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Café de Flore (2011)

Nota: 8

Dirección: Jean-Marc Vallée

Guión: Jean-Marc Vallée

Reparto: Kevin Parent, Vanessa Paradis, Hélène Florent, Evelyne Brochu

Fotografía: Pierre Cottereau

Duración: 120 Min.

La nueva película Jean-Marc Vallée es una obra tremendamente arriesgada que mezcla géneros de una manera sorprendente y reincide en los temas predilectos del cineasta canadiense: la familia, la marginación y las relaciones afectivas. En esta ocasión, el director de “C.R.A.Z.Y.” va más allá; no se contenta con abordar los complejos problemas derivados de una familia disfuncional, que ya de por sí dan bastante juego, sino que los combina con elementos que a priori no deberían encajar fácilmente en este puzzle llamado «Café de Flore«.

Hablar de la última creación de Vallée sin desvelar sus claves no es tarea fácil, ya que basa parte de su impacto en un sorprendente punto de inflexión que el espectador espera durante gran parte de su metraje, pero que no da la cara hasta bastante avanzado el mismo. El director juega sus cartas sabiamente, con la confianza de quien sabe que no va a defraudar las altas expectativas que genera la película hasta ese momento.

«Café de Flore» no aborda los típicos problemas que solemos presenciar en filmes románticos o dramas familiares; tampoco utiliza los recursos que caracterizan al thriller clásico. Antoine (Kevin Parent) vive con su novia Rose (Evelyne Brochu), a la que ama apasionadamente; a su vez, comparte la custodia de sus dos hijas con su ex-mujer Carole (Hélène Florent), con la que mantiene una relación cordial; tiene una vida aparentemente ideal, pero no encuentra la paz espiritual después de su divorcio.

Ante una situación como la comentada en líneas superiores, el cineasta canadiense aporta una visión muy interesante sobre cómo el ser humano afronta determinadas situaciones traumáticas. Vallée sitúa brillantemente al espectador en el mapa emocional del corazón de sus protagonistas a través de diversas pinceladas sobre su vida en común, tanto en su época de adolescentes como en su matrimonio; de esta manera entendemos la relación tan especial que siempre tuvieron los Antoine y Carole.

Resulta inevitable reflexionar acerca del sentimiento de culpabilidad de Antoine al creer que ha fallado a la persona para la que supuestamente estaba predestinado, y al haber encontrado un nuevo amor que le llena como nunca pensó que lo haría alguien que no fuera Carole. Antoine no parece digerir esa segunda oportunidad caída del cielo y de la que no se siente merecedor; vive en una eterna contradicción emocional, tal y como reflejan las secuencias que comparte con su psicoanalista, perfectamente intercaladas a lo largo del metraje.

Pero donde verdaderamente arriesga el cineasta canadiense es en la inclusión de una nueva línea argumental que no comparte personajes ni coordenadas espacio-temporales con la protagonizada por Antoine, Carole y Rose. Asistimos emocionados a la historia de amor entre Laurent (Marin Guerrier), un niño con síndrome de Down, y su abnegada progenitora, Jacqueline (Vanessa Paradis), madre soltera que emplea todas sus fuerzas en intentar que su hijo tenga una vida plena y feliz junto a ella. Pero la emoción se mezcla con la confusión cuando el espectador se siente incapaz de encontrar la conexión entre ambas historias; el director lo sabe, y solventa lo que podría haberse convertido en un callejón sin salida dotando a esta línea argumental de una total y absoluta autonomía respecto a la principal. Aun así, es inevitable percibir una cierta relación entre ambas a poco que utilicemos la imaginación y prestemos atención al sinfín de detalles con los que Vallée anticipa el inminente cruce entre ambas tramas.

Jean-Marc Vallée firma una película visceral, que sale de sus entrañas; que requiere una mirada activa del espectador; que funciona a varios niveles y puede ser interpretada desde diferentes puntos de vista; una película protagonizada por el amor, el desamor, los remordimientos de conciencia y un sinfín de sentimientos humanos fácilmente reconocibles.

http://youtu.be/iPjUOauTBjs

Si cortas varias naranjas por la mitad y posteriormente las mezclas, ¿sería posible que dos de esas mitades, originariamente pertenecientes a naranjas diferentes, encajaran a la perfección? Aunque quizás, lo que deberíamos preguntarnos es: ¿Realmente existe lo que entendemos como media naranja?; la que en su tiempo lo fue podría dejar de serlo en cualquier momento; ¿cómo sabemos si la hemos perdido definitivamente?; y si es así, ¿cómo aceptar que no existe tu media naranja?.

Carlos Fernández Castro

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