Belfast (2021): Branagh recuerda una infancia de cartón piedra
Bonita ciudad Belfast, ¿verdad Kenneth? Aunque tal vez no sea tan bonita como nos la has querido vender en tu última película. Me da la sensación de que has querido representar tu infancia con la mirada puesta en un horizonte repleto de Oscars y con la verdadera ciudad de Belfast en el espejo retrovisor. También sospecho que ese blanco y negro de tu película no es tanto para remitirnos a una época de tu pasado, tal y como hacía John Ford en El hombre que mató a Liberty Valance, a la que, por cierto, homenajeas en Belfast, como para potenciar el preciosismo de tus planos, al mas puro estilo Cuarón.
Porque, entre nosotros, tu película es en realidad una versión populista de Roma pensada para gustar sin que nadie se pregunte por qué demonios ha sido nominada a tantos premios. Está bien, podría justificar su bella factura creyéndome que has intentado plasmar en ella el punto de vista de un niño: como todos sabemos, ellos tienden a recordar su pasado con una cierta nostalgia que disfraza cualquier recuerdo negativo con un llamativo barniz de optimismo. Pero tus decisiones te delatan. ¿Hacía falta que tu padre y tu madre parecieran unos seres esculpidos por las manos de Michelangelo, y que tú parecieras el Arcángel San Gabriel?
Al final todo me parece tan bonito en tu Belfast de ciencia-ficción que me recuerda a una realidad paralela, a otra dimensión en la que los recuerdos son transformados en imágenes «merecedoras» de un Oscar. Y la estrategia para evitar un conjunto fofo y fláccido es distribuir una serie de contratiempos a lo largo de toda la narración. Eso sí, perfectamente cronometrados y en intervalos ajustados a las normas de Robert McKee. Sin ton ni son, cada cierto tiempo irrumpe en escena esa joven misteriosa que se lleva a nuestro protagonista a participar en cualquier actividad peligrosa que nos recuerde donde estamos (en la Belfast de los conflictos religiosos, por el amor de Dios). Para evitar la reiteración (no lo consigue) y lograr esa tensión narrativa, la chica alterna sus apariciones con el malo de la función, que amenaza al padre del protagonista con menos convicción que la de Branagh a la hora de dirigir la primera parte de Thor.
Al final la película es salvada por un par de buenas interpretaciones (Caitriona Balfe y Ciaran Hinds, a quien emparejan incomprensiblemente con una Judy Dench veinte años mayor que él) y una resultona composición de planos que nada tiene que ver con la narración de la pantalla. En definitiva, podría resumirse el carácter confuso de la película en esa escena de karaoke en la que Jamie Dornan interpreta el Everlasting Love de Love Affaire como si se encontrará en un musical americano de los años 50. Antes de que viera la película, decía mi amigo Javier García Godoy que Belfast es el Green Book de 2022. Qué poco se equivocaba.
Carlos Fernández Castro