Secuencias Inolvidables: Hitos cómicos del Cine Español: “Atraco a las tres”.
Siempre he sostenido que el humor es una cosa muy seria. A veces, incluso, un asunto de valiente urgencia ética. El más efectivo instrumental con el que indagar en vergüenzas colectivas; el más sano ejercicio de autocrítica social que haya ideado el ser humano.
Nuestro país, históricamente acuciado por la tragedia (ya quedemos enlutados por guerra fraticida, pobreza o escarnio público), ha tenido que recurrir al humor, bien como tabla de salvación bien como infalible arpón defensivo. Pues así como los españoles, por regla general, huimos despavoridos de la muerte (observen la periférica ubicación de nuestros camposantos), asumimos por contra, y con torera gallardía, las cornadas que la vida nos atiza.
Por ello, y a través de una serie de artículos titulada: «HITOS CÓMICOS DEL CINE ESPAÑOL», trato de poner en valor dicho titánico esfuerzo. Reivindicar (dentro de mis posibilidades) la labor de nuestros más destacables productores de humor. Quizá la suerte cinematográfica que mejores alegrías nos haya deparado hasta la fecha.
Así por ejemplo, a lo largo del franquismo -alicaída etapa filmada en metafórico blanco y negro-, emergió en España una camada inigualable de cómicos. Y si bien su operativa no quedó circunscrita sólo al canal cinematográfico, es a ellos en última instancia, a quien dirijo mi cariñoso homenaje.
El primer botón acuñado como muestra a mis ideas se llama «Atraco a las tres», cinta cuyo éxito (transgeneracional) radica (fundamentalmente) en la impagable labor de su elenco: Agustín González, Manuel Alexandre, Gracita Morales, Cassen, Alfredo Landa y José Luis López Vázquez.
Esto es, el «Dream Team» interpretativo del costumbrismo cómico español. Un combo humorístico con el que la carcajada generalizada quedaba garantizada. Un pedacito de nuestra más lúcida y lucible historia popular.
Mención aparte merece su texto. Un guión confeccionado por los brillantes Pedro Masó, Rafael Salvia y Vicente Maello, que pese a nacer amenazado por la omnipresente y castrante censura, no se cohibe a la hora de señalar las miserias (éticas y materiales) propias de la España de la época (y presentes, en gran medida, en nuestra azorada España contemporánea).
El punto de partida de la cinta, orquestada por un excelso José María Forqué, es tan sencillo como desafiante, sobre todo para la timorata España franquista: los trabajadores de una sucursal bancaria, hartos de trastear con copiosos fajos de billetes (y utópicas ilusiones anexas), toman la decisión de auto atracarse; dando lugar a una paródica, entrañable y ácida comedia pseudonoir.
Quizá el elemento característico más meritorio de «Atraco a las tres» sea la incuestionable vigencia de su comicidad. El tiempo ni pesa ni pasa por nuestra película (no se olviden, ideada hace más de medio siglo).
Si a esto añadimos que humor y terror pasan por ser, a mi juicio, los géneros más amenazados por la obsolescencia, la certeza de que «Atraco a las tres» es todo un clásico, parece del todo punto universal e innegociable.
Con objeto de argumentar mi teoría con un ilustrativo ejemplo, dejénme citar la fantástica e inolvidable secuencia que da cobertura al presente escrito: UN ADMIRADOR, UN AMIGO, UN ESCLAVO, UN SIERVO.
Fernando Galindo, ideólogo del golpe, languidece sometido, cautivo en un mortificante trabajo. Por eso, cuando Don Felipe -respetado y respetable director de la sucursal- es ultrajantemente apartado de su puesto, Galindo decide clausurar sus suplicios mediante tan redimible inmoralidad.
Una vez convencidos sus compinches, y repartidas sus delictivas funciones, la cinta presenta en escena -con objeto de cerrar el paródico círculo que la sustenta-, a la indispensable femme fatal (la enigmática vedette Katia Durán). Perfecto catalizador para la trama de «Atraco a las tres» (y para la arquetípica personalidad del gañán que la protagoniza):
Galindo, hasta ese momento calculador cerebro de la banda, atiende absorto las necesidades de la Durán. El sesudo plan confeccionado durante años de vigilia, puede esperar. El redentor corte de manga a su suerte, puede esperar. Rafaela Aparicio y sus insulsas tribulaciones, pueden obviamente esperar. Hasta sus boyantes aspiraciones materiales, aquellas tan largamente anheladas, pueden también esperar. Al fin y al cabo, quien le requiere son unas kilométricas piernas, la rubia melena que corona a una mujer escultural. Su sueño húmedo trasmutado en palpable carne humana.
Y es que Fernando Galindo –y por ficticia y ajustada extensión el actor que le otorga vida -, son la patente representación del prototípico españolito de a pie (sí, lo sé, no he atisbado nada novedoso en el horizonte cinematográfico).
Aquel impenitentemente molido por las privaciones. Aquel anómalamente inexperto e infantil para según que cosas. Aquel vulnerable, risible e insignificante gachó que también (y tan bien) representaba Alfredo Landa.
Así que si deseaba emprender la aventura de desgranar los «5 hitos básicos de la Comedia Española», no dar inicio a dicho ciclo por medio de la mítica secuencia: «Un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo», sería -no me cabe la menor de las dudas- un injusto y torpe error de afi-cio-na-do (léase con la preceptiva voz lopezvazquiana, y clausúrese con sonora pedorreta).
Alberto G. Sánchez – @Pelucabrassi