con imágenes de décadas anteriores donde aún existen barcos de vela y estilos de vida de la alta burguesía con nostalgia palaciega, y al final la historia retrocede al inicio de la II Guerra Mundial. Como observa Carlos Losilla (“Caimán”, núm. 99, dic. 2020), «la suma de imágenes, cortes, falsos raccords y música o canciones acaban creando un tiempo sin tiempo, un espacio mítico».
Así las cosas, el espectador se ve invitado a una curiosa tensión de cercanía / distancia: le aproxima la figura del Martin Eden, soñador y voluntarioso joven con vocación de escritor que trata de sobreponerse a la miseria. Pero le distancia esa forma y ambientación donde se solapan tiempos hasta trascender la época precisa que, aunque otorga un halo poético al relato, dificulta sobremanera nuestra identificación.
El arriba firmante ha de confesar el error de ver esta película de Pietro Marcello con la memoria demasiado fresca del texto de Jack London, lo que me ha llevado a ver en la película las pérdidas e incoherencia de una adaptación que es, sobre todo, traslación de la historia a otras coordenadas espaciotemporales. De los sucesos narrados en la película se echa en falta mayor hincapié en la vida de pobreza extrema de Martin Eden soportada en aras de su vocación literaria, ciertamente insobornable, y el cambio radical que experimenta cuando logra publicar sus relatos y sus novelas; tampoco la historia de amor tiene en pantalla la fuerza del texto literario y el desenlace trágico de la novela resulta ambiguo y hasta dulcificado en el filme. Pero esto no es lo decisivo: cualquier adaptación de una novela nos puede defraudar, aunque solo sea por cómo el lector se imagina a los personajes o los lugares.
Lo decisivo es la opción de cambiar la California de finales del XIX por la costa italiana de seis o siete décadas después. Ni el espacio ni el tiempo son los mismos: el Martin Eden de la novela vive en un entorno clasista, donde no existe la escuela obligatoria ni la alfabetización es universal, los grupos socialistas que propician una revolución desempeñan un rol político marginal y soportan la desconfianza de la sociedad biempensante. Influido por el evolucionismo de Herbert Spencer y el individualismo elitista de Nietzsche, el protagonista se declara contrario al igualitarismo socialista y formula ideales próximos al darwinismo social y a la aristocracia de la inteligencia, pero carece de ideas políticas precisas. Se explica que Eden busque en la joven Ruth no sólo un amor, sino la ocasión de adquirir la cultura necesaria para el escritor que está llamado a ser.
Por el contrario, la Italia de los 60 tiene escuela obligatoria, un sector contestatario importante en la cultura y el partido comunista más votado de Europa Occidental. No parece que en ese contexto, con centros cívicos y escuelas alternativas, la burguesía decadente sea paradigma de la cultura exquisita que postula Martin, como tampoco en esa época que ya ha conocido la implantación de regímenes comunistas y hay revoluciones en marcha en países del Tercer Mundo es de recibo el discurso que pronuncia Eden en el local de izquierdistas decorado en rojo. Por ello, el Martin Eden idealista y luchador de la novela parece haber devenido en antihéroe existencialista defraudado por el contexto de los 60, de profundos cambios sociales. Más aún, quizá lo más apropiado sería ver en él una figura intemporal, prototipo de “outsider”, sujeto incómodo en su medio social, inconformista desubicado.
La novela es, hasta cierto punto, autobiográfica: Jack London proyecta en su Martin Eden historias personales y ataca el individualismo de su época, pero fundamentalmente es una novela que deja clara la marginación del proletariado del XIX con la penosa situación de trabajo, vivienda, alimentación y vestido, lo que da lugar a los incipientes y diversos grupos e ideas de marxistas, socialistas utópicos, anarquistas… en contraste con una clase acomodada con rituales de cultura conservadora. Y se subraya la lucha de Eden por realizar su vocación de escritor incluso por encima de la conveniencia de un matrimonio que le otorgaría estabilidad económica.
Es legítima la lectura de London que lleva a cabo el cineasta italiano, pero los cambios de espacio y tiempo indicados en novela y película llevan, en definitiva, a contraponer dos mundos muy diferentes, lo que impide prácticamente identificar al Martin Eden de ambos. Es el problema radical en el permanente debate sobre las adaptaciones literarias al cine: se puede “actualizar” una historia, pero si se traslada de un mundo a otro con distintos modos de vida, condiciones de trabajo, valores morales, estratos sociales, ideas políticas, consideración del matrimonio y otras instituciones, prácticas culturales… el trasfondo de la historia puede quedar anacrónico o, peor aún, sufrir una desfiguración radical.
Cuando se plantea contar ahora una historia del XIX la primera pregunta es qué hay en el pasado que nos interese a los ciudadanos del siglo XXI; ello es así porque, como se sabe, todo cine histórico habla del presente. Y me temo que Pietro Marcello no ha resuelto bien esta cuestión: si hubiera situado su acción en el tiempo —y el “mundo”— de Jack London su “Martin Eden” mantendría el valor modélico de la lucha del proletario por una sociedad más justa y de una literatura genuina que lo reflejase. Una dificultad similar —aunque con una resolución mucho más convincente— tuvo Pilar Miró al ubicar en Cantabria en Werther (1986) su particular visión de Las desventuras del joven Werther que Goethe escribió dos siglos atrás en un mundo con otras convicciones y valores.
José Luis Sánchez Noriega