Stanley Kubrick, todo cerebro y un poco de corazón
Hablar de Stanley Kubrick es hacerlo de uno de los directores más relevantes de la historia del cine. Como suele ocurrir con este tipo de genios, su personalidad distaba mucho de la normalidad y su talento empezó a florecer desde una temprana edad. Con dieciséis años ya era fotógrafo de la revista Look y comenzaba a ofrecer su particular visión del mundo a través de instantáneas que le convertirían en uno de los profesionales más respetados de su sector.
Tal y como demostrarían sus películas, el conformismo no tenía cabida en su diccionario. Frente al click de una fotografía, los veinticuatro fotogramas por segundo suponían ese tipo de retos que el neoyorquino estaba deseando convertir en la única razón de su existencia. Su prestigio como fotógrafo le ayudó a conseguir su primer trabajo como documentalista. A base de mucho ahorro y la ayuda económica de sus allegados, reunió el dinero suficiente para debutar con Fear and Desire. El resultado fue tan desastroso y su nivel de exigencia tan alto, que su próximo objetivo consistió en hacer desaparecer todas las copias de su primer largometraje. No lo consiguió.
Su carácter obsesivo y enfermizamente controlador fue una de las constantes en la vida personal y laboral del director. Pero el inexperto Kubrick tuvo que ganarse el derecho a imponer sus caprichos y a exigir su propio modus operandi a una industria que existía mucho antes de que él hubiera nacido. En definitiva, dos lujos que un recién llegado a la meca del cine no podía permitirse. El Beso del Asesino, su segunda película, fue producida de forma independiente, pero llamó la atención de la United Artists. En ella, se empezaban a vislumbrar las grandes virtudes de su cine, lo que le permitió acometer su primera película de estudio: Atraco Perfecto.
A partir de ese momento, Kubrick empezó a jugar en primera división. Había llegado el momento de hacerse respetar dentro del oficio. El primer día de rodaje, ordenó a Lucien Ballard, el prestigioso director de fotografía que habían puesto a su cargo, la disposición de la cámara y los railes para la ejecución de un largo travelling. Ballard preparó el plano de una manera diferente a la indicada, argumentando la imposibilidad logística de la planificación y esgrimiendo, con aires de superioridad, su amplia experiencia en el sector y sus numerosos premios. Cambió el objetivo de 25 milímetros por uno de 50 y aumentó la distancia entre la cámara y los actores. Tras una acalorada discusión, Kubrick hizo caso omiso a las indicaciones del fotógrafo y procedió al rodaje del plano tal y como había previsto desde el principio. Ballard asistió atónito a la exhibición y no volvió a cuestionar sus decisiones.
Y es que Stanley siempre tuvo las ideas muy claras. Sabía qué tipo de cine quería hacer, cómo quería hacerlo, y cuándo. A lo largo de las cinco décadas en las que dirigió, intentó abordar todos los géneros posibles y les dio la vuelta de tuerca necesaria para que todo el mundo supiera que se trataba de una obra “made in Kubrick”. La ciencia-ficción no volvió a ser la misma después de 2001 Una Odisea en el Espacio. Barry Lyndon supuso una nueva categoría dentro del cine de época. Así como Eyes Wide Shut arrojó una mirada diferente a la de cualquier otro director sobre las relaciones de pareja.
Los géneros tradicionales tampoco consiguieron burlar la megalomanía del director. Bajo su batuta, el cine negro (Atraco Perfecto) estrenó una estructura narrativa tremendamente novedosa, que influiría cincuenta años más tarde a cineastas como Quentin Tarantino; el cine bélico (Senderos de Gloria) ofreció un punto de vista diametralmente opuesto al habitual, denunciando el sinsentido de la guerra desde los despachos, y no desde el campo de batalla; el cine épico (Espartaco) tampoco escapó de sus garras y mostró un aire más solemne y profundo, aunque se tratara de un trabajo de encargo y el propio director renegara del resultado final debido a las injerencias del entrometido e igualmente manipulador Kirk Douglas; las adaptaciones literarias de difícil ejecución (Lolita, La Naranja Mecánica) también encontraron en Kubrick al único director que supo trasladar sus páginas a la gran pantalla, sin perder la carga conceptual propia del medio escrito.
Pero el genio neoyorquino tampoco escatimó esfuerzos a la hora de probar suerte con la comedia, aparentemente el género más alejado de su estilo. Como no podía ser de otra manera, Kubrick escogió la sátira para intentar salir airoso de semejante reto, y según muchas opiniones autorizadas, entre las que se encuentra la de Martin Scorsese, lo consiguió sobradamente. Sin embargo, cuando recurrimos a nuestra memoria, no solemos incluir ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú entre nuestras comedias favoritas. Y es que Kubrick siempre marcó la diferencia, pero no siempre dejó la huella que hubiera deseado. Curiosamente, ocurre lo contrario cuando intentamos elegir la película que más nos ha aterrorizado en nuestras vidas. Sin lugar a dudas, Jack Torrance interpretó una de las peores pesadillas de los que nacimos en la década de los 70, y como consecuencia de ello, El Resplandor se erigió en uno de los estandartes del cine de terror, a la altura de películas emblemáticas del género como La Semilla del Diablo o El Exorcista.
Pero hay una película que ustedes no verán en este ciclo y que, según algunos, sí vieron millones de espectadores en 1969 a través de sus televisores: el primer aterrizaje del ser humano en la luna. Atendiendo a numerosos rumores, el director participó en uno de los mayores fraudes de la historia reciente, recreando el famoso desembarco de Armstrong en la superficie lunar, como contrapartida de unas lentes que la NASA había cedido para el rodaje de 2001 Una Odisea en el Espacio. Según se indica en el documental The Shining Code, que se puede encontrar actualmente en Youtube, El Resplandor es una auténtica confesión en la que Kubrick ofrece una cantidad ingente de pistas sobre la falsedad de la famosa misión espacial.
Casualmente después de este montaje, el neoyorquino decidió emigrar a Inglaterra y comprar una finca inexpugnable, desde la que dirigió el resto de sus proyectos cinematográficos. Semejante aislamiento no impidió que siguiera ejerciendo el control absoluto de sus producciones, bien a través de las facilidades que ofrecía la tecnología, bien a través de personas de su completa confianza. La magia del cine, capaz de falsificar cualquier lugar y circunstancia, se encargó de imprimir la autenticidad necesaria para que estas limitaciones no afectaran al resultado final.
Como ven, Kubrick fue todo cerebro, y si acaso, un poquito de corazón. Si buscan ternura, compasión, o declaraciones de amor en sus películas, no las encontrarán. Pero si lo que quieren es un cine técnicamente deslumbrante, narraciones que atrapen su atención de principio a fin, y un estudio pormenorizado de la condición humana, éste es, sin lugar a dudas, el mejor director posible.
Carlos Fernández Castro