Lauren Bacall (1924-2014): homenaje particular a un estrella universal
Era cuestión de tiempo hasta que Humphrey Bogart aprendiera a juntar los labios y soplara, tal y como Lauren Bacall le aleccionó en la celebérrima secuencia de «Tener y no Tener» allá por 1944. Y la verdad es que no es para echárselo en cara, teniendo en cuenta los años que llevaba esperando reunirse con quién fue el amor de su vida. Tras varias décadas en el Olimpo cinematográfico, dudo que el protagonista de «El Sueño Eterno» hubiera encontrado otra «flaca» que soportara la comparación con su otra mitad.
Y es que la Bacall fue única en especie. Cualquier otra jovencita que a sus 19 años hubiera echado el lazo al bueno de Humphrey, tenía todas las papeletas para vivir a la sombra de semejante estrella para el resto de sus días. Pero Lauren nunca se hubiera conformado con ser «la chica de». Desde el primer momento se ganó el derecho a que los espectadores hablarán de sus trabajos como «la última película de Bogart y Bacall», debido a su arrolladora personalidad.
Probablemente Hollywood no estaba preparado para la irrupción de una mujer que en absoluto encajaba en los estándares de la época. No era inocente, tampoco servicial, ni mucho menos vulnerable, y jamás se sometió injustificadamente a la voluntad de su pareja masculina de turno. Los estudios vieron algo diferente en ella y entendieron que, con las películas adecuadas y el escudo que suponía la figura de Bogart, podrían construir una estrella sin necesidad de realizar el camino habitual. Bacall nunca pagó peaje a través de papeles secundarios en producciones importantes, o protagonistas en películas de serie b; Bacall nació estrella de cine.
Sus primeras películas, exceptuando la mediocre «Agente Confidencial», fueron dirigidas por Howard Hawks (Tener y no Tener, 1944, El Sueño Eterno, 1946), John Huston (Cayo Largo, 1948) y Delmer Daves (La Senda Tenebrosa, 1947), y protagonizadas por Humphrey Bogart. Desde muy temprana edad, la actriz tuvo que demostrar que estaba hecha «del material con que se forjan los sueños«, la misma composición del halcón maltés, que su futuro marido había sostenido tres años antes de su debut, en la mítica película de John Huston.
De nada serviría repasar la filmografía de Lauren Bacall, algo de lo que se han encargado numerosos medios desde que el día 12 de agosto nos abandonará para siempre. Tan sólo me gustaría recordar tres interpretaciones que, por diversos motivos, acompañarán a este cinéfilo para siempre. En su rutilante debut, «Tener y no Tener«, rompió todos los esquemas de lo que se esperaba de un personaje femenino en el Hollywood de los 40, y lo que es más importante, dejó abrumado y sin palabras al mismísimo Bogart, en la mítica secuencia de «si me necesitas, silba». Pero Lauren también podía ser la peor y más perversa mujer fatal, tal y como demostró en la infravalorada «El Trompetista». Cual colilla a la que sólo se ha dado un par de caladas, arrojó al suelo al mismísimo Kirk Douglas, y le pisoteó sin pestañear. Al igual que décadas más tarde en el «Dogville» de Lars von Trier, realizó una interpretación tan odiosa como rebosante de talento.
Pero lo que pocos sospechaban es que la Bacall estaba capacitada para hacer grandes papeles cómicos. No sólo robó planos a la esplendorosa Marilyn Monroe de «Cómo casarse con un Millonario», sino que protagonizó, junto a Gregory Peck, una de las grandes comedias de la historia del cine: «Mi Desconfiada Esposa», dirigida en 1957 por Vincente Minelli.
Más allá de su importancia en la historia del cine, Lauren Bacall abrió los ojos de muchas jóvenes con sus papeles de mujer independiente que sabía sacarse las castañas del fuego sin la ayuda de ningún hombre. En definitiva, hemos perdido a una actriz irrepetible, pero no al icono del S. XX que siempre vivirá en las pantallas de nuestros cines o televisores. Pero tengo una buena noticia: nadie muere mientras alguien le recuerde, y Lauren llevaba escrita la eternidad en su mirada.
Carlos Fernández Castro
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