Secuencias Inolvidables: «Fresas Salvajes» (Smultronstället) (1957)
La representación del sueño en el cine siempre ha resultado irresistible. No lo digo tanto porque nos haya fascinado a los espectadores, que encontramos en ellos tanto goce audiovisual como posibles símbolos e interpretaciones freudianas, sino sobre todo porque ha cautivado a grandes directores, que han visto en la dimensión onírica un espacio libre donde poder experimentar y hacer cosas que quizás no tienen cabida en el lenguaje cinematográfico «base», asociado a la reproducción de la realidad. Liberados de ataduras narrativas y expresivas, muchos autores han construido escenas desde el subconsciente que han dejado su sello en la historia del cine. Esta nueva entrega de «Secuencias Inolvidables» está dedicada a una de ellas, a uno de los sueños cinematográficos más veces analizado y citado por académicos, críticos y cinéfilos: el primer sueño de Isak Borg (Victor Sjöström) en «Fresas Salvajes». La notoriedad de este sueño es tal que, seguramente, si se hablase de la película o incluso en general del proprio Ingmar Bergman, lo primero que recordarían muchos es alguna imagen de esta escena.
Para entender el sueño, es útil conocer la función que cumple dentro de la estructura de la película. La secuencia está colocada casi al principio del film, justo después de una escena inicial en la que el doctor Borg, mientras escribe en su diario, narra en off las coordenadas esenciales de su vida (edad, trabajo, familia, carácter…). Pasados los títulos de crédito, volvemos a escuchar la voz de Isak. El viejo médico empieza a contar este extraño sueño que tuvo lugar una mañana de un domingo de junio. La escena formaría parte, por lo tanto, de una clásica autopresentación del personaje. Bergman la configura así, de forma explícita, como un evento que revela aspectos fundamentales de la psique del protagonista. Es la manera que quiere el director que conozcamos a Isak: entrando en su subconsciente desde el primer momento.
(Se recomienda ver la escena antes de leer lo que viene a continuación)
Desde que cambia el primer plano – del Isak que sueña en la cama al Isak «soñado»- que nos introduce en la escena, somos conscientes de que hemos entrado en una dimensión diferente. Bergman utiliza, de forma muy hábil, diversos aspectos y elementos para crear este nuevo mundo en nuestras cabezas. Vamos a verlos.
Fijémonos primero, a medida que avanzamos en el sueño, en la imagen y las decisiones expresivas que toma el director. Una característica que rápidamente llama la atención de la escena es la iluminación: cuando Isak se aleja de la cámara al principio del sueño, vemos que la luz solar es muy fuerte, casi al límite de la sobreexposición; esta luz contrasta mucho con el abrigo negro que lleva el doctor y las zonas de sombra que se crean en la calzada, por ejemplo. Luego, cuando Isak se para en medio de la calle, se empieza a hacer evidente otra propiedad del sueño, que tiene que ver con la construcción de los planos. Bergman sitúa, poco a poco, la mirada de Isak en el centro del montaje, dando una marca de subjetividad a todo los extraños elementos que van apareciendo en la calle. Son sus ojos los que nos guían. En relación con la elección de los planos, son interesantes los bruscos cambios de primeros planos a planos generales, o las angulaciones desde abajo en la parte final del sueño que dan mayor profundidad de campo a la escena. El montaje alterno final es digno de mención; por el ritmo rápido de duración de los planos, y, sobre todo, por la pérdida de foco que se va notando en los que cada vez más primeros planos de los dos Isak. En general, es innegable la sensación de extrañeza, ambigüedad y tensión que se quiere transmitir a través de las imágenes.
El otro protagonista indiscutible del sueño es el sonido. Al principio oímos como la voz de Isak y la música extradiegética desaparecen. Llega el silencio. Un silencio demasiado silencioso, un poco artificial y sospechoso, como si nos avisase de que algo malo va a pasar. Este silencio provoca que todos los sonidos intradiegeticos que lo interrumpen asuman un protagonismo ampliado. Por ejemplo, en el momento que Isak descubre que no hay manijas en ningún reloj, empezamos a escuchar un fuerte latido ( un sonido al que más adelante daremos un significado) que luego se interrumpe con el cambio del primer plano al plano general del que hablaba anteriormente. Vuelve el silencio. Más adelante, cuando el extraño hombre/fantasma se disuelve, aparece un nuevo sonido, unas campanas. Aquí, el ruido natural de la aparición del carro de caballos, su rueda chocando contra una farola, el ataúd que cede… todo se mezcla con el golpe de las campanas. Cuando el ataúd cae y desaparece el carro, también se esfuma el sonido de las campanas. Una música extradiegética vuelve para el momento final, contribuyendo en el montaje alterno a ese clímax que va in crescendo. El sonido no es menos importante que las imágenes para las sensaciones de las que hablaba antes, lo que termina de formar una experiencia audiovisual muy impactante.
Para terminar, habría que hablar de los significados del sueño. Yo creo que se podría decir que es el tiempo el gran elemento que hay detrás de los miedos e inseguridades del viejo doctor Borg. Los latidos, las campanas y los relojes sin manijas hacen referencia a lo que se mide Isak; no a un tiempo social, que estaría representado por un reloj que marca la hora, sino a un tiempo individual, personal, que él mismo nota que se está acabando. El paso del tiempo le hace pensar en los temas de la muerte y en la soledad. Más específicamente, a la soledad nos reenvía, por ejemplo, la ciudad desierta donde todas las puertas y ventanas están cerradas, o la pulverización del hombre/fantasma, algo que deja a Isak todavía más solo. La muerte estaría representada seguramente por el carro, el ataúd o el encuentro con su doble, que intenta atraerlo hacia su inevitable y cercano destino. Interesantes son también las gafas con los grandes ojos debajo del reloj, elemento que algunos académicos han asociado a una reflexión sobre el sueño en sí, como una realidad que ofrece un nuevo punto de vista sobre las cosas.
Con o sin Freud, Ingmar Bergman firma una pieza magistral, que, en solo cuatro minutos, ahonda en la psicología de su personaje principal. Es, desde luego, una de las presentaciones de protagonista más complejas y profundas que se han hecho nunca, y una escena hipnótica colocada dentro de un especial terreno cinematográfico, el de los sueños, donde todo es posible.
Arturo Tena (@artena_)