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Pero, ¿qué me vienes a contar ahora del Festival de Cannes? (Parte I)

Sí, es normal que pasados prácticamente dos meses desde que terminara el Festival de Cannes de este año, más de uno (y más de dos) de vosotros se haga la pregunta que titula este artículo. Y, sin embargo, me voy a esforzar por hacer(os) ver que un artículo como éste quizá sea más necesario que nunca, sea en este momento o no.

Por una serie de cuestiones que enlazan con la historia, la sociología, la psicología e incluso una especie de tontería que nos entra cuando hablamos de cine y, especialmente, de sus estrellas, el Festival de Cannes viene a ser todos los años la referencia cinematográfica por excelencia. De este modo, una pequeña ciudad, un pueblo que apenas tendría más encanto que Torremolinos se ha convertido, con permiso de Las Vegas, en uno de los lugares del mundo donde encuentras más hoteles de cinco estrellas por kilómetro cuadrado. Y es que el cine, esa máquina de fabricar sueños, paradójicamente mueve muchísimo dinero (la máquina de destruir sueños) precisamente por su capacidad para ilusionar.

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Uno va, pues, al Festival de Cannes con una ilusión (en mi caso: voy a ver buen cine; en otros casos: voy a hacer muchos negocios, voy a ver estrellas del cine, voy a llevarme un premio por mi película, etc.) que se puede cumplir o no. En los últimos años da la sensación de que el cine, a todos los niveles, se ha preocupado por que no pensemos si nuestras expectativas se cumplen, sino por hacernos creer que sin lugar a dudas se han cumplido. Y en ese sentido, Cannes no es una excepción.

Por entrar ya directamente en materia, pongamos un ejemplo: Cronenberg. Creo que somos muchos los que tenemos la expectativa de que vuelva a hacer películas tan magistrales como “Promesas del este” o “Una historia de violencia”. Con “Metropolis” (presentada en Cannes en 2012) metió la pata una vez más y eso creo que es algo que se ve más claramente conforme han ido pasando los años. ¿Pero qué sucede ahora? Que por ser quien es y estar seleccionado donde está seguíamos teniendo la ilusión de que “Maps to the Stars” fuera una grandísima película. ¿Lo es? No. ¿Está Julianne Moore tan bien como hace presagiar su premio? Ni de casualidad, si bien hace lo que puede con un guión ácido y mordaz al que le falta ironía y la visión propia de un director que, si bien no le podemos considerar uno de los malos, parece que ha perdido su capacidad para crear un mundo propio y genuino.

¿No era este comentario uno de los primeros que todos estábamos esperando? ¿No nos habían generado, pese al trailer (¡ay, qué dolor de trailer!), unas ciertas expectativas ligadas al nombre de Cronenberg? Y aunque han transcurrido cerca de dos meses desde que terminó el festival (y en Francia “Maps …” se estrenó antes de terminar el mismo), muchos tendréis que esperar aún unos cuantos meses para refutar o confirmar mi opinión. Porque, evidentemente, hace tiempo que España ha dejado de estar en el “mapa” de los mercados pujantes del cine.

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En cualquier caso, y antes de adentrarnos en más reflexiones, seguramente os interese que hagamos un comentario -aunque sea a vuelapluma- sobre la sección oficial. Se dijo, tras la rueda de prensa en que se presentó, que era un poco más de lo mismo, que volvían a aparecer los directores que siempre están en Cannes, por ejemplo: los hermanos Dardenne van a Cannes siempre cada tres años desde 1996; Ken Loach acude incluso con más frecuencia; Nuri Bilge Ceylan ganó la palma al mejor cortometraje y ya desde entonces no cambia de festival, etc. Pero no se habló, por ejemplo, de una de las mayores sorpresas: Damián Szifrón, el director de “Tiempo de valientes” (una comedia con ciertos puntos de crítica social, pero para nada nihilista, que es lo que en Cannes se lleva), que ha presentado unos “Relatos salvajes” realmente impactantes y, sí, en esta ocasión acusadamente nihilistas. No se ha llevado ningún premio, pero seguramente haya visto incrementadas sus posibilidades de ventas en todo el mundo.

Otras de las sorpresas era la segunda película de ficción de Alice Rohrwacher, directora italiana que confesaba a la prensa que tampoco se esperaba estar en sección oficial y que creía que a lo mejor iba a ir a Una cierta mirada. Pues bien, su semiautobiográfica historia (su padre también fue apicultor y parece que su familia también vivió en esa especie de ambiente “hippy” que nos retrata “Le maraviglie”) se ha llevado un gran premio del jurado. A mi juicio, incluirla en el palmarés en cualquier categoría ya habría sido excesivo, pero darle el segundo premio en importancia viene a retratar a un jurado que parecía obligado este año a premiar a una mujer (las críticas de machismo sobre Cannes ya fueron muy sonadas el año pasado) y que no ha visto con suficiente reposo “Still the Water”, la nueva película de Naomi Kawase, una de esas cintas que ganan cuanto más tiempo reposan en tu cabeza después de haberlas vivido en el cine.

Fotograma de "Still the Water" de Naomi Kawase

Kawase, que esta vez ha sido producida -entre otros- por Lluis Miñarro, nos presenta una historia aparentemente sencilla en la que se entremezcla un drama familiar y un amor adolescente en el marco de una isla japonesa. Podría parecer “El lago azul” en versión ojos rasgados, pero no tiene nada que ver. El problema es que es una película inexplicable, es una obra que se respira, que te sientas a ver y te rodea todos los sentidos al tiempo que entra por la pituitaria y se queda a residir en tu cabeza. Una de esas películas que, en muchos casos, un jurado no se atreve a premiar. Como podría no haberse atrevido a premiar “Adieu au langage” y en cierto modo ha hecho.

Otorgar un premio del jurado ex-aequeo al director más joven y al más mayor de la compeción es una “boutade” de tal dimensión que sólo se puede dar en el país donde nació dicha palabra. Godard (Jean-Luc) y Dolan (Xavier) tienen tan poco que ver personalmente como cinematográficamente. Mientras uno (adivinad cuál) es una leyenda del cine, uno de sus más revolucionarios creadores y pensadores, el otro es una leyenda de una especie de cine postmoderno, empeñado en vender miles de copias de estupendas bandas sonoras que agrupan canciones ya publicadas y comprometido con el movimiento LGTB. Mientras uno aprovecha (por fin, ¡quizá el único que lo hace en todo el festival!) las posibilidades del cine digital e incluso las tres dimensiones para dar un paso más en su personal avance hacia un lenguaje nuevo en el cine, el otro mide al milímetro la evolución de su película para realizar mínimas, aunque interesantísimas, innovaciones que contribuyan al desarrollo de la narración. Godard se olvida de la narración, consigue un aplauso que yo denominaría salvaje y, desde el desprecio a lo que Cannes significa hoy en día (os recomiendo que leáis esta entrevista http://www.revistaenie.clarin.com/escenarios/Jean-Luc-Godard-Cannes-existe_0_1165083528.html, donde afirma que Cannes ya no existe), sin ni siquiera acercarse al festival, se lleva un premio. Dolan se emociona, llora en su discurso, elogia a la presidenta del jurado -Jane Campion- diciendo lo mucho que significó para él el piano. Dolan es un espectáculo en sí mismo. Hará muchas películas, y recibirá muchos premios.

Pero tampoco quiero convertirme en uno de esos críticos pesimistas que siempre están repitiendo la consabida frase de “cualquier tiempo pasado fue peor”, “cómo sufro yendo a festivales de cine”, “ya nadie hace cine como antes”. No, paremos un momento. Ésta ha sido una buena edición del Festival de Cannes, ha habido buenas y muy buenas películas, y os confieso que yo ¡¡me lo he pasado muy bien!! (Y no lo digo para dar envidia). Pero … Le falta sabor. Es como si a la comida no le echaran ni sal ni especias ni nada y los platos estuvieran hechos con unas materias primas de primera, con cocineros de primera, pero sin apenas sal. Para que no nos suba la tensión.

CONTINUACIÓN

 

Antonio Peláez Barceló

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