Kim Ki-duk (1960-2020): agradecimientos
No tiendo a mostrarme especialmente afectado por la muerte de gente a la que no he conocido de manera personal. Me refiero a artistas populares y famosos en general. Sin embargo, el reciente fallecimiento de Kim Ki-Duk me ha entristecido sobre manera por lo que su cine ha representado para mi desde que en 2004 cayera rendido al poder metafórico y la sensibilidad de Hierro 3.
Aunque sus películas no hayan encontrado hueco en mi lista de favoritas, muchas de ellas han dejado una huella indeleble en mi memoria cinematográfica. En primer lugar, Kim me introdujo en el mundo del cine surcoreano un par de años después de que Wong Kar-wai suscitara mi interés por el cine oriental contemporáneo. Hasta ese momento, Kurosawa, Mizoguchi y Ozu habían constituido mi credo fílmico a ese lado del mundo, y el carismático cineasta, Mostra de Venezia mediante, irrumpió repentinamente en nuestras vidas para allanar el camino a los posteriores Bong Joon-ho (Parásitos), Park Chan-wook (Old Boy) y compañía.
Algo cambió en mi interior cuando choqué con una sensibilidad tan distinta a la que caracterizaba el cine que había consumido hasta ese momento -toneladas de cine clásico e independiente americano, cine español y bastantes incursiones en los movimientos cinematográficos que habían moldeado el cine europeo en la segunda mitad del siglo XX-. Nada se asemejaba a lo que yo sentí al ver a ese justiciero solitario jugando al golf, ocupando casas ajenas y ordenándolas durante la ausencia de sus propietarios, ni a esa extraña historia de amor en la que una mujer era rescatada de su maltratador a cambio de una vida nómada y despojada de todo sentido de la propiedad y materialismo. Cine metafísico.
Ahora sé que, aunque yo no lo sospechara, había un mundo de cineastas con voces disonantes que gritaban sus películas al universo para romper con el (des)orden establecido. Sin embargo, para mi fue Kim el que me presentó esa posibilidad de un cine diferente. De algún modo, me enseñó a abrir mi mente a nuevas formas de relacionarnos, a pensar que quizás no estamos tan locos como pensamos, al mostrar en la gran pantalla a seres humanos que arrastraban nuestros mismos vicios y desórdenes mentales, a replantearme mi concepto de normalidad.
Poco después se estrenaron Samaritan Girl y la poética El Arco, seguidas de la originalísima Time y Aliento. A continuación, presencié la conquista de Sitges a través de la polémica Pietá, para la que fue casi imposible conseguir entrada. Todas estas obras despertaron en mi la necesidad de conocer el resto su filmografía, algo que conseguí a través de un ciclo que la Filmoteca Española le dedicó por aquella época (Crocodile, La isla, Domicilio desconocido…). Y sólo puedo decir que disfruté mucho sufriendo su cine y abriendo la mirada a otras formas de expresión, más dolorosas pero también más libres. Por todo lo expuesto, GRACIAS Kim.
Carlos Fernández Castro