Placeres Inconfesables: Rápida y Mortal (The Quick and the Dead) (1995)
Aunque haya pasado de moda, el western nunca morirá. Siempre habrá directores que recurran a este género clásico para dar rienda suelta a su imaginación y honrar aquellas aventuras que, en algún momento de sus vidas, despertaron el pequeño cowboy que llevaban dentro. Pero más allá de la nostalgia, el lejano oeste sigue siendo el contexto ideal para conjugar diversión y sentimientos humanos en una gran pantalla. Hubo una época en la que cualquier director que se preciara debía contar con un western en su filmografía. Tan sólo los europeos estaban eximidos del cumplimiento de esta regla no escrita, y llegaba el momento en que incluso sus cámaras se atrevían recorrer las extensas praderas sin ley de los Estados Unidos.
A lo largo de los últimos tiempos, algunos han intentado revitalizar el género, bien a través de una vuelta de tuerca, como fue el caso de Sergio Leone y su trilogía del dólar, o bien manteniéndose fieles a los grandes clásicos y recurriendo a la nostalgia, algo que Kevin Costner practicó en ‘Bailando con Lobos’ y ‘Open Range’. Sin embargo, Sam Raimi optó por rendir un merecido homenaje al autor italiano, sin perder de vista el cine de Howard Hawks, Fred Zinnemann, Budd Boetticher, o incluso el del mismísimo Clint Eastwood. Y todo ello, mostrando una personalidad arrolladora y consolidando las señas de identidad que ya se apreciaban en ‘Posesión Infernal’, ‘Darkman’ y ‘El Ejército de las Tinieblas’.
Cada secuencia de ‘Rápida y Mortal’ persigue descaradamente el esteticismo, y apuesta por el espectáculo. ¿Y qué hay de malo en ello? En sus planos, no hay pretensiones grandilocuentes ni preocupaciones por el «qué dirán los puristas»; tan solo se aprecian unas ganas tremendas de pasárselo bien. Por supuesto, la película prescinde de toda vocación realista, circunstancia que queda patente a lo largo de todo el metraje: casi todos los disparos dan en el blanco, los personajes son caricaturas andantes de todos los estereotipos que hemos visto en el cine del oeste, las escenas de acción son tremendamente exageradas y hacen gala de un montaje exhibicionista… Podríamos decir que estamos ante un western que combina el cómic y ese tipo de videojuegos en los que pasas de pantalla cada vez que vences a un contrincante.
Si hay otra peculiaridad que me atrae de ‘Rápida y Mortal’ es su protagonista. Ciertamente, Joan Crawford lideraba la mítica ‘Johnny Guitar’, Marlene Dietrich hacía lo propio en ‘Encubridora’, Jeanne Craine no le iba a la zaga a Kirk Douglas en ‘La Pradera sin Ley’, y los personajes femeninos de los western de Budd Boetticher eran mucho más que meras comparsas. Pero seamos sinceros, la mujer nunca ha recibido un tratamiento digno en un género eminentemente masculino. Por esta misma razón, resulta tan gratificante observar cómo Sharon Stone ataca la prostitución, reivindica la fortaleza femenina, y pone en su sitio a una gran variedad de estúpidos machistas que no valdrían ni para cavar su propia tumba. Sabe defenderse, pero no domina el arte del revólver. Esa vulnerabilidad es una de las razones por las que el espectador empatiza todavía más con ella. Ellen no es invencible, no es la más fuerte, ni siquiera tiene una puntería excelente, pero tiene dignidad, mantiene intacto su atractivo, y está dispuesta a dejarse la vida para vengar la muerte de su padre. En este sentido, su personaje recuerda al Randolph Scott de las películas de Boetticher, en las que la vendetta era el único motivo de su existencia.
Tampoco conviene perder de vista el empleo que el guión de Simon Moore hace de Gene Hackman, quien tres años antes había protagonizado la ya legendaria ‘Sin Perdón’. El Herod de ‘Rápida y Mortal’ tiene mucho que ver con el Little Bill de la película de Clint Eastwood: los dos son machos alfa que imponen la ley a golpe de balazos, y que hacen gala de un sadismo extraordinario; asimismo, se aprecia un paralelismo en el trato dispensado por Herod hacia Ace (Lance Henriksen), un farsante muy semejante al interpretado por Richard Harris en la película del 92. Preciosos guiños que denotan la cinefilia de director y guionista.
Del mismo modo, la relación entre Herod y Cort (Russell Crowe), antiguos compañeros de fatigas y enemigos íntimos en la actualidad, remite a la de Deke Thornton y Pike Bishop en ‘Grupo Salvaje’ o la de Patt Garrett y Billy el Niño en ‘Pat Garrett y Billy el Niño’, ambas de Sam Peckinpah. Al observar el tratamiento de las escenas violentas, no cabe la menor duda de que sendos parecidos no son fruto de la casualidad. Pero no concluyen aquí los pequeños homenajes contenidos en ‘Rapida y Mortal’. El agujero en la cabeza de Ace, a través del cual se puede contemplar el paisaje, es un recurso que John Huston ya utilizó en ‘El Juez de la Horca’ y posteriormente Michael Cimino repitió en ‘La Puerta del Cielo’.
Por si solos, estos detalles no hacen de ‘Rápida y Mortal’ una obra significativa, pero sí contribuyen a deleitar el paladar de todos aquellos que amamos el western. Sin embargo, su ritmo trepidante, su exquisito sentido del humor, la manera en que los personajes evolucionan y van revelando su verdadera naturaleza, y esos diálogos chispeantes que parecen extraídos de un film noir, la hacen merecedora de entrar por derecho propio en nuestra sección de ‘Placeres inconfesables’, ese tipo de placeres que confesamos tranquilamente porque tenemos argumentos de sobra para ello.
Carlos Fernández Castro