Borgman (2013)
Nota: 5
Dirección: Alex van Warmeradam
Guión: Alex van Warmerdam
Reparto: Jan Bijvoet, Hadewych Minis, Jeroen Perceval, Tom Dewispelaere, Sara Hjort Ditlevsen
Fotografía: Tom Erisman
Duración: 113 Min.
Cuando una película no da respuestas explícitas, lo puede ser todo o no ser nada. En el octavo film del holandés Alex van Warmerdam, Borgman (mejor película en el Festival de Sitges 2013), cada espectador será el encargado de decidir sobre lo que se supone que ha visto. Y como es común en el universo de Giorgos Lanthimos, Michael Haneke o Pier Paolo Pasolini (autores de las películas con las que más se han relacionado a Borgman), la división de opiniones está asegurada.
Si una persona se encontrase con tres amigos que acaban de verla, y les preguntase “qué tal la película”, se encontraría probablemente ante tres respuestas muy dispares.
Uno de los amigos, maravillado y conteniendo las lágrimas, le diría: “Es sublime, se trata de una inteligentísima fábula sobre la clase alta que oprime -a base de golpes si hace falta- a las clases más bajas, no teniendo éstas últimas más remedio que reaccionar -a base de más golpes si cabe- ante la tiranía de quienes los tratan como sus súbditos”.
Otro amigo, con mirada seria y como si tuviese de antemano la respuesta preparada, diría: “Inteligente y sugestiva; es un claro estudio del mal, donde el protagonista es la efigie de lo vil, penetrando en la familia aparentemente perfecta que todo el mundo desearía tener, para desenmascarar toda la miseria y desgracia que se oculta tras el lujo y la falsa felicidad que te aporta el poder y el dinero”.
En cambio, el último amigo, indignado y cabreado, le contestaría: “¡Es una tomadura de pelo! ¡Una ida de olla del director! ¡El holandés ese tiene total libertad para hacer lo que le dé la gana, y lo único que consigue es crear un sinsentido de película, donde todo es una estúpida sucesión de caprichos visuales y chistes sin gracia, que no van a parar a ninguna parte!”.
¿Es disparatada alguna opinión de los amigos? No, porque Borgman son tantas películas como espectadores la vean. No responde preguntas, de hecho, quizá ni las haya. Mientras en algunas películas suceden cosas, en Borgman esperas a que sucedan, y, al final, ni siquiera sabes si ha sucedido realmente algo.
Lo mejor, sin duda, es el arranque: un vagabundo huye de su refugio en el bosque porque un grupo de personas -entre ellos un cura- se dispone a matarlo. Tras conseguir huir, el vagabundo, Borgman (Jan Bijvoet), entra en el lujoso chalet de una familia donde el hombre de la casa le recibe a puñetazos y patadas. Pero la mujer de la casa, Marina (Hadewych Minis), sentirá compasión por Borgman y le permitirá esconderse en una cabaña cercana durante unos días, hasta que se recupere. Pero el vagabundo tiene otros planes…
Hasta este momento, poca discusión habrá acerca de la película, no hay nada aún que no se entienda. Pasada la media hora, que cada cual valore lo que vea. Personalmente, creo que todo lo que se promete en el genial inicio se diluye poco a poco en la ambigüedad, debido a unos personajes planos, cuyas acciones parecen responder únicamente a las divertidas ocurrencias del director. Estos caprichos, por lo general, no aportan nada al desarrollo de la trama, salvo algún que otro gag visual.
No obstante, y aunque predomine el delirio en la mayor parte del metraje, hay algo que avala a Borgman, y la sitúa varios escalones por encima de películas de esta índole: el pulso narrativo no decae, y logra que las casi dos horas de metraje no se hagan largas y pesadas.
En definitiva, y sin entrar en las múltiples lecturas filosóficas que pueda ofrecer la película, Borgman se trata de una extraña pieza que no dejará a nadie indiferente. Cualquier esfuerzo por racionalizarla podría ser inútil. Aquí, dos más dos no son cuatro. Tan válido será considerar Borgman como un ensayo sobre la conducta humana y sus consecuencias, como también lo será considerarla una broma sin gracia de un director que va de listo. Juzguen ustedes.
Adriana García Sillero