Barry Lyndon (1975)
Nota: 9
Dirección: Stanley Kubrick
Guión: Stanley Kubrick (Libro: William Thackeray)
Reparto: Ryan O’ Neal, Marissa Berenson, Hardy Kruger, Patrick Magee, Leon Vitali, Steven Berkoff
Fotografía: John Alcott
Duración: 183 Min.
En una entrevista publicada en un número de la revista Sight & Sound de 1972, el ya prestigioso Stanley Kubrick aseguró, sorprendentemente, que todavía no se había hecho una gran película histórica; nadie había conseguido resolver el problema de tratar con interés las informaciones históricas junto a la realidad de la vida cotidiana de los personajes involucrados, afirmaba con tranquilidad el director. Estas curiosas declaraciones las hizo en ocasión del estreno de “La Naranja Mecánica”, cuando se le preguntó por su ambicioso proyecto de llevar al cine la vida de Napoleón. Aunque no consiguió en ese período –ni nunca- que los estudios dieran luz verde a esta enorme propuesta, Kubrick recicló su material y no renunció a su gran película de época: “Barry Lyndon” fue su viaje al siglo XVIII. Seguramente, esta película es bastante diferente a la que tenía pensada para su Napoleón, pero es una admirable e interesante visión sobre el pasado, sobre la Historia, que a veces pasa algo desapercibida en su selecta filmografía.
Las memorias de Barry Lyndon (antes La suerte de Barry Lyndon) es una novela de William Thackeray, uno de los escritores más destacados de la época victoriana. El libro de Thackeray repasa la vida y peripecias de un joven irlandés del siglo XVIII que lucha por hacerse un nombre entre la nobleza inglesa. Es una historia irónica, con apariencia de novela de aventuras, pero con estructura picaresca. Kubrick, experto en adaptar novelas, recoge el tono del libro, pero lo traduce a su perfeccionista manera. La primera persona de la novela pasa a la tercera; un narrador omnisciente e irónico nos va relatando en off los dos capítulos en los que está dividida la película. El primero cuenta la juventud de Redmond Barry y su progresivo ascenso hacia el título de Lyndon, mientras que el segundo es la historia de su paulatino deterioro. Estas dos extensas partes convierten a “Barry Lyndon” en la película más larga de Kubrick, pero también en una de las más completas. El director de “Senderos de Gloria” opta por una narración linear; la vida de Barry va avanzando sin digresiones, poco a poco, bajo un ritmo constante y calculado, que acentúa el inexorable paso del tiempo. En el montaje, formado por cortes netos y sencillos, no se ven los experimentos que caracterizaron sus dos anteriores películas (“La Naranja…” y “2001: Una Odisea del Espacio”). No los necesita.
La adaptación de Kubrick se deshace de su fuente original ofreciéndose como una obra totalmente audiovisual: la magnífica imagen y la elegante música están siempre reclamando su presencia, más allá de las vicisitudes que pueda presentar un argumento que no se atuvo a un guión preciso. En ellas se encuentra la clave de lectura de “Barry Lyndon”, en su construcción histórica. El de Brooklyn, a través de una impresionante puesta en escena, opta por presentar el siglo XVIII como espectáculo artificioso, como producto estético de costumbres, dejando claro en todo momento la naturaleza figurativa de las imágenes. Por eso, se basa visualmente -zoom in, zoom out- en las pinturas de la época de Gainsborugh, Reynolds o Constable. Son imágenes que han creado la Historia tal y como la conocemos. Como dice Enrico Ghezzi en su libro sobre Kubrick (Stanley Kubrick, 2007), los cuadros son los primeros datos históricos valiosos para el cine, las pruebas de una cultura visual determinada. Si en “2001…” se presentaban modelos de lo que ‘podría haber sido’, en “Barry Lyndon” se cristalizan los que ‘fueron’. ¿Por qué precisamente el XVIII? Básicamente, porque Kubrick encuentra en él los orígenes culturales e históricos de nuestro tiempo, el nacimiento del mundo moderno.
Para articular las características de la época, se elige a un protagonista que no se encuentra en ningún momento cómodo en ella. Barry, un personaje que puede parecer insustancial porque Kubrick nunca intenta identificarnos con él, es, en realidad, interesante de analizar. Por diferentes motivos, se ve continuamente excluido por el mundo en el que intenta encajar. Sus triunfos son fugaces y casuales; su caída en desgracia, finalmente, inevitable. En la película nos topamos con una sociedad inmóvil, falsa y obsesionada por los ritos. Lo que hace el director es sobreentender las relaciones de poder de esta sociedad fijándose aparentemente solo en el envoltorio, dejando que Barry intente someterse naturalmente a estas relaciones sin conseguirlo. Uno de los ejemplos de esta situación es como se trata el amor, un símbolo de conquista social. Al principio, el joven Redmond Barry se ve desengañado sentimentalmente por su prima, que se casa con un adinerado militar. Cuando él consigue hacer lo mismo y casarse con Lady Lyndon para obtener un título, su victoria termina por derrumbarse. La actuación de Ryan O’Neal funciona para este personaje contradictorio; tan contenido y al mismo tiempo, tan humano y triste al intentar definirse a sí mismo.
Muchos, cuando repasan la gran filmografía de Stanley Kubrick, no incluyen “Barry Lyndon” entre las grandes películas del director. Aunque no comparto, lo entiendo; su presentación ambigua no es atractiva. El filme no provoca, ni fascina con significados o posibles interpretaciones del argumento que, estoy seguro, harían las delicias de miles de cinéfilos y críticos. Simplemente, es lo que es. Para mí, una joya de un Kubrick en su plenitud artística.
Arturo Tena