Reflexiones de Película: la Gravedad del Amor (Interstellar)
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Interstellar, última perla nacarada de Christopher Nolan, cuya contemplación requiere un pequeño esfuerzo por parte del espectador para abrir la ostra, además de un monumental cursillo audiovisual acelerado de astrofísica moderna y una inquietante reflexión sobre las posibilidades de la vida más allá del plano terrenal, es una bellísima historia sobre la ejecución de un desahucio de dimensiones macrocósmicas, con demostración tácita incluida de que (en contra de lo estipulado por la Física) existe una fuerza capaz de trascender al espacio-tiempo y viajar a velocidades superiores a la de la luz: el amor incondicional.
La historia de un amor defraudado
Leo en eldiario.es del pasado 22 de noviembre: “Carmen Martínez Ayuso, vecina de Vallecas de 85 años, fue desahuciada tras cinco décadas viviendo en la misma casa, por avalar a su hijo”. A pesar de que este tipo de noticias nos siguen poniendo los pelos de punta, lamentablemente hace tiempo que han dejado de ser relativas para volverse generales.
Ahí va otro titular no menos impactante y de repercusiones más amplias, que nunca veréis publicado: “Forma de vida inteligente y consciente de sí misma, humanos terrícolas para más señas, ha sido notificada de la inminente ejecución de desahucio tras casi 200 mil años viviendo en el mismo planeta”.
¿Te imaginas una peli que comenzase con un plano del prota leyendo esto en la primera plana de un diario…? No, ¿verdad? Más que nada porque, por muchos periódicos que se fuesen a vender ese día titulando de esta guisa, con toda probabilidad sería el último ejemplar que se llegaría a editar y, por ende, a adquirir sobre la faz de la Tierra. Así que, partiendo de esta premisa, es perfectamente factible que existiese un consenso por parte de las fuerzas vivas mundiales para acallar esta “incómoda verdad” (un cariño a Al Gore). Lo que a su vez nos lleva a otra conclusión aún más inquietante: ¿quién te dice a ti que esto no esté pasando ya…? (El periódico ya hemos quedado en que no). Pues algo así debió pensar Nolan a la hora de ponerse a escribir, junto a su hermano, el guión de esta peli hace ya unos cuantos añitos: alguien tenía que hablar de esto. Por eso me fascina la ciencia-ficción: porque en ocasiones, en lo más profundo de tu ser, algo encaja, se acopla, resuena, y eres más consciente de lo que empíricamente se podría constatar de que estás frente a verdades como puños.
Me imagino que algo así le debió suceder hace ahora casi un siglo a Chaim Weizmann. Se cuenta que, durante una larga travesía en barco desde la entonces Palestina británica hasta Nueva York, Albert Einstein explicaba todos los días al líder sionista y, más adelante primer presidente del recién creado estado de Israel, Chaim Weizmann, su teoría de la relatividad. “No le entendí absolutamente nada y mucho menos las fórmulas que me escribía en servilletas… –reconoció Weizmann- pero, por lo menos al llegar a Nueva York quedé convencido que Einstein estaba completamente seguro de lo que decía y sí entendía la Relatividad”.
A mí personalmente, me ocurre como a Weizmann, que aunque sea consciente de que Christopher Nolan es un ser superior (pero no del tipo Florentino Pérez), cuyos postulados y genio jamás llegaré a comprender del todo por más veces que vaya a ver su película (al parecer, la cadena de cines AMC, consciente de esto mismo, ha propuesto una maravillosa tarifa plana para que los fans norteamericanos de Interstellar puedan visionar y analizar el filme tantas veces como consideren necesarias), tengo una fe gigantesca en que no sólo sabe bien de lo que habla, sino que nos lo mastica, digiere y regurgita de tal manera que nosotros, simples y pobres mortales, sólo tenemos que permanecer sentados con la boca abierta para deglutir en apenas dos horas y media todo un siglo de ciencia.
No obstante, a pesar del esfuerzo denodado de Nolan (convenientemente asesorado, eso sí por Kip Thorne, toda una eminencia en este campo a la altura de Stephen Hawking y el finado Carl Sagan) por traducir al lenguaje cinematográfico la Teoría de la Relatividad en general y, en particular, uno de los posibles fenómenos que, al menos sobre el papel, podrían derivarse de ella como son los agujeros de gusano y su más que controvertido uso como tobogán intergaláctico para localizar y colonizar/esquilmar otros mundos, Interstellar es, ante todo, la crónica de un desahucio anunciado. Lo realmente revelador del filme no es sólo que consigue recordarnos lo incómodos que nos sentimos (dentro y fuera de la peli) en esta Tierra nuestra que se nos hace pequeña a pasos agigantados, sino sobre todo la angustia existencial de que cada vez nos sentimos más extraños en nuestra propia casa debido a que hemos organizado tantas fiestas, despilfarrado tantos recursos, desordenado tanto los muebles, ensuciándolo tanto todo y molestando tanto a los vecinos que el casero (que ya venía dando señales evidentes de malestar) finalmente ha decidido fijar una fecha para nuestro desalojo. La peor pesadilla de James Lovelock se hace realidad y Gaia decide librarse de una vez por todas de nosotros.
Puede que sea porque ambos acontecimientos han ocurrido simultáneamente y ambos me han impresionado hasta las lágrimas. Pero ocurre que se me antojan muy similares el caso de esa anciana vallecana despojada de todo cuanto tenía a causa de la inconsciencia de su hijo y de un sistema pernicioso que permite llegar a consecuencias tan catastróficas, y el de esa otra vetusta madre de todos que se ve obligada a desalojar la vida de este planeta debido a que la raza humana, obsesionada con su propio especismo (esa incomprensible manía antropocéntrica que nos hace pensar en la Tierra como una propiedad privada que podemos poner a nuestro nombre para avalar un modo de vida absolutamente negligente) es capaz de defraudar hasta la arcada su amor incondicional. Como dice el personaje de Michael Caine: “No es nuestro deber salvar el mundo, nuestro deber es irnos de él”.
La historia de un amor incondicional
Me atrevería a decir que estamos ante la película más emocional de este director británico, tradicionalmente acusado de frío y calculador. No sé si sería por afán de revancha o por demostrar que, aparte de un cerebro prodigioso, también tiene su coranzoncito, pero el caso es que Christopher Nolan, al concebir a Joseph Cooper, el protagonista de la película, ha diseñado un personaje tan colosal y multifacético, que parecería mentira que hubiera un actor capaz de estar a la altura exigida. El elegido fue Matthew McConaughey (mi actor favorito de 2014, del que ya tuve ocasión de hablaros a colación del papelón que se casca en la serie True Detective), que, como el coloso de Rodas que es, más que protagonizar esta película, se erige como sumo pontífice, con un pie en cada orilla, entre la pantalla y el atónito espectador.
Como los puentes de Gamla Stan, en Estocolmo, McConaughey se extiende, conecta y otorga sensación de unidad capital a las múltiples dimensiones en las que se desarrolla la película:
- Cooper es un Leonardo postmoderno, a caballo entre dos mundos: ingeniero procedente de una época de bonanza, testigo de la decadencia de la humanidad, reconvertido forzosa y forzadamente en granjero y último bastión de la ciencia en un mundo que vive de espaldas a siglos de conocimientos y cuyos gobiernos parecen más centrados en estupidizar a la población que en evitar la pérdida irreparable de los avances de la civilización, elevando a rango de superstición los hitos más importantes de la historia de la humanidad.
- Cooper es el nuevo cowboy de los anuncios de Malboro, enfundado en su traje de cosmonauta. Él es el elegido para guiar a una humanidad agonizante hacia pastos más verdes donde la vida aún pueda continuar. El único que puede tender el puente entre una certeza atroz y una esperanzadora hipótesis aún sin demostrar. Moderno Moisés para el que se ha dispuesto un paso entre las vastísimas extensiones de la mar galáctica, posibilitando el Éxodo (y ganando por la mano un Ridley Scott con una adaptación del libro bíblico mucho más acorde a los tiempos).
- Cooper es nuestro particular Google Translator. Entre un ingeniero y un físico friki de lo cuántico hay un mundo (o un quark, según se mire). Que nuestro protagonista tenga tanta idea de astrofísica como nosotros, de modo que el resto de los personajes tenga que tomarse la molestia de explicarle/nos cada aspecto teórico relevante es un peaje impagable y un recurso extraordinariamente empleado por Nolan, porque no abusa de él ni un ápice.
- Cooper es el cristo redentor de la era post-apocalíptica. El mesías por cuya pasión voluntariamente aceptada la humanidad entera es perdonada de sus pecados y reconciliada en otra vida fuera de este mundo. El hijo del hombre que vence a la muerte para resucitar más allá de la tercera dimensión y aparecerse a los suyos para proporcionarles la buena nueva.
- Pero antes que todo lo demás (y precisamente por ello también puede ser todo lo demás), Cooper es amor incondicional. O mejor dicho, el vehículo del amor más incondicional del que se tiene noticia y que habitualmente se conoce bajo la denominación de padre. El amor trascendental que un padre siente por sus hijos (y no otro: no puede ser de otra clase y Nolan también nos lo quiere demostrar) es el único capaz de conseguir que un simple ser humano (por mucho que lo encarne Matthew McConaughey) se esfuerce por atesorar y actualizar constantemente sus conocimientos, atraviese los confines de nuestra galaxia, sacrifique su vida en pos de una remota posibilidad de supervivencia para su prole, y se transforme en energía pura para subvertir los postulados de la física cuántica para insuflar esperanza en los corazones de sus seres queridos.
La historia de un amor ausente
A pesar de que no hay ni una sola escena de sexo en toda la película, Cooper es muy hetero y Nolan no se cansa de darnos evidentes pruebas de ello. Si hay algo que convierte a un director de cine en un tremendísimo director de cine no es sólo la gestión de los personajes que aparecen en escena; también (y en esta peli especialmente) lo es la elección de los personajes que no han de figurar en ella.
La madre es la gran ausente en Interstellar. No solamente la mujer de Cooper, fallecida al parecer, y mamá de esos dos niños huérfanos que quedan al cargo del ingeniero reconvertido a granjero y de su resignado suegro. La gran madre también brilla por su ausencia: la naturaleza otrora dadivosa, abundante, exuberante y reparadora nos niega ese amor que creíamos infinito y también Cooper tiene que hacer horas extras para tratar de paliar los estragos emocionales que tanta ausencia maternal confiere a la trama.
Aún así Cooper no es de piedra, y tras años de entregada dedicación a sus dos hijos y un trayecto interplanetario de más de un lustro (esto suma más de una década sin conocer mujer), nuestro protagonista da muestras fehacientes de su inclinación sexual en la figura de su compañera de viaje (Anne Hathaway -por cierto, ¿alguien más piensa que esta chica es Matthew Broderick reencarnado en mujer?). Pero Nolan le (nos) somete a una acertadísima abstinencia precisamente para enfatizar el valor del amor filial de Cooper, evitando que tanto el espectador como la trama pierdan foco, reconcentrando la tensión sexual, reciclándola y sublimándola en un apoteósico desenlace tántrico.
La historia de unos amores frente a otros
A pesar de que Cooper y sus acompañantes en este épico viaje para salvar a la humanidad viajan a años luz de distancia, siguen arrastrando sus propios problemas personales. Y es ahí donde verdaderamente gravita la temática de Interstellar. Como si de un agujero negro que todo lo absorbe se tratara, la elección que hacen estos exploradores del cosmos de anteponer (o no) el bien de la humanidad por encima del de ellos y sus seres queridos es el verdadero tema del film.
Antes os mencionaba la evidente hipótesis que Nolan pretende demostrar a través de su filme y con la que yo estoy totalmente de acuerdo: de todas las clases de amor que un ser humano es capaz de sentir, únicamente el que se tiene por los hijos es absolutamente incondicional y, por tanto, el único capaz de conseguir que el hombre (y la mujer) transcienda de sí mismo y se sacrifique por un futuro mejor.
De todos los duelos que he contemplado a lo largo de mi vida en una pantalla de cine, el que se produce (y sobre todo por qué se produce) en Interstellar es uno de los más grandes que yo recuerdo. El antagonista para el combate no es elección baladí. Y Nolan echa el resto… “¡Coño, pero si es Matt Damon! ¡¡Una hora y media después de que haya empezado la película!!”, quieres gritar a tu acompañante de butaca… “Aquí se cuece algo gordo”, piensa el espectador avezado. Y no se equivoca… Pues entre los personajes de Matt Damon y de Matthew McConaughey no te creas que hay, a priori, tanta diferencia: ambos son científicos, ambos son rematadamente atractivos, ambos están en edad de merecer, ambos podrían tener la vida que quisieran si las circunstancias fueran más propicias…, y, sin embargo (o precisamente por todo ello) han decidido sacrificarse por mor del bien común. Entonces, ¿por qué se pelean…? Para no destripar excesivamente la película a aquellos de vosotros que aún no la hayáis visto, únicamente os diré que se pelean porque el científico encarnado por Damon no tiene hijos. De haberlos tenido, Matt Damon no habría tenido que poner cara a uno de sus personajes más mezquinos y con el que, al mismo tiempo, es perfectamente factible empatizar y comprender sus motivaciones, por muy rastreras que sean: si no tienes quien te vaya a sobrevivir, tu instinto hará lo posible porque el que sobrevivas seas tú… No digo más… Dadle una vuelta y decidme si creéis que me equivoco.
Otra de las grandes historias de amor que hay en Interstellar es la de los amores filiopaternales… Debido a la paradoja temporal que se produce al aproximarse a cuerpos cuya gravedad es gigantesca, el tiempo para Cooper (a punto de colarse por un agujero negro millones de veces más grande que nuestro sol) transcurre vertiginosamente más deprisa que para los terrícolas. De modo que, tras años de labores de mantenimiento porque la llamita de la esperanza no se llegase a apagar, la historia alcanza uno de sus principales arcos argumentales cuando Cooper y sus hijos aproximadamente rondan la misma edad. No es que Cooper sea un mal padre, es que se ha pasado la mayor parte del viaje en un sueño criogénico mientras que sus hijos clamaban en el desierto: Tom, el varón (Cassey Affleck), orgulloso de su padre, a voces, y la chiquilla Murphy (Jessica Chastain), aferrada a su rencor por el abandono del padre como a un clavo ardiendo, en un silencio atronador. Sin embargo, algo viene a alterar y a alternar este equilibrio: el hijo ya es padre. Un padre que, contranatura, sobrevive a su propio hijo. Un padre que, al perder la esperanza en el futuro, pierde la esperanza en el presente. Un padre abandonado que también y al mismo tiempo se siente huérfano: huérfano de porvenir y de raíces. Y es precisamente en el desarraigo del personaje de Cassey Affleck en el que Nolan parece basarse para refutar su particular teoría de los hijos representan el futuro y su desaparición la erradicación de toda esperanza.
Coexisten otras dos figuras paternales en el filme de Nolan: la de Donald (suegro de Cooper, interpretado por el veterano John LIghtow) y la del profesor Brand (Michael Caine), que vale por tres: pues además de ser progenitor de la guapa doctora Brand -la compañera de viaje de Cooper y depositaria de sus afectos, Anne Hathaway-, es alma pater de Cooper y padre de la hipótesis de la Teoría Cuántica de la Gravedad, base científica de las tuneladoras interestelares capaces de oradar agujeros de gusano.
Donald es la versión anciana de Tom al tiempo que el profesor Brand, padre espiritual de Cooper, a pesar de su labor deslucida y sacrificada, es quien realmente conoce todas las verdaderas posibilidades y metas de la misión suicida. Cuatro padres; dos facciones: la de los perdedores (porque ambos han perdido sus ilusiones el día que enterraron a sus respectivos hijos) y la de los sacrificios sin condiciones: Cooper sólo sacrifica todo lo que tiene; Brand además está dispuesto a perder lo más valioso que posee un científico: su reputación.
La historia de un amor interdimensional
Dicen que mientras hay vida hay esperanza… Pero, ¿cómo podemos seguir sintiendo que nuestros seres queridos siguen vivos más allá del plano terrenal? ¿Por qué seguimos amándoles una vez que han abandonado esta realidad…? ¿De qué nos sirve seguir haciéndolo si no tiene ningún fundamento evolutivo…? ¿O acaso sí que lo tiene…? Estas y no otras parecen ser las preguntas a las que Nolan desea responder excusándose en una faraónica peli de ciencia-ficción, y la razón por la cual algunos (entre los que creo encontrarme) afirman que el director británico aprovecha la ocasión para ofrecernos una de las explicaciones más plausibles de la historia del cine a ciertos fenómenos que entrarían (por el momento) en el terreno de lo paranormal, como lo son las corazonadas, las percepciones extrasensoriales, los fantasmas, e incluso la vida más allá de la muerte de nuestro envoltorio físico…
En este caso son las mujeres (más tendentes, más proclives o más sensibles a sintonizar este tipo de frecuencias emotivas) sobre las que recae la responsabilidad de apostar por lo oculto (por lo aún no (de)mostrado) como fundamento de decisiones trascendentales para el transcurso de la historia. Ambas hijas (la doctora Brand y la ya doctora Cooper) siguen el dictado de sus corazones (aún cuando no gozan de ninguna prueba fehaciente) y ambas aciertan. Una de cal y otra de arena: en el caso de la primera, la prevalencia de la razón frente a la intuición casi da al traste con el futuro de la humanidad. Por fortuna, en la determinación y persistencia de la segunda está la clave de nuestro porvenir.
La historia de un amor recíproco y perfectamente complementario
La de Christopher Nolan y Hans Zimmer es una de las historias de amor profesional mejor trabadas y trabajadas de la historia del cine (quizás sólo a la altura de la de Tim Burton y Danny Elfman). El verdadero amor es aquel que no sólo te lleva a ofrecer lo mejor de ti mismo, sino también aquel que te posibilita prestar atención al feedback del otro, de modo que, a través de la retroalimentación positiva alcancemos cotas aún insospechadas de excelencia. Tal parece ser el caso de la banda sonora de Interstellar. No recuerdo dónde leí (ni me atrevería a asegurar que no sea más que un precioso rumor) que, siendo consciente Nolan -tras casi una decena de proyectos en común con Zimmer- de que el compositor germano comenzaba a gravitar quizás en exceso alrededor de la magnífica fuerza de atracción de anteriores obras maestras suyas, le escribió una carta (supongamos que en inglés) a su socio alemán. Cuentan que, en ella, Nolan exhortaba a Zimmer a morder con sus propios dientes si fuera preciso el cordón umbilical que le mantenía vinculado estética e instrumentalmente a sus composiciones previas con tal de romperlo definitivamente, pues la película que tenían entre manos no sólo exigiría de todo su genio, sino que estaba llamada a suponer la cumbre de su carrera artística.
Adoro las historias de superación y quiero creer que esta además es cierta, puesto que de serlo supone que la misiva de Nolan surtió todo el efecto deseado: pocas bandas sonoras han sido (y siguen siendo aunque ya no esté frente a la pantalla) capaces de revolverme en la butaca, tanto por fuera como por dentro. Si toda Interstellar rezuma homenaje a aquella Odisea en el Espacio de Kubrick, es precisamente en la intensidad de esa última nota sostenida del inconfundible poema sinfónico de Strauss, donde se aprecia que el tributo es compartido mano a mano, de director a director y de compositor a compositor, y al espectador agradecido le dan ganas de saltar y aplaudir en mitad de la proyección.
La historia de un amor desaprovechado
La única pega que le pongo a Interstellar es que, siendo consciente como lo es Nolan de su capacidad para captar la atención del espectador hacia temas complejos (e incluso incómodos) y de su maestría para remover conciencias y despertar emociones latentes pero dormidas, no haya sido más generoso y visionario. Al salir del cine tuve la misma sensación que años antes cuando concluyó el documental de Al Gore: allí faltaba algo…
A ver, poner sobre el tapete del circuito comercial temas trascendentales que están por encima de las pequeñeces que nos agobian a diario, tiene un mérito incontestable.
Pero si considero que esta película revoluciona el género de la ciencia ficción, no es sólo por las teorías que propone, sino porque hace del ser humano el vehículo para que todo suceda. El único obstáculo real al que nos enfrentamos como humanidad es a la voracidad del egoísmo que puede tornar una herramienta en un arma. Es ese egoísmo el que ciega la fe y hace que se pierda la esperanza y en realidad se convierte en el único enemigo a vencer. Sólo el individuo consciente tiene poder de comenzar a resolver los problemas del mundo consigue precisamente eso: individuos conscientes. Conscientes hasta que de nuevo nos volvamos inconscientes. Y ese lapso, tanto Nolan como Gore deberían saber que apenas dura unos minutos (unas horas como mucho, si tras la peli se tiene la sana costumbre y la suerte de llevar a cabo un cine-fórum con unas cañas) y que debe ser aprovechado para canalizar todas esas ganas de ser mejor, esa voluntad de participar en algo más grande que uno mismo, todas esas buenas intenciones con las que el espectador sale de la sala y de las que, antes de coger el metro o el coche de vuelta a casa, apenas quedan escurridizos vestigios, como quien despierta de un sueño esclarecedor y ya en la ducha, imbuido en el ajetreo del día que se nos viene encima, olvida… Olvida irremisiblemente.
Por eso os confieso que eché de menos a la salida del cine un canal, un vehículo, un medio (no importa si queréis tildarlo de ONG, proyecto colaborativo, empresa social, laboratorio de imasdé…, algo…) al que asirse… Una suerte de tatuaje que nos orientase al despertar de nuestra amnesia colectiva. Como una de esas ideas que, de pronto asaltan tu mente, de modo que es imposible saber si es tuya su autoría o ha sido otro quien te la ha inoculado mientras dormías…
Rubén Chacón
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¿Por qué algunas personas necesitamos leer textos, reflexiones o críticas que sacudan nuestras emociones y hasta nos revuelvan las tripas?, ¿acaso somos iguales a los que demandan compulsivamente teleBasura o prensaBasura amarilla, gore o sesiones sado-maso?, pues quizá tengamos muchos puntos en común, pero tal vez lo que nos diferencie sea la consciencia… de qué, no lo sé, lo siento, ahora no estoy teniendo un momento consciente. Solo sé que necesito leer cabilaciones de otras personas que me desasosieguen porque la normalidad, las reflexiones asépticas, tan libres de carga emocional como el conejito perdedor de Duracell, no me aportan nada. Al final veré o no las películas, pero quiero leer lo que nadie me dice ni me quiere contar. Conclusión: Rubén Chacón, sígue hiriéndonos cuanto quieras.
¿Por qué algunas personas logran atravesar todo el lago de la vida sin, al parecer, haber provocado la más mínima perturbación en su superficie…? ¿Por qué otras se asemejan a X-MEN emocionales, Magnetos de las sensaciones, Xabieres de la empatía…? ¿Por qué parece que los hay empeñados en partirse las alas por rozarse con la piel de una gota…? Sartre seguramente te diría que en el fondo da igual… Que cada cual escoja la forma de suicidio que más le satisfaga y que todo lo demás, hasta la expiración postrera no es más que una forma de autojustificarnos el papel que elegimos interpretar en este vodevil…
Mi profe de meditación insistía tanto en que mi felicidad dependía hasta tal punto de mi sosiego y mi capacidad para esquivar las minas emocionales que más pronto que tarde ambos nos percatamos de que no nos íbamos a entender… Yo sé que él llevaba razón. Él sabe que yo no tengo remedio…
Personalmente soy de los que prefieren las historias con varios narradores, en las que los puntos de vista de los protagonistas no tienen por qué converger, y el receptor elabora su propia versión de la historia, evaluando de forma completamente subjetiva (que no inducida) la credibilidad que le otorga a cada uno de sus personajes, así como a quién le concede el beneficio de la duda razonable o a cuál otorga su lealtad…
Si me das a elegir, me quedo con las tramas de las que ya conozco el final a aquellas que me lo aplazan sine die para «después de la publicidad». Sin embargo, también sé que hay quién identifica el Alto Ocio con el encefalograma plano o la narcolepsia. ¿Cómo (para qué) predicar en estos descampados neuronales que es posible enamorarse del discurso de otra persona? ¿Cómo (para qué) hacerles entender que no hay minuto más valioso que el empleado en reflexionar y en dejar que te provoquen una reflexión…? ¿Cómo (para qué) tratar de explicar que a través de una idea, una viñeta, un texto, una foto, una peli, una canción, una escultura, un jardín o un edificio puedes hacer el amor simultánea e intelectualmente con otras 641 personas sin que por ello te puedan acusar de contravenir los convencionalismos sociales…?
No sabría confesarte cuántas horas habré invertido en el visionado repetido de esta obra maestra, cuántas a encaminarme por los vericuetos de la reflexión, ni cuántas habrán sido las dedicadas a traducir en palabras mis emociones y mis planteamientos. Si a esto le sumamos las horas dedicadas por personas que, como tú, nos honráis no solamente con vuestra lectura, sino con vuestros retronutritivos comentarios, a las horas que, a su vez, otros emplearán en leer a su vez vuestras aportaciones, todo ello arroja una cantidad enorme del activo que personalmente considero más valioso en este mundo: la atención.
Este blog es fruto de la atención y sólo con atención se paga.
A mí me parece un trato justo. En cuanto a los demás que, cada cual se mire su ombligo, a ver si puede afirmar lo mismo.
No sé muchas cosas, Marta. Pero si hay algo de lo que estoy seguro es que me encanta herir y meter el dedo en la llaga… Herir de frente (jamás por la espalda) es lo mío. Y siempre pido permiso y, si se tercia, también pido perdón… Y una vez abiertas, como decía el Calamaro por boca de otro, a las heridas hay que dejarlas sangrar… A las heridas: let it bleed.
Querido Rubén, tal y como te he contestado x Twitter.. eres la leche!
Según leía tu respuesta me han venido a la cabeza unas frases del libro de Jean Wilde «Hacia el infinito», primera mujer de Stephen Hawking, en el que se ha basado la película «La teoría del todo» sobre la vida del científico:
«..Yo escuché, entre divertida y fascinada, a aquel personaje tan poco corriente, que me atraía x su sentido del humor y su carácter independiente. Estaba claro que, al igual que yo, era una persona que tendía a avanzar a trompicones por la vida…».
Cada escrito tuyo rezuma dedicación y responsabilidad. Me parece imposible que todo te salga directamente, sin haber hecho una larga y profunda reflexión, y ese esfuerzo y esa honestidad es lo que al final engancha, y así se gana a los clientes … o a los lectores. Te seguiré muy atentamente Rubén.
Un abrazo,
Brillante crítica/reflexión sobre la película. Gracias.
Advierto, tómense esta información con cautela, porque no la he podido comprobar.
Cuando vi la película, en una de las escenas, escuché una voz que sin duda no debía estar en el metraje, se había colado una interferencia sonora o un error en la edición. Ya que la peli diluyó todas mis posibles distracciones, olvidé aquel punto hasta que hoy, al descargarme este podcast, he vuelto a reconocer aquel sonido, estoy convencida de que se trataba de esta grabación, y por tanto, la voz, era la de Rubén Chacón.
¿Cómo puede ser? ¿De cuándo es este mp3? ¿Podrían decirme si es que llegó a manos de Nolan?.
O… no, no puede ser… ¿es que acaso señores de Bandeja de Plata, se han introducido ustedes a través de Gargantúa? ¿no le habrán dado al REW para pasar ‘la gravedad del amor’ por el estudio de SoundWorks Collection y luego a FF hasta el presente?. Todo es posible dentro de este blog.
Muchas gracias por su generosidad, por este magnífico regalo, y por otros tantos, que los colores amarillo y negro distribuyen a través de mi pantalla y, también, a través de mis auriculares.
Rubén Chacón, tus silogismos fliparían al mismísimo Aristóteles, felicidades y gracias por tomarte el tiempo de escribir todas tus interesantísimas reflexiones y ahora incluso más sugestivos podcasts.
Genialidad en las propias palabras del autor es doble genialidad.
Alguien me sabria explicar el porqué cooper da la mano a Anne, por qué en ese momento, y el porqué de la reaccion de la muchacha? Gracias!
La teoría del doble cuántico ha sido para mí la explicación más cercana para entender el origen de las visiones de la meditación, los sueños lúcidos, las alucinaciones y eventos paranormales, Jean Pierre Garnier-Malet, explica cómo somos los creadores de nuestro futuro, cada uno tiene su doble energético que se encarga de traernos por mensajes que debemos aprender a leer como si fuera un mapa, para que con esa información tengamos nuestro mejor futuro posible, después de que el doble ya experimentó todas las posibilidades, junto con la explicacion dada ahora magistralmente por Nolan, todo tiene sentido para mí. Gracias Rubén por la excelente crítica!!!! Los invito a leer sobre la teoría del doble cuántico!
Qué preciosa alegoría del ángel de la guarda sería esta!
Me acercaré con mucho interés a las teorías de este autor, que desconocía…
Sin embargo, y reconociendo de partida mi total ignorancia en estos aspectos, de entre todas las dudas que se me agolpan en mi cabeza al pensar en las posibilidades que arroja esta teoría, hay una que saca un par de cuerpos de ventaja…
Hasta donde mi capacidad de entendimiento llega, lo que entiendo a partir de este tipo de postulados es que múltiples versiones de nosotros mismos exploran todas aquellas ramificaciones que de nuestra vida podrían haber sido… No me importa creer en esta premisa (de hecho me encantaría), lo que ocurre es que, así a bote pronto, se me antoja que de ser así, las versiones de nosotros mismos serían infinitas y, por lo tanto, ¿cómo y quién define el criterio para seleccionar aquellos acontecimientos «más propicios» o tendentes a nuestra felicidad…?
Ahora bien, también he leído en algunas revistas de divulgación, que el número de estos multiversos sería finito, lo cual reduciría la muestra a unas 10.000 posibiidades (por favor, no me pidas que te explique por qué algunos teóricos se quedan con esta cifra). Si así fuera, entonces sí, tendríamos una muestra lo suficientemente amplia como para «elegir» y lo suficientemente finita como para (una vez más) «elegir».
Por aquí es donde me surgen los problemas:
a) Si esta fuese nuestra «súper realidad», entiendo que exigiría que existiese una suerte de «tasador» capaz de dilucidar, en cada segundo trascendental de nuestras posibles vidas, la opción más adecuada de entre todas las potenciales (que supuestamente serían reales puesto que en otra parte y en otro momento del multiverso ya habría tenido lugar) ¡para todas ellas! Y correr raudo cual rayo de luz y multiplicarse (a través del prisma) en miles de haces para comunicar (de alguna manera) ¡a todas las versiones de nosotros mismos! (cada una en sus respectivas coordenadas espacio-temporales) cuál sería la mejor opción a seguir para cada una de nuestras múltiples versiones.
b) Porque la otra opción (en la que me da que habitualmente solemos querer creer -aunque sea de forma inconsciente-) es que existiese una versión de nosotros mismos que es como más verdadera que las demás… Como si el resto de avatares sólo estuvieran por ahí pululando para poner a prueba el resto de posibilidades… Sería tan inhumano pensar así como tratar de justificar el nacimiento de clones nuestros sólo por si precisasemos de alguno de sus órganos para que nuestro «yo más yo» viviera más y más a costa suya (supongo que has visto La Isla).
En conclusión, si a) es verdadera y b) es antiética, ¿por qué pensar -¿y de quién depende pensarlo?- que existe una opción mejor que otra? En esta tesitura, cada versión de nosotros mismos seguiría un camino (si prefijado o no de antemano ya sería otro melón que abrir), pero cada cual el suyo, ¿no? A lo sumo, me gustaría pensar que, durante la fase REM, todas nuestras vidas posibles (o al menos las que se lleven bien entre ellas), se reúnen alrededor de la hoguera de Morfeo a compartir las narraciones de sus respectivas reallidades… Sería perfectamente humano y comprensible que, nuestra versión de nosotros mismos, al despertar y regresar de tan particular encuentro de networking, albergase algún sentimiento de envidia o admiración, la tendencia a imitar o a rehuir alguna otra posibilidad de nuestras otras posibilidades…
Ya me entiendes, el típico: «si yo fuera tú…», ¡pero literalmente!
Mil gracias por suscitar esta nueva elucubración, María Juana.
Un cordial saludo.
Toc, toc, toc, t… puedo interrumpir?!
Estaba yo preguntándome en qué se parece un cuervo a una mesa de escritorio, cuando me he topado con esta impresionante charla. Así que he dejado las adivinanzas derivadas de la intoxicación por mercurio, para meterme en otro universo matemático de la mejor calidad.
Es muy interesante que todo lo que lleve el apellido ‘cuántico’ satisfaga y escude cualquier explicación ‘milagrosa’ para muchos rompecabezas apasionantes, pero me temo que no todo vale… Los científicos, y sobre todo en el campo de la astrofísica, se dedican a meter historietas a sus estudios más complejos con dos objetivos primordiales: divulgar y atraer pasta. Personalmente creo que hacen muy bien, pero generan una controversia que es importante no tomarse al pie de la letra.
Ahora ya que entro en esta deliciosa merienda, solo tengo una observación que aportar, no conviene transgredir las reglas de esta ciencia- (ficción por ahora). Se trata de navegar en la difícil dimensión del tiempo, y por tanto dichas jerarquías de múltiples ‘yo’, y su emanación ética, son inútiles. No hay una solución válida y lo son todas a la vez. Así que yo paso de la opción (b).
Por esto mismo, no se trata de duplicar sino de desdoblar. Es más, los clones no son versiones de nosotros mismos, por supuesto que el material genético es exactamente idéntico, pero debemos recordar la conocida simplificación, pero bien útil, de ‘fenotipo = genotipo + ambiente’, por consiguiente nos encontramos con individuos independientes.
Claro que con el tema de los clones (los gemelos monocigóticos lo son), como nos atrevamos a meter el adjetivo cuántico, podemos adquirir una bonita solución para experimentos sobre telepatía gemelar: el entrelazamiento… cuántico.
Y ya me salgo de aquí, que de darle vueltas a los espines, la estadística y hasta el gato de Schrödinger (que para mí era Cheshire haciendo de las suyas), acabaré con la temida sentencia de la reina de corazones sobre mi cabeza.
Qué magnífico plan!, escuchar música de REM alrededor de una fogata de adormidera. Con esas condiciones seguro que se confirman todas estas hipótesis. (Uy! estoy escuchando la risa de perro pulgoso, debe ser que mis niveles de mercurio vuelvan a estar por las nubes).
Un saludo y muchas gracias
no había visto todo el hilo se puso mas interesante los comentarios que la pelicula…. ahahhahaha saludos!