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Las chicas están bien (2023): Arana apuesta por el naturalismo

El de Itsaso Arana es un tipo de cine que invalida la función de la sinopsis, porque el «de qué va» de Las chicas estan bien no es representativo de su verdadera razón de ser: la capacidad de dialogar con el espectador y de hacerle sentir que alguien más que ella o él ha sentido ese mismo miedo, tiene un pensamiento recurrente del que no puede deshacerse o simplemente teme a la soledad.  Y es que las confesiones de sus protagonistas responden a ciertas vivencias y reflexiones que más de uno guarda en su jardín secreto con el fin de evitar el mal trago de sentirse raro e incomprendido.
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Al ver Las chicas están bien queda claro que la cineasta vasca entiende el cine como un afluente de la realidad. Puede sonar a perogrullo, pero si reflexionamos sobre la naturaleza de gran parte del cine que se estrena en salas, llegamos a la conclusión opuesta: consumimos fantasías que solo tienen cabida entre los márgenes de una pantalla.
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La ópera prima de Arana tiene la virtud de compartir con el espectador el aire que respiramos el común de los mortales. Hasta tal punto que, en ocasiones, sería tentador pensar que la directora coloca la cámara en un emplazamiento más o menos estudiado para ver qué se puede aprovechar del material rodado en la sala de edición. Y ahí radica la magia de su cine, porque esa afirmación es cierta y falsa al mismo tiempo. La directora deja espacio a sus actrices para que, simultáneamente, jueguen a ser ellas mismas e interpreten sus roles sin que pueda dilucidarse donde acaba la persona y donde empieza el personaje.
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Solo de esa manera se explica la autenticidad de las reflexiones que comparten tanto a nivel íntimo como cuando intentan dar forma a la obra de teatro que están preparando durante esos días de retiro y hermandad. Y es que, en un ejercicio de síntesis, esta película es, asimismo, un ensayo sobre los misterios que se esconden en el proceso creativo de cualquier obra artística.
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Las chicas están bien es un tipo de película en el que, mientras nada «destacable» ocurre durante su metraje, asistimos a un tratado de gran impacto emocional sobre la sensibilidad humana en general y las interrelaciones femeninas en particular. Bajo la apariencia de una obra logísticamente pequeña, yace el talento de una cineasta que triunfa como catalizadora de reflexiones y desahogos latentes en el interior de cinco actrices entregadas a la causa. A pesar de su evidente universalidad, reflexiones que rara vez encuentran una voz tan nítida en el arte cinematográfico. 

Carlos Fernández Castro

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