Reflexiones de película: Nuevos milagros para nuevos tullidos (Lourdes, 2009)
Cuando parecía que, gracias a los progresos de la ciencia, las conquistas sociales y un crecimiento económico sin precedentes, la humanidad estaba a punto de librarse para siempre de las enfermedades, las desigualdades y las supersticiones, surge el Pensamiento Positivo: una suerte de religión laica capaz de igualarnos a todos por la base, por ser la única creencia capaz de convertirnos a todos en sonrientes minusválidos espirituales. Y, de ese modo, obrar sus milagros…
Y como diría el agente Mulder de Expediente X, “la verdad está ahí fuera”, en las aglomeraciones de modernos prometeos que, como él, “quieren creer” y, con su perenne sonrisa en los labios, hacen cola para asistir impacientes a los nuevos centros de peregrinación, deseosos de hurgar en su dolor frente a los demás, de reconocer en un alarde de patético exhibicionismo que, cual seres omniscientes, omnipotentes y omnipresentes, tienen la culpa de todo aquello que ocurre (de bueno y de malo) en sus vidas, de purgarse a través de sádicas y rebuscadas formas de penitencia, y de dar testimonio de los “milagros” que han presenciado, con la esperanza de que, esta vez sí, por fin se obren también en ellos. Su deber es el de ser felices, y no conseguirlo el mayor de los pecados. Tanto si lo consiguen como si no la culpa es única y exclusivamente suya.
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