Entrevista a Carlota Frisón, directora de cine
Entrevistamos a Carlota Frisón, doctorada cum laude en artes escénicas por la Universitat Autònoma de Barcelona y actriz que desde el año 2000 ha participado en numerosas producciones televisivas, se ha subido a las tablas hasta en cuatro ocasiones y ha intervenido en cuatro largometrajes. En 2011 amplió sus horizontes artísticos dirigiendo el primero de sus tres cortometrajes. Aprovechamos la ocasión para abordar las constantes de su estilo y dialogar sobre las inquietudes que se perciben en su trabajo.
Y qué mejor manera de iniciar la conversación que preguntándole por el tema que le ha mantenido apartada del mundanal ruido durante los últimos tres años:
Después de haber dedicado tu tesis doctoral al silencio en las imágenes cinematográficas, ¿podrías darnos tu versión sobre la utilidad del silencio en el cine?
El silencio en cine se construye en imágenes en movimiento, se edifica en cualquier contexto en el que se formule; ya sea en el cine, en el teatro, en la poesía, en la literatura… El silencio forma parte de la narración, y como tal dependerá de la narración que se quiera explicitar siempre con una imagen en silencio, no de silencio.
A lo largo de tu carrera, has dirigido al menos tres cortometrajes. La elección de este formato ¿ha sido cuestión de necesidad o simplemente se trataba del mejor vehículo para expresar tus inquietudes en ese momento?
Siempre ha formado parte de un vehículo para mostrar mis inquietudes. Cada corto tuvo un arranque en mi que dependía de la situación contextual en que yo me encontraba. Por ejemplo, antes de rodar Emociones vigiladas estaba interesada y leyendo mucho sobre la globalización y cayó en mis manos un libro de Gilles Lipovetsky y Jean Serroy titulado Pantalla global. Después de un tiempo, me vinieron imágenes a la cabeza de una idea: ¿se roban las emociones? El corto arrancó básicamente a partir de hacerme preguntas, de cuestionarme cosas de la vida común. Se trataba de inquietudes que rebasaban el interés cotidiano de mi persona y podían interesar a los demás.
Y a la hora de hacerlo ¿siempre has pensado en cortometraje?
He tenido impulsos de hacer estos cortos en largo, pero por cuestiones de involucración emocional y teórica en mi tesis no ha sido posible. No obstante, quería decir algo concreto y el formato corto fue el idóneo.
Podríamos decir que tu cine se centra en retratar emociones: unas fingidas (Con mi nombre, 2012), otras robadas (Emociones vigiladas, 2011), incluso algunas expuestas sin pudor alguno (Poros abiertos, 2013). ¿Qué herramientas empleas para trasladar a la pantalla algo tan intangible?
Diría que básicamente lo que he hecho ha sido discutirme a mi misma cómo traslado a la vida cotidiana eso tan intangible, cómo es ese robo o esa impostura. En el caso de Emociones vigiladas lo trasladé a un museo, un espacio común al que cualquiera puede acceder. Ahí encontré uno de los modos de reflejar el cómo nos roban las emociones. En el fondo, los temas de mis cortometrajes tienen que ver con preguntas y discusiones que me he hecho a lo largo de mi vida; con lecturas, indagaciones sobre mi misma y el vivir del conjunto social, sobre cómo expresar inquietudes emocionales a través del cine. Pero el proceso es largo, porque primero hago lecturas sobre el tema que me inquieta y al cabo de meses me surgió esa imagen del museo. En mi caso es fundamental indagar teóricamente sobre el ser humano. De hecho, antes de rodar Poros abiertos, compré un libro sobre el Bosón de Higgs ya que el tema me parecía fascinante. Y a partir de esa lectura y otras empecé a crear.
En tu primer y tercer cortos los planos son relativamente estáticos; sin embargo, en Con mi nombre la cámara merodea a los personajes constantemente a través de movimientos circulares. ¿Podrías haberlo filmado de otra manera?
El dinamismo era muy concreto y quería filmarlo así. El movimiento era muy importante para mí, porque la impostura no siempre está delante de tu cara, sino que muchas veces está detrás o a un lado. Quería que se viese desde diferentes perspectivas, que provocase la inquietud en el espectador de querer estar en otro sitio, para ver y para escuchar sin estar en el mismo lugar de la cámara. Realmente los cuatro personajes viven en la impostura (unos con el juego de cambiarse de nombre y otros a través del Facebook, vehiculadas de modo distinto, dos creatividades desde dos lugares), y abarcándoles a todos doy la opción al espectador de elegir la versión que más le inquiete. Sin embargo, en mi primer corto (Emociones vigiladas) la cámara no se mueve apenas, y esa quietud reflejaba, de algún modo, el estatismo de la cámara de vigilancia. En Poros abiertos hay más movimiento de cámara, porque quería expresar el viaje emocional de un personaje a través de los libros que le rodean. Por eso es más relajado, le acompaña. También hay momentos en los que él mira a cámara, se confronta consigo mismo, reflexiona. Y de alguna manera parece que habla con el espectador, pero sin mirar directamente a cámara. En una de las imágenes parece que mira a cámara y, como el Quijote, se ve perseguido, en este caso por diccionarios. En la recta final del corto se le ve reflexionando sobre que nada existe y todo es un invento. Él mismo es un invento y el concepto de verdad congelada no existe.
En Emociones vigiladas y Con tu nombre el denominador común es tu obsesión por el control que ejercen las nuevas tecnologías sobre nuestra intimidad.
Es como vivir en la realidad. Es reconocer lo que ocurre. Al mismo tiempo que tú y yo estamos hablando gracias a la tecnología (la entrevista se realiza a través del Skype), es importante que sepamos a qué estamos jugando. He querido señalar que aun estando controlados vivimos prescindiendo de esa realidad. Sabemos que andamos por la calle y en cualquier esquina nos están grabando. El propio teléfono controla nuestros pasos. Y aun sabiéndolo, debemos sopesar las posibilidades que ganamos y perdemos con todo esto. Es una llamada a la reflexión: ¿qué nos mueve a generar estos medios técnicos? No todo es negativo. Lo que nos interesa de las nuevas tecnologías es comunicarnos como nunca lo hemos podido hacer. Las nuevas tecnologías han permitido ampliar nuestro imaginario y con ellas discutirnos de otras maneras.
¿Como ha influido tu condición de actriz en la concepción y ejecución de tus trabajos como directora y escritora de cortometrajes?
El trabajo como actriz durante quince años me ha servido mucho para generar el diálogo fluido que creo haber conseguido en mis tres cortometrajes. A nivel actoral, me ha ayudado a saber cómo sacar lo mejor de la actriz o el actor que tengo, cómo lograr lo que tú quieres de ese personaje, cómo pedir lo que quiero indicando desde las cosas más pequeñas hasta conceptos muy grandes. Te confronta contigo mismo. Lo que más me ha gustado de los directores con los que he trabajado ha sido que no discutieran sobre mis flaquezas sino que de ellas sacaran los mejor para el personaje. Por esa misma razón, he intentado encontrar esos matices que sé que todo actor lleva dentro, porque al igual que ellos yo he trabajado con mis emociones y con mi cuerpo.
¿Te ayuda en algo ponerle nombre a tus personajes?
Todos ellos tienen nombre aunque en algunos cortos no los escuchemos en ningún momento. Y tienen un nombre intencionado por cosas concretas, por darles un fondo, aunque yo luego les de una hoja y media, como ocurrió en el corto más breve que he realizado: Emociones vigiladas.
Como se ha demostrado a lo largo de la historia del cine, la comedia puede ser tan certera como el drama a la hora de criticar una realidad concreta. Como directora, ¿qué te aporta un género que no te aporte el otro?
Creo que los dos tienen la misma potencia narrativa para expresar algo que importe. Como todo, depende de las percepciones que uno tiene sobre un tema, cómo quiere abordarlo y desde dónde. Pero sobre todo, es importante hacerlo desde la honestidad. A veces un genero concreto le sugiere al director los matices necesarios para abordar lo que interesa. A veces una comedia te resulta fascinante y piensas “no hay otra manera de decir esto”. Pero luego ves un drama como Amor de Haneke y compruebas que ha escogido la mejor manera posible de expresarse. Probablemente, si el señor Haneke hubiese rodado en comedia la misma obra también lo hubiera construido de manera fascinante, porque es un excelente director y un buen pensante en cine. Al final lo más importante es que un director o directora se discuta cual cree que es la mejor forma de hacerlo. Haces un borrador y le das un tono de comedia, pero de repente te percatas de que todos esos anclajes se desmoronan a causa del vehículo que has escogido. Puede que tengas que replantearte el enfocarlo desde un punto de vista diferente, encontrar un mejor modo de expresar lo que quieres decir.
En Poros abiertos el magnífico Pablo Rosal interpreta un trasunto de Woody Allen, tal y como ratifican la música de los títulos de crédito finales, que expone sus sentimientos sin pudor alguno. Aparte de la evidente reivindicación literaria, ¿se trata de una crítica al momento cultural que vivimos?
Intento reivindicar que somos un invento y que como nos reinventamos constantemente debemos escoger la mejor manera de hacerlo, jugando, pasándotelo bien y sufriendo, pero desde el placer. Este personaje se inventa a si mismo a través de sus lecturas, deja fluir su imaginario. Estamos siempre con los debo de y tengo que, pero este personaje no debe de ni tiene que, sino que se deja llevar, no tiene fronteras. Ese es uno de los ítems del cortometraje. Lo más emocionante es que va a buscar a una persona para que le ayude a ampliar sus fronteras.
En el listado de las 100 mejores películas del cine español, publicado este mes en la revista especializada Caimán cuadernos de cine, solo seis películas están dirigidas por mujeres. Además se hace referencia a que hasta 1973 solo cuatro mujeres accedieron a la dirección cinematográfica. ¿Crees que hemos avanzado mucho en este sentido?
Es evidente que aun hoy la mujer en la dirección de cine está en situación de precariedad. Vive al margen del reconocimiento social, de la industria y también de premios de gran calibre (Cannes, Berlín). ¿Por qué? Se trata de una tradición que no es patrimonio exclusivo de nuestra industria. Es una dinámica social que hemos construido, forma parte de los que debemos seguir repensando. Aunque es evidente que muchos hombres y mujeres están rompiendo con esa dinámica, pero cuesta mucho. Por otra parte se sigue alimentando con gestos cotidianos, con relaciones amorosas basadas en creencias muy machistas, incluso en parejas jóvenes. Figúrate si en nuestra cotidianidad ocurre, como para que una mujer viva de esta profesión. Aún así, hay mujeres y hombres que no juegan a ese juego. Muchos hombres mujerean y multitud de mujeres no son sumisas. En mi caso concreto, he hecho mis cortometrajes con toda libertad y no he sentido restricción alguna; quizás yo misma me las haya impuesto y no me he enterado. Ya veremos qué ocurrirá con el largometraje que estoy escribiendo.
DONDE VER LOS CORTOS DE CARLOTA: http://www.carlotafrison.com/cortometrajes/