Cine para mentes inquietas: Ser o no Ser
En una escena de ‘Ser y no Ser’, el profesor Siletsky, un traidor polaco al servicio de la causa alemana, le confiesa lo siguiente a su interlocutor: “Usted es bastante conocido en Londres, Coronel; le llaman Campo de Concentración Erhardt”, a lo que el protagonista, disfrazado de militar nazi, responde jocosamente: “Sí, sí, nosotros hacemos las concentraciones y los polacos ponen el campo”. En definitiva, una de las múltiples muestras de humor negro de este clásico americano de 1942, que curiosamente fue realizado por un director berlinés, justo cuando la segunda Guerra Mundial estaba en uno de sus momentos más críticos.
Como se deduce de este contexto, el cine de la época asumía diligentemente su papel de cronista de la actualidad, y los grandes estudios eran conscientes del impacto mediático de sus películas. Bien cierto es que en 1940, Chaplin ya había roto las hostilidades cinematográficas contra el régimen nazi en su sensacional ‘El Gran Dictador’. Lejos de amedrentarse, Lubitsch se atrevió con el “más difícil todavía”, creando una combinación perfecta de cine romántico, thriller de espionaje, comedia de enredo, y sátira política que, contra todo pronóstico, hacía gala de una magnífica cohesión desde su primer plano hasta el último. Sin embargo, ‘Ser o no Ser’ no llegó a conectar con el público de su tiempo; entre otras cuestiones, debido al tratamiento cómico de asuntos tan delicados como la invasión de Polonia a cargo del ejercito teutón.
Tampoco ayudaron las constantes elipsis que jalonan su desarrollo argumental. Tal y como había demostrado Orson Welles en ‘Ciudadano Kane’ (1941), el espectador medio no estaba preparado para cubrir los espacios en blanco de un estilo narrativo que exigía el visionado particularmente activo de sus imágenes. Sin embargo, esa misma habilidad para insinuar a través del fuera de campo (visual y temporal) supuso uno de los grandes méritos del film. Si bien su capacidad de síntesis se apreciaba ya en trabajos anteriores, en ‘Ser o no Ser’ el alemán consiguió perfeccionarla hasta límites insospechados, aunque este aspecto quedara parcialmente ensombrecido por el frenético ritmo del film.
A pesar de reflejar las nefastas consecuencias de la ocupación nazi en territorio polaco, éstas son simplemente mencionadas en los diálogos o mostradas en escenas que carecen de un contenido explícito. En lugar de dramatizar y mostrar, Lubitsch opta por ridiculizar a Hitler y sus acólitos, que son engañados por los entrañables componentes de una compañía teatral, cuyas únicas armas para combatir al servicio de inteligencia nazi son su sentido de la responsabilidad patrio y la pasión que sienten por su trabajo. Propaganda bélica, sí, pero de primera clase.
Por esa misma razón, el director compensa el trágico contexto del film con su mítico sentido del humor, en esta ocasión tan delicioso como macabro, y el infalible “toque Lubitsch”, que alcanza su máxima expresión en el último plano del film. Para el bueno de Ernst, la estrella era la película. Al contrario que algunos de sus coetáneos más insignes, el cineasta germano basaba su estilo en la exquisita dirección de actores, prestando una especial atención a los personajes secundarios, y en su talento para esquivar la censura, que en sus películas parecía estar de vacaciones. Todo ello hace de ‘Ser o no Ser’ una celebración del arte como antídoto contra la estupidez de los que prefieren hacer la guerra antes que el amor y los que no distinguen entre lo que es y lo que no es.
Carlos Fernández Castro