Crónica desde la Berlinale 2017
Un ejército de osos invade Berlín. El simpático animal, retratado en diversas situaciones y entornos, se muestra por doquier en los carteles propagandísticos que anuncian la sexagésimo séptima edición de la Berlinale. El primer fin de semana del certamen dio, cuanto menos, para llevarse una impresión de las cintas que desfilaron por las diversas sedes del festival, así como de sus temas comunes, de aciertos y desaciertos, de impresiones para todos los gustos (o disgustos, según el ojo espectador).
A falta de las películas estrenadas tras esos primeros días, una mirada a la sección oficial deja un inevitable sabor agridulce. En ella nos encontramos desde notables fiascos como Pokot – una esotérica mezcla de thriller, Pocahontas (Mike Gabriel y Eric Goldberg, 1995) y La Règle du jeu (Jean Renoir, 1939) que no se sabe muy bien adónde quiere llegar, y quizá por ello desemboca en un final ridículo – a verdaderas joyas como Una mujer fantástica. La cinta de Sebastián Lelio no solo demuestra la buena salud de que goza el cine chileno actual, sino que constituye en sí un sorprendente testimonio cinematográfico en torno a la soledad de una persona transgénero, a la que se acerca con humanidad y cariño, tanto en los momentos más crudos como en los más oníricos. Audaz en sus imágenes, comedida en su propuesta y original en su puesta en escena, Una mujer fantástica se establece de inmediato como una película de excelente calidad y amplio recorrido temático y cinematográfico. Una de las favoritas del festival, sin duda.
Más próximo a este polo satisfactorio que al opuesto se encuentra Wilde Maus, el debut en la dirección del actor y humorista austriaco Josef Hader. Se agradece que, por una vez, provenga del país alpino una cinta que no destila ni la hiel del cine de Michael Haneke ni la corrosiva mirada de Ulrich Seidl. Antes bien, Wilde Maus es capaz de mantener en una continua carcajada durante todo su metraje a una sala entera, en su reflexión acerca de la sociedad líquida en la que vivimos, pasada por el tamiz del entrañable mal humor austriaco. Es cierto que una parte considerable de su hilaridad se basa en el juego con los códigos regionales, y se perderá al cruzar las fronteras germanoparlantes. No obstante, la cinta tiene madera para la aceptación internacional, abriendo así una nueva veta al cine austriaco, lejos de la depresión existencial.
También The Party opta por tomar el pulso al mundo actual, desde el ángulo más radical de lo políticamente incorrecto. La realizadora británica Sally Potter dirige a un puñado de excelentes actores encerrados en un piso, entregando un breve largometraje de carácter eminentemente teatral, con las relaciones humanas (y la hipocresía que se puede expandir dentro de las mismas) como quicio de la propuesta. Similar en cuanto a su fondo, pero de formas radicalmente distintas encontramos The Dinner, de Oren Moverman, una cinta que sorprende por su estructura y puesta en escena durante la primera hora, pero que se va desinflando conforme el metraje se aproxima a un fin que no cumple con las expectativas que el film había ido generando en el espectador. También aquí, como en Wild Mouse, se tratan numerosos elementos regionales, en este caso relativos a la historia estadounidense, con los que el espectador lego tendrá dificultades para conectar.
Por último, resulta casi inexplicable por qué una de las pocas propuestas del país anfitrión es Helle Nächte de Thomas Arslan, una historia acerca del vacío y el dolor en la relación entre un padre canalla y un hijo que no ha digerido bien su ausencia. Una película ardua de ver, pues no tiene más aporte que el de transmitir las sensaciones mencionadas, a través de planos largos (incluso larguísimos), un guion absolutamente intranscendente y unas interpretaciones bastante planas.
Fuera de concurso se presentó el simpático biopic Final Portrait, de Stanley Tucci, cuyo valor reposa en la interpretación de Geoffrey Rush y en la fotografía de Danny Cohen. Quizá por ello, el film evoca la sombra de la magnífica The King’s Speech (Tom Hooper, 2010), también en su representación de la amistad entre sus dos figuras principales, que una vez más contraponen la racionalidad al misterio. Asimismo fuera de concurso y apenas digna de mención resulta Viceroy’s House, una propuesta que por la historia que cuenta, los escenarios en que se desarrolla y el marco histórico en el que se ubica, hubiera dado para una película antológica, pero que en manos de la realizadora india Gurinder Chadha deviene simplemente en un carísimo telefilme.
La sección Forum se caracteriza por albergar películas más radicales, en un intento de integrar diversas tendencias y de mostrar todo lo que difícilmente encontrará un espacio comercial, pero no por ello resulta carente de interés. Allí se pudo ver, por ejemplo, Mon rot fai, un documental del realizador tailandés Sompot Chidgasornpongse que podrá gustar a espectadores pacientes y amantes del más cinematográfico de los vehículos: el ferrocarril.
En Panorama, la sección de la Berlinale dedicada a descubrir nuevos talentos, encontró una cálida acogida el largometraje Pieles, ópera prima de Eduardo Casanova, producido y apadrinado por Álex de la Iglesia. En la presentación previa a su estreno, el director se limitó a decir que no iba a hablar mucho, debido al ansiolítico y el alcohol que había consumido, y que esperaba que su debut tras las cámaras produjese en el espectador algún tipo de reacción, aunque fuera (literalmente) el vómito. A fin de no llegar tan lejos, el crítico que suscribe estas líneas decidió abandonar la sala a los pocos minutos de comenzar la proyección.
Tras ese primer fin de semana, queda por ver lo que traen las cintas más esperadas del certamen, que firman Aki Kaurismäki (Toivon tuolla puolen) y Volker Schlöndorff (Return to Montauk), de las que ya se hablaba incluso en los días previos a su estreno. En breve lo sabremos. Los osos, ya no en forma de cartel, sino a modo de estatuilla, abandonarán Berlín en las más diversas direcciones, para satisfacción de los galardonados y honra de los berlineses, que fueron, una vez más, anfitriones de uno de los mayores festivales de cine del planeta.
Rubén de la Prida