Colossal (2016)
Nota: 7,5
Dirección: Nacho Vigalondo
Guión: Nacho Vigalondo
Reparto: Anne Hathaway, Jason Sudeikis, Dan Stevens, Tim Blake Nelson, Austin Stowell, Agam Darshi
Fotografía: Eric Kress
Duración: 109 Min.
Si después de dos milenios la literatura sigue siendo un arte esencial en la vida del ser humano, es porque a lo largo de su existencia un puñado de escritores se han devanado los sesos para reinventarla de todas las maneras posibles. Por esa misma razón, extraña leer a quienes certifican la muerte del cine, un recién nacido de ciento y pico años, como si de un hecho consumado se tratara. Del mismo modo que hay libros merecedores de una buena siesta, hay películas que se limitan a repetir formulas de eficacia probada sin aportar ápice de autenticidad. Pero siempre han existido exploradores cinematográficos que han arriesgado lo suficiente como para confirmar la existencia de territorios vírgenes en los dominios del séptimo arte.
Y no es que Colossal proponga temáticas especialmente novedosas. En las últimas décadas centenares de películas han abordado la responsabilidad, la falta de autoestima, los traumas infantiles y todo tipo de adicciones, pero ninguna (corríjanme si me equivoco) lo ha hecho de un modo tan peculiar. A partir de una ficción completamemte disparatada Nacho Vigalondo construye la base que sostendrá su discurso: cada vez que la protagonista entra en un parque infantil de su ciudad natal, a la que acaba de regresar tras una ruptura sentimental, un monstruo reproduce sus movimientos en la capital de Corea del Sur (WTF) provocando el caos mas absoluto. Al principio no es consciente de las consecuencias de sus actos. Cuando lo descubre, surgen nuevas preocupaciones que no dependen tanto de ella como de un viejo amigo para el que ha empezado a trabajar y que parece cortejarla desde su reencuentro.
Aparentemente, semejante premisa podría resolverse de un plumazo, pero la creatividad del cineasta español plantea un revés argumental que otorga una nueva dimensión dramática a la narración. En este sentido, la hibridación y a la alternancia de géneros cumplen una labor fundamental: el drama personal deja paso a la ciencia ficción tras haber coqueteado con el cine social y estar en permanente contacto con la comedia. Como ya ocurría en Extraterrestre (2011), Vigalondo retoma el macguffin para expresar sus verdaderas preocupaciones. Los monstruos son lo de menos, lo que importan son los sentimientos humanos. Y lo hace con tal sutileza que la maniobra jamás resulta pretenciosa o dogmática.
A la potencia visual de sus encuadres y al dinamismo de la puesta en escena Colossal incorpora el absurdo de una propuesta que permite licencias narrativas y situaciones impensables en una película realista. Es la manera mediante la que Vigalondo ofrece un novedoso punto de vista en el tratamiento de cuestiones recurrentes y exagera el concepto de responsabilidad, anteriormente mencionado, para forzar la reflexión y atacar la mente del espectador con una mayor contundencia. No contento con ello, el director deja entrever un interesante subtexto que no complacerá a los secuaces de Trump: mientras la televisión retransmite las irrupciones del monstruo en la Seoul urbana, los americanos se reúnen en los bares como si estuvieran presenciando una nueva jornada de la NFL, sin percatarse de que, una vez más, su todopoderoso país es el causante de un mal ajeno.
Pero escribir sobre Colossal es hacerlo también sobre la necesidad de pasar por alto sus lagunas de guión para poder disfrutar su atrevida propuesta. Cuando Vigalondo decide explicar el origen de la relación entre los monstruos y sus protagonistas, algo que podría haber dejado en la penumbra argumental, no resulta convincente; así como tampoco lo resulta a la hora de pulir la motivación de algunos personajes. La gravedad de estos problemas dependerá de que el espectador acepte las reglas del juego o rechace las peculiaridades de esta ciencia-ficción «made in Vigalondo». Para quien suscribe está crítica, Colossal es una nueva joya a engastar en la corona de un cineasta único en el panorama cinematográfico español.
Carlos Fernández Castro