Crónica desde el Festival de Cannes (18-05-2013)
Sabemos ya (y si no, los medios se encargan de recordárnoslo todos los días) que el Festival de Cannes es el más prestigioso del mundo. Ojo, eso no significa necesariamente que sea el mejor del mundo, pese a que los mismos medios se encargan de insinuarlo, a veces sin mucho disimulo. ¿Es el mejor? Es mejorable, en cualquier caso, pero sí deberíamos tener muy claro que la selección de las películas es fruto de un grupo muy concreto de personas, que recordemos que en los casos de Sección Oficial y Una cierta mirada están comandadas por Thierry Fremaux.
Este párrafo de introducción viene a cuento de la necesidad que siente Fremaux de recordarnos todos los años que vivimos en mundo muy violento. Según él, claro. Y eso conduce a errores tan flagrantes como la selección de una película dirigida por un barcelonés que vive en México y cuyas principales ideas cinematográficas consisten en hacer un catálogo del sufrimiento y la tortura, recreándose en ellos sin razón alguna. Se trata, cómo no, de Amat Escalante, que ha presentado su tercer largometraje, “Heli”, a sección oficial y del que no debería escribir más que unas pocas palabras. Cuando se olvida que el cine es un arte y no sólo un modo de transmitir las ideas, pienso que no se debe dedicar mucho espacio a ello (aunque luego lo haga).
Por otro lado, tenemos otra de las grandes decepciones de este festival (lo de Ozon es habitual, da una de cal y otra de arena, después de “En la casa” era difícil que alcanzara nuevamente ese nivel de maestría), “A Touch of Sin” (dicho en inglés, que en chino es muy raro), del hasta ahora prometedor cineasta chino Yia Zanghke. ¿Qué tienen en común “Heli” y “… Sin”? La provocación y el supuesto asco que las empapan. La primera, sin razón alguna, mezcla planos directamente tomados por un aficionado a los ciclos de cine iraní de cineclub (ha visto muchas veces la famosa escena del coche de Kiarostami, pero ni siquiera la sabe copiar) con planos más cercanos de personajes revolcándose por su propio vómito o sufriendo la quema de sus genitales, por citar dos de los ejemplos más absurdos, tanto por su contenido como por la realización exclusivamente provocadora de Escalante.
Frente a esto, Zanghke opone el buen saber hacer de un cineasta que ha decidido, pasado ya el cuarto decenio de su existencia, fijar estilo y dejarlo estampado en las imágenes de la estupenda (aunque algo lejana en el tiempo ya) “Naturaleza muerta”. Muchas secuencias de “… Sin” nos recuerdan a aquella película (los valles que filma tan estupendamente, los paseos en moto-taxi), pero en esta ocasión se olvida de la súbita aparición del ovni que tanto dio que hablar en “Naturaleza …” y se decanta por, sin aviso previo, introducir en las historias cortas que componen este largometraje tan largo muchas secuencias tipo Kitano (no es de extrañar que haya coproducido la película) o en algunos casos Quentin Tarantino. Y sales de golpe de la película. Y luego vuelves a entrar, porque Zanghke sí sabe que el cine es un arte y como tal lo respeta, no pretende hacer un informativo de Tele 5 y convertirse en el presentador que te hace revolcarte por el fango, no, Zanghke ama su profesión, pero ha cometido un pecado (casi como el título de su filme), que es de la soberbia.
Sí, Jia Zanghke se ha creído que podía contarnos en una sola película (de dos horas y veinte, eso sí) cómo es China: la corrupción política, los trabajos a destajo en las fábricas, la corrupción, etc. Y ése es un pecado capital que hace que su película no se pegue a nuestra piel (como muchas de sus cintas anteriores), sino que quede como un vago recuerdo, algo que ni siquiera con todas sus imágenes repulsivas consigue la otra de la que hablábamos al comienzo de este artículo, que ya ni siquiera recuerdo.
Otro día hablaremos de un cine que está a punto de olvidarse, también, el español. ¿Por falta de apoyo? Por falta de todo. Pero a vosotros que no os falte el cine, ni el ánimo, ni la sonrisa, ni, por supuesto, el amor.
Antonio Peláez (Director de Radiocine)