Placeres Inconfesables: Un Romance muy Peligroso (Out of Sight) (1998)
Así dicho puede sonar raro, e incluso arriesgado para mi reputación (si alguna vez la tuve), pero he de confesar que «Un Romance muy Peligroso» se encuentra entre mis placeres inconfesables. Curiosamente es uno de los que más orgulloso me siento, y al mismo tiempo, el que menos suele comprender mi círculo de confianza. Ellos se lo pierden. Supongo que en gran medida es una cuestión de prejuicios, porque no recuerdo muchas películas que combinen géneros tan atractivos como la comedia, el romance, el thriller y la acción, con semejante clase y saber hacer.
No me cabe la menor duda de que esta película constituía una suerte de match point para Steven Soderbergh, un director que por aquel entonces se encontraba al borde del abismo. El otrora niño mimado del cine independiente americano de los años 90, no podía permitirse otro fracaso (comercial, que no cinematográfico) que definitivamente echara por tierra su (ex)prometedor futuro. Para muchos, el director americano se había convertido en un «one hit wonder» que seguía en el negocio gracias al éxito de «Sexo, Mentiras y Cintas de Video». Pero su crédito estaba a punto de expirar.
Quiero imaginar que a finales de los 90, si querías un taquillazo necesitabas un par de actores que fueran capaces de llamar la atención del gran público, y no precisamente por su potencial interpretativo. Soderbergh llegó a la conclusión de que si quería mantener su independencia creativa, debía pagar un precio: el clásico «una para ti (película comercial), una para mi (hago lo que me pide el cuerpo)» que muchos iluminados no acaban de asimilar. Sabía lo que quería y recurrió a dos actores que no sólo eran extremadamente atractivos y estaban en su mejor momento, sino que hacían saltar chispas cada vez que compartían plano. Desde mi humilde punto de vista, esta es la razón que justifica los estelares repartos de las películas de Soderbergh desde el día en que vio peligrar su estatus de director consentido.
Este gran acierto de casting fue inteligentemente explotado por director y guionistas, que conscientes de la química existente entre los dos protagonistas, dosificaron sus encuentros con cuentagotas. George Clooney y Jennifer López apenas coinciden en la gran pantalla a lo largo de la película, pero cuando lo hacen, algo mágico sucede. Soderbergh planifica magistralmente las principales secuencias que ambos comparten, y las convierte en momentos inolvidables ¿A quién demonios se le ocurriría meter en un maletero a un hombre y una mujer para cimentar las bases de un romance? Y lo mejor de todo es que funciona. Si pudiéramos encapsular la tensión sexual que desprende esta «cucharita» (ambos interpretan esta secuencia cual matrimonio acurrucado en la cama durante una fría noche de invierno), la empresa productora de Viagra tendría sus días contados.
No le va a la zaga la segunda cita entre los dos tortolitos, más convencional desde el punto de vista espacial, pero harta original en la concepción de su montaje. Soderbergh alterna el cortejo y la primera noche de pasión de una manera extremadamente elegante. Como no podía ser de otra forma, cualquier posibilidad de rutina se desvanece, merced al suspense que aporta el permanente juego del gato y el ratón entre la comprometida agente de la ley y el enamoradizo atracador de bancos.
Pero «Un Romance muy Peligroso» es mucho más que el magnetismo animal existente entre sus dos protagonistas. Se trata de una película que quiere ser «cool» y lo consigue, algo endemoniadamente difícil. Sólo hace falta recordar los productos protagonizados por el Ben Affleck actor, el Matthew McConaughey anterior a la abducción, o la mismísima J. Lo, que desesperadamente «quieren y no pueden» ser esta película. El guión de Elmore Leonard aporta diálogos afilados e ingenio a raudales, pero su impacto sería sensiblemente inferior sin la presencia de Soderbergh detrás de las cámaras. La estética visual de sus planos y la manera en que están rodados son esenciales para obtener el excelente acabado del film, al igual que lo es el empleo de la partitura de David Holmes, capaz de convertir en sofisticada una acción tan rutinaria como salir de casa para ir a comprar el pan.
Pera hay muchos más detalles que me inclinan a calificar esta película como un acto de amor al séptimo arte, y no un último disparo a la desesperada de un director acorralado por el fracaso. Soderbergh presenta una actitud relajada, juega a ser GODard con su fracturado montaje, y muestra una abrumadora seguridad en sí mismo a pesar de tener en sus manos una historia de amor sin credibilidad ni coherencia. Cual domador de fieros leones, logra que el espectador salte por el aro sin hacer preguntas ni exigir justificaciones a lo que aparentemente son decisiones caprichosas. ¿Alguien se jugaría la libertad por seguir sus instintos, tras haber experimentado un flechazo por una agente del FBI? No, pero es mucho más interesante aceptar el juego que propone Soderbergh, tremendamente divertido desde el primer momento y rebosante de inteligencia.
Otro de los secretos que hacen brillar esta infravalorada película es su excepcional ramillete de secundarios, mucho más que meras comparsas de los protagonistas. La presencia y consistencia de estos personajes es esencial para el desarrollo de las numerosas líneas argumentales que presenta el guión de Leornard. En este sentido, Soderbergh realiza un despliegue espectacular, demostrando su facilidad para la narración de tramas complejas y su gusto por los grandes retos. El director alterna la historia de amor entre los dos personajes principales, la planificación del robo, la estancia del protagonista en la cárcel, y la relación de Jennifer Lopez con su padre y su investigación para dar con el paredaero de Clooney, sin que el ritmo de la película se resienta y presentando numerosos estímulos que atrapan inevitablemente la atención del espectador.
Sirvan estas líneas para reivindicar «Un Romance muy Peligroso», una de esas películas que requieren una actitud activa por parte del espectador y un acercamiento sin ideas preconcebidas. Evidentemente, el arte es cuestión de gustos, y soy consciente de que no haré cambiar de opinión a sus más fervientes detractores, pero tal vez lograré que los que la ven con buenos ojos, vuelvan a verla con ojos todavía mejores.
Carlos Fernández Castro
Pues estoy totalmente de acuerdo: esta película es un auténtico placer -culpable o no- desde el minuto 1. Es de esas pelis que siempre que ando zapeando en busca de algo potable en la TV, si la pillo empezada me la veo hasta el final… Y eso que me la sé de memoria.
Yo no lo hubiese dicho mejor, José Luis, una auténtica delicia.
Un fuerte abrazo y gracias por compartirlo con todos.
Carlos