Resonancias: Centauros de Kill Bill
El cine de Quentin Tarantino siempre ha exhibido sus influencias desvergonzadamente. Al igual que en sus obras anteriores, en Kill Bill encontramos referencias de todo tipo: desde películas de artes marciales de escasa trascendencia cinematográfica, hasta clásicos modernos como Amor a quemarropa (John Boorman, 1967), de la que adopta su premisa argumental y parte de su desarrollo, y Muerte entre las flores (Hermanos Coen, 1990), cuyos disparos bajo el somier de la cama de Leo (primero en la rodilla de la víctima y acto seguido en el entrecejo) son homenajeados en una de las secuencias de animación de su primer volumen (2003). Sin embargo, hemos tenido que esperar hasta 2004 para que el responsable de Jackie Brown (1997) incorpore a su universo personal una de sus películas favoritas: Centauros del desierto.
La elección se antoja de lo más pertinente, pues ambos largometrajes se centran en una búsqueda sin tregua: si en el film de John Ford el protagonista recorría incansablemente el desierto para encontrar a su sobrina, en Kill Bill Vol. 2 (2004) es Beatrix Kiddo quien busca a su antiguo amante para vengar un asesinato frustrado: el suyo. Tarantino recurre a la secuencia inicial de Centauros del desierto para reforzar el arranque de esta potente secuela: Uma Thurman se dirige al exterior de la capilla movida por la intuición de una presencia externa, al principio inapreciable y posteriormente confirmada por el sonido de un instrumento musical. Aunque la correspondencia entre los personajes de ambos títulos no responda a una simetría perfecta, el significado permanece intacto: amor, traiciones encadenadas, venganza.
Pero además del contenido original, también se respeta la iluminación de sus planos: oscuridad en el interior, anticipando la muerte de los asistentes al ensayo de boda (los Edwards también son masacrados en el western de Ford), y claridad en un exterior gobernado por la inmensidad del desierto, en el que aguarda el Escuadrón de las Serpientes Asesinas (en lugar de los indios) y en el que cazador y presa intercambiarán sus roles a lo largo del metraje.
Varias secuencias más tarde y emulando la estructura circular del film de 1956, Tarantino cierra el penúltimo acto de su descarnada vendetta con una puerta que se cierra misteriosamente a la espalda de su heroína. Una clara referencia al amargo desenlace de Centauros del desierto, aunque a su heroína le espere un destino mucho más esperanzador que el del solitario personaje interpretado por John Wayne.
Carlos Fernández Castro