Año cero (2015)
Nota: 7,5
Dirección: Mario Jara
Guión: Mario Jara
Reparto: Esther Rivas, Jorge Machín, Fran Nortes, Alejandro Cano, Cristina Gallego, Flavia Pérez de Castro
Fotografía: Daniela de Oliveira
Duración: 82 Min.
¿Cuántas veces hemos escuchado que el primer paso para salir de una crisis consiste en tocar fondo? A partir de ese momento empieza el año cero de una nueva etapa y debemos elegir entre explorar las profundidades de nuestros propios abismos o seguir ese hilo de luz que lleva a la superficie. Huelga decir que no se trata de los trescientos sesenta y cinco días que componen un año cualquiera, sino de un periodo indeterminado de tiempo que puede oscilar entre una noche en vela y la eternidad.
De alguna manera, el primer largometraje de Mario Jara nos transporta a ese estado de ánimo por el que todos hemos pasado en algún momento de nuestras vidas y nos propone unas interesantes reflexiones que se extienden al contexto socioeconómico en el que viven sus protagonistas: un país que corta las alas a una juventud en edad de volar. Mientras que Miguel acaba de ser despedido y no consigue darle sentido a su vida, María recibe una (ansiada) oferta laboral que amenaza su relativa estabilidad en Madrid.
A primera vista podría parecer que el cineasta chileno focaliza su mirada en el problema del desempleo. Sin embargo, el guión está salpicado de numerosas y sutiles referencias a la desastrosa educación emocional de una sociedad incompatible con la esperanza y la felicidad. Miguel estudió historia del arte pero aceptó un buen sueldo a cambio de sus sueños. María está deseando encontrar una razón para no abandonar Madrid, pero todos sus caminos (la ausencia de ingresos, su estancada relación sentimental con Héctor) llevan a Hamburgo, haciéndonos recordar a la protagonista de la magnífica Hermosa juventud (Jaime Rosales, 2014).
Y precisamente Madrid es otro de los personajes clave de Año cero. Una ciudad a la que Mario Jara retrata como pocos lo han hecho antes: con sus luces y sus sombras, con tantas virtudes como defectos, tan bella y tan horrenda al mismo tiempo. Una ciudad con personalidad. En resumidas cuentas, otra víctima de la crisis actual que funciona como una suerte de recurso expresionista para exteriorizar los sentimientos de María y Miguel.
Pero aparte de la crítica social, el director propone un juego romántico que mantiene la tensión narrativa entre dos hilos argumentales condenados a no cruzarse. Porque en realidad María y Miguel sí se conocen, aunque la cerveza que compartieran hace unos años no dejará tanta huella en ella como en él. A través de dos secuencias oníricas, descubrimos que Miguel sueña con aquella chica a la que nunca pidió el teléfono y cuyo nombre nunca llegó a preguntar. Se trata de una conexión que se desmarca del realismo general del film y demuestra la pericia de Jara en la combinación de géneros sin sacrificar la cohesión general.
Lejos de construir un drama romántico basado en el clásico «boy meets girl», Año cero propone un descenso a los infiernos de dos personajes que no exigen el parabién del espectador. De esta manera, se potencia la nitidez del análisis social en detrimento de la proximidad emocional, y se alcanza un equilibrio ideal (sobre todo en el caso de Miguel) entre el rechazo y la comprensión del patio de butacas. Sin embargo, la sombra del desempleo y el cariz existencial del conjunto son compensados por una sentida reivindicación (poco complaciente y menos idílica) de la amistad y por la esperanza de (como diría Bob Dylan) un simple giro del destino que enderece a estos dos renglones torcidos del SXXI. Desgraciadamente, dejar el futuro en manos de terceros nunca fue una solución de fiar.
Carlos Fernández Castro