Aprendiendo a vivir (Pigumim, 2017)
Nota: 6
Dirección: Matan Yair
Guión: Matan Yair
Reparto: Keren Berger, Jacob Cohen, Asher Lax
Fotografía: Bartosz Bieniek
Duración: 90 Min.
Matan Yair (Jerusalem, 1977) debuta en el largometraje con una cinta voluntariosa y con interés, pero necesitada de mayor ritmo, sentido de la elipsis y concentración en lo que se quiere contar. Da la impresión de que una historia real que ha servido como inspiración al guion se ha convertido, al mismo tiempo, en corsé para él mismo, impidiendo un mejor desarrollo dramático. De hecho, el personaje principal lleva el mismo nombre que el actor, el propio Yair ha sido profesor de literatura en un instituto y en el documental It is written in your I.D. that I am your father (2008) cuenta la relación con su padre tras dejar la casa familiar a los 13 años.
Asher Lax es un joven de 17 años sobre quien pivota la historia y la protagoniza totalmente, más como relato conductista que como narración en primera persona. Este joven se muestra indisciplinado en su centro escolar, donde ha de preparar un examen de acceso; no se le ve muy dedicado al estudio, lo que no viene facilitado por su padre, quien le requiere a ratos en la empresa familiar de trabajos de albañilería. Su madre se fue a vivir lejos y tiene una nueva relación sentimental, aunque llama a Asher por teléfono con frecuencia. El chico se responsabiliza más cuando hospitalizan a su padre para una operación; también hay una chica que le gusta, aunque no pone mucho empeño. Asher parece un tanto desnortado, provocador en las relaciones humanas y necesitado de reconocimiento social. La crisis llega cuando su profesor de literatura no le califica un examen oral.
Aprendiendo a vivir habla de los sentimientos encontrados en esa edad de transición a la adultez, a las responsabilidades y a los golpes que da la vida, cuando el dolor extremo o la muerte carecen de toda respuesta a nuestras preguntas. Asher parte de la prepotencia y chulería del adolescente enloquecido por las hormonas; resulta un tipo bastante desagradable, sobre todo con su profesor de literatura a quien provoca con cualquier coartada. Al mismo tiempo es respetuoso con su padre, que le exige tanto como lo quiere. El argumento quiere constatar esa evolución y termina con las preguntas formuladas por primera vez por quien descubre que la vida no es un camino de rosas.
El personaje de Asher no resulta muy atractivo, lo que es un escollo para un relato apoyado completamente en él. Tampoco el desarrollo nos deja satisfechos, pues revela titubeos y el espectador desconocedor de la sociedad israelí ignora lo que puede ser tolerable o no en la relación entre profesores y estudiantes. No es una mala película, pero sí insuficiente en su desarrollo y, a la postre, de escasa novedad en lo que plantea.
José Luis Sánchez Noriega