Caras y lugares (Visages Villages, 2017)
Nota: 8
Dirección: Agnès Varda
Guión: Agnès Varda
Reparto: Documental, Jean-Luc Godard, JR, Laurent Levesque, Agnès Varda
Fotografía: Roberto De Angelis, Claire Duguet, Julia Fabry, Nicolas Guicheteau, Romain Le Bonniec, Raphaël Minnesota, Valentin Vignet
Duración: 90 Min.
En el mismo mes que alcanza la envidiada longevidad de 90 años plenos de ilusiones y curiosidad, se estrena la última película de Agnès Varda, cineasta de larga carrera en el tiempo -debuta tras la cámara en 1955- aunque de filmografía muy selecta y dispar, más decantada hacia el documental y las piezas no comerciales que hacia el cine de ficción al uso. Feminista de primera hora, convincente renovadora de la Nouvelle Vague (se cita siempre Cléo de 5 a 7 como ejemplo de relato en tiempo real), el cine de Varda posee la autenticidad y el encanto de la mirada, siempre curiosa y dispuesta a ver el mundo como si fuese la primera vez.
Tan fotógrafa como cineasta -¡hasta tenía su domicilio en la parisina calle Daguerre!- hace de la cámara casi un órgano humano, un apéndice con que ver, conocer y sentir más y mejor la realidad. A veces, encontrando en ella lo que pasa desapercibido si no miramos a través del visor fotográfico, que permite seleccionar y descubrir detalles, explorar con la mirada y trazar recorridos inéditos o establecer nuevas relaciones entre los objetos vistos; otras, porque se actúa sobre la realidad desde la fantasía y la cámara sirve como mecanismo para proyectar nuestra imaginación.
Varda aparece en sus documentales con la cámara en mano y va comentando lo que ve o lo que le sucede. No busca lo extraordinario ni “grandes acontecimientos” o personajes que pasarán a la Historia; más bien indaga en la vida cotidiana y se queda fascinada por el gato que nos mira cuando le miramos… Con la obra maestra Los espigadores y la espigadora (2000) demuestra cómo la basura puede albergar el arte y la poesía: basta una mirada humanizante y ternura hacia la gente. Porque Varda es una cineasta –una artista, en todo el sentido radical de la palabra- que carece de toda pose y de toda impostura, de ahí que nos cautive desde el primer momento.
Lo hace en estas Caras y lugares viajando en compañía del artista callejero JR en una furgoneta-laboratorio por pequeños pueblos y haciendo fotos de la gente que son ampliadas a un tamaño gigante y pegadas como murales. Es decir, mira la realidad, la fotografía y la imagen conseguida se incorpora a esa misma realidad con el propósito de visibilizarla y dignificarla (trabajadores de la fábrica de ácido clorhídrico, esposas de los estibadores), homenajearla (última habitante de una barriada en un pueblo minero) o evitar que pase desapercibida (camarera, pueblo abandonado a medio terminar). Se buscan lugares pero en ellos se seleccionan personas: este es el presupuesto básico de la humanista Varda. Fotografíar a la persona elegida implica otorgarle protagonismo, subrayar su preeminencia en ese espacio de trabajo o en ese lugar olvidado del mundo. Esa estima hacia seres anónimos se amplifica con la hipérbole de la foto en papel sobre los muros. En una ocasión no son las personas, sino las cabras, en una denuncia de la búsqueda de productividad a cualquier precio.
El final de esta búsqueda, de un viaje por la Francia de provincias que es homenaje y descubrimiento, termina con el fracaso de la cita que Agnès Varda había concertado con Jean-Luc Godard. Un final que equilibra la mirada ingenua y fascinada, dominante hasta ese momento, y nos hace aterrizar en la realidad de los seres humanos siempre deficitarios.
José Luis Sánchez Noriega