Cinco películas de Ernst Lubitsch que no deberías perderte
El cine de Ernst Lubitsch siempre ha sido relativamente exclusivo, o lo que es lo mismo, fue diseñado para el gozo de miradas inquietas. Y eso que el genio alemán realizó el grueso de su filmografía en un Hollywood clásico que enfocaba sus películas a un público eminentemente pasivo. Para disfrutar sus obras no era necesario devanarse los sesos, pero quien miraba más allá de su contenido evidente obtenía mucho más de lo que ofrecían el resto de comedias de la época.
A finales de los años 20 y principios de los 30, la meca del cine imponía todo tipo de restricciones creativas a sus directores. Pero más que un obstáculo, la censura funcionaba como un acicate para ejercitar la retorcida mente de Ernst. Entre sus temas favoritos se encontraban las diferencias entre clases sociales, la crítica política y todo tipo de relaciones amorosas que escaparan de la normalidad: adulterios, triángulos amorosos, matrimonios resucitados… Su especialidad era la incorrección; la insinuación, su técnica para practicarla.
Aunque pocos directores dominaron el arte de la comedia como él, no fue este el género con el que se dio a conocer. En sus inicios, el cine de Lubitsch fue utilizado por el gobierno germano como una suerte de arma arrojadiza contra el gobierno francés (Madamme Dubarry, 1919), el inglés (Ana Bolena, 1920) o el italiano (Romeo y Julieta, 1920). Se trataba de obras históricas amparadas en mastodónticos presupuestos, que ya empezaban a insinuar el posteriormente denominado “toque Lubitsch”.
No dedicaremos este texto a comentar estas películas, a pesar de su innegable interés. Pero tampoco repasaremos las virtudes de las archiconocidas El desfile del amor, La viuda alegre, Ninotchka, El bazar de las sorpresas o Ser o no ser. En estas líneas propongo algunas de los trabajos más logrados y menos conocidos del maestro alemán:
El abanico de Lady Windermere (Lady Windermere’s Fan, 1925)
¿Existe alguna posibilidad de adaptar exitosamente a la gran pantalla la obra homónima del gran Oscar Wilde? ¿Y si prescindiéramos de la palabra, el arma favorita del dramaturgo británico? Sinceramente, si no hubiera visto esta película muda de Ernst Lubitsch pensaría que estamos ante una nueva misión del fantástico Ethan Hunt. Pero no puedo más que rendirme a la imaginación visual del maestro alemán y a su habilidad para respetar el espíritu de semejante pieza de orfebrería literaria.
Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise, 1932)
Si tuviera que recomendar una comedia sofisticada y solo una, sin duda escogería esta película protagonizada por unos maravillosos Herbert Marshall, Miriam Hopkins y Kay Francis que, como suele ocurrir en el cine de Lubitsch, están complementados por unos secundarios de lujo. En menos de noventa minutos, asistimos al desmoronamiento de un matrimonio, el nacimiento de una historia de amor tan inmoral como socialmente reprobable y a un buen puñado de obscenidades que son narrados con el pulso firme de quien enreda situaciones con la misma facilidad con las que las desenreda.
Remordimientos (Broken Lullaby, 1932)
Tras saltar el charco, el alemán dejo de merodear los dominios del drama para instalarse en la comedia casi exclusivamente; salvo por esta película que llama la atención en su extensa filmografía. Aunque parezca mentira, uno lamenta que el director de Ninotchka no se prodigara más en un género que demostró dominar como pocos. Cabría destacar la tensión dramática que se percibe a lo largo de todo el metraje: desde la primera secuencia, todo un prodigio de planificación y síntesis, hasta la manera en la que Lubtisch maneja la evolución de un personaje encerrado en su propia mentira.
Una mujer para dos (Design for Living, 1933)
“Atrevido” o “adelantado a su época” serían algunos de los adjetivos que mejor describirían el cine del director germano. Antes de que Marlene Dietrich levantara ampollas en el sector más puritano de los Estados Unicos con su personaje en Angel, Miriam Hopkins hizo lo propio en Una mujer para dos, convirtiéndose en la hipotenusa del triángulo amoroso completado por Gary Cooper y Fredric March. A día de hoy la película no ha perdido un ápice de su impacto, por mucho que el toque Lubitsch intentara quitar leña al fuego. Me pregunto si Jules et Jim existiría sin ella.
El pecado de Cluny Brown (Cluny Brown, 1946)
Como indicaba en los párrafos introductorios, Lubitsch siempre arremetió contra la estúpida distinción de clases sociales. Por ejemplo, a través de las parejas que protagonizaban sus películas, completamente ajenas a las reglas no escritas que impedían las relaciones entre personas de diferentes estratos. En la que fue su última película (La dama de armiño tuvo que ser concluida por Otto Preminger), el alemán da rienda suelta a su fino sentido de la ironía para romper en la gran pantalla lo que parecía inquebrantable en la vida real. Como siempre, su protagonista femenina lleva la voz cantante en este romance popular que se desarrolla en una ambiente lujoso.
Carlos Fernández Castro