Del cómic a la película: Watchmen (2009)
La psicosis de Zack Snyder
“Never compromise, not even in the face of Armageddon” (Rorscharch en Watchmen).
Algo sorprende poderosamente a los amantes del cómic al ver los créditos iniciales de Watchmen (Zack Snyder, EE . UU., 2009), esos créditos tan alabados, acaso por la música de fondo de Bob Dylan o por el pseudohistoricismo a lo Forrest Gump que en ellos subyace. Y ese algo es que se menciona a David Gibbons, el mediocre dibujante de DC al que encargaron la ilustración de la obra que cambió la historia del cómic, pero no a su verdadero autor, aquel que le decía a Gibbons en qué posición exacta de cada viñeta debía dibujar qué cosa de qué tamaño y con qué color. Alan Moore. Ese perfeccionista de las viñetas, ese Stanley Kubrick del noveno arte, británico como él, que en su exactitud y genialidad nos ha legado muchas obras formidables. Y que pasará a la historia por aquella en torno a la que gira el presente texto, una obra de ingeniería gráfica, en la que cada elemento encaja con todo lo demás a la perfección, como en los relojes que el pequeño Jonathan Osterman desmontaba y volvía a montar, desarrollando así la habilidad de recomponer(se) que le haría convertirse un día en el Dr. Manhattan. Watchmen.
Los propios títulos de crédito, además, en su buenrollismo molón y completamente sobreactuado, nos dan la clave de por qué el propio Moore se puso hecho un obelisco con la cinta de Snyder, y renunció a ser mencionado en ella. Y es que no hay lugar para el buen rollo en la obra original. No hay lugar para el show. Ya la primera viñeta nos hace saber qué tenemos entre manos: una tragedia. Una tragedia sin lugar a la risa (como nos recuerda explícitamente el chiste del payaso Pagliacci) o a la esperanza, que conducirá nuestra mirada (como la de Rorscharch) hacia los abismos del alma humana. Una tragedia clásica, empaquetada en el cartón de una mitología moderna. Hay mucho de ese cartón en el film de Snyder, pero poco del verdadero contenido de la única novela gráfica que el New York Times incluyó en la lista de los mejores libros de ficción del siglo XX.
¿Es Watchmen una mala película? Posiblemente no. Es una película de superhéroes, de corte efectista, que, ciertamente, sobresale un poco de la media del género. Correcta, bastante bien ambientada, eso sí es digno de reconocer, con una fotografía memorable (sorprendente el tratamiento del color) y una banda sonora cuidadosamente elegida. Narrativamente poco compleja, fácil de seguir, bien contada. Pero, a pesar de sus virtudes, sigue siendo cine de palomitas y de domingo por la tarde. Cine de ese que, como diría Mankiewicz, “tarda dos años en escribirse, dos horas en verse, dos minutos en olvidarse”. Poco más o menos.
La novela de partida es exactamente la antítesis de lo descrito. Es difícil olvidar la primera vez que uno leyó Watchmen, es difícil, también, no volver a leerla. En el libro original, la secuencialidad de las imágenes, de los textos, no solo tiene un carácter narrativo, como en el film de Snyder y en la mayoría de los cómics, sino que sustenta también una dimensión semiótica, que expande las posibilidades de la obra hasta límites casi inimaginables. Algo que, anteriormente solo habían hecho (en contadas ocasiones) algunos grandísimos del medio como Harvey Kurtzman y que hacen de la obra de Moore una verdadera y única sinfonía visual. Es por ello que, como decía Moore, Watchmen sea absolutamente imposible de llevar al cine, a diferencia de otras obras suyas, como La liga de los hombres extraordinarios, cuya adaptación puede convencer más o menos, pero que será sin duda infinitamente más próxima al cómic de partida.
Cuando se le preguntaba a Snyder acerca del malestar de Moore en torno a la cinta, él respondía que le resultaba incomprensible, ya que él había sido muy fiel al cómic, y casi todos los planos del filme eran calcos exactos de las viñetas del mismo. Lo cual es cierto (véanse las imágenes 1 y 2). Esta aserción, sin embargo, recuerda, desafortunadamente, a aquel largometraje de Gus van Sant que era copia, plano por plano, de la Psicosis de Alfred Hitchcock. Se puede afirmar sin miedo al equívoco que la obra de Snyder la va a la zaga a aquella que le sirve de base en todos los aspectos, salvo en uno: su sádica recreación en la violencia, por otra parte innecesaria.
Imágenes 1 y 2: El Comediante es arrojado por la ventana, poniendo en marcha la trama.
Alan Moore siempre ha renegado de las adaptaciones al cine de sus obras. Parece como si su actitud coincidiese con la amarga testarudez de Rorschach. Nunca dar su brazo a torcer. Never compromise, not even in the face of Armageddon. Y acaso esta actitud le haya costado toda una fama de diva inflexible, ganada a pulso. Sin duda. Pero incluso Rorschach tiene razón de vez en cuando. Y, Alan Moore, en este caso, también.
Rubén de la Prida Caballero