Fellini de los espíritus (Fellini degli spiriti, 2020)
No hay duda —y no cabe queja al respecto— de que Federico Fellini es un director conocido y reconocido, incluso celebrado; aunque quizá no resulte tan fácil identificarlo, caracterizarlo, describir su personalidad creadora, establecer las señas de identidad del artista. Por ello hay que celebrar este trabajo que se estrena con motivo del centenario y que se suma a varios reportajes, conversaciones o retratos para televisión y a los largos documentales Federico. Un autoritrato ritrovato (Paquito del Bosco, 2000), Fellini: Je suis un grand menteur (Damian Pettigrew, 2002), Federico Fellini. Mit den Augen der Anderen (Eckhart Schmidt, 2003) y, sobre todo, Qué extraño llamarse Federico (2013), el muy emotivo homenaje que le dispensa su amigo de décadas Ettore Scola y que la misma distribuidora, A Contracorriente Films, estrenó en nuestro país.
Poseedor de un mundo propio y generador de un adjetivo que lo resume (“felliniano”) porque su singularidad impide categorizarlo de otro modo, Fellini es un capítulo de la Historia del Cine: desde la ternura de La strada o Las noches de Cabiria a la imaginación desatada de Satyricon, desde la introversión de Ocho y medio al análisis social y la desazón existencialista de La dolce vita, del ejercicio de memoria Amarcord al “gran teatro del mundo” o el mundo como espectáculo que es el telón de fondo de la mayor parte de su cine, Fellini ha trazado un discurso complejo, plural, contradictorio y hasta inasible. En Fellini hay muchos Fellini. De ahí esa dificultad para “identificarlo”, para resumir su personalidad.
Se trata, además, de una filmografía que ha evolucionado desde la superación del neorrealismo (sus primeras películas son contemporáneas a Milagro en Milán y Umberto D) a la de la narración estándar en Satyricon o La ciudad de las mujeres. Y que cuenta con imágenes fascinantes que han devenido icónicas. Un cine, en fin, que permite sucesivos visionados por su riqueza y voluntad de trascender el momento concreto de su rodaje.
El trabajo de Anselma dell’Olio busca al autor a través de la obra y del testimonio de amigos y colaboradores. Esta directora da por supuesto que el espectador conoce sus películas y trata de indagar en la personalidad de su creador. Lo hace desde una perspectiva muy particular que ella explica así: «hasta ahora nadie ha propuesto una investigación en profundidad sobre el interés constante, la fascinación y el ímpetu inquebrantable que tenía por lo que, en definitiva, llamó «el misterio», lo esotérico, el mundo invisible. Es un hecho bien conocido que amaba a los magos, lectores de manos, adivinos, astrólogos, psicoanálisis junguiano, médiums, telépatas, videntes, el I Ching, las cartas del Tarot y todo lo que pudiera ponerlo o prometer ponerlo en contacto con lo sobrenatural, lo paranormal, lo invisible, el viaje iniciático, lo infinito. Religión, por lo tanto, a la que desafió, cuestionó, burló y honró, y a la que se aferra en muchas de sus películas estaba cerca de su corazón, pues la consideraba el aspecto más profundo e interesante de nuestro viaje terrenal».
Esta es la justificación de Dell’Olio. Una aproximación a Fellini que puede parecer sesgada o parcial, pero que la cineasta entiende como la más apropiada para llegar a la médula de su personalidad. Es su apuesta y su opción, que el espectador ha de valorar. A mi juicio Fellini de los espíritus —título muy afortunado, más allá de la referencia a su película Giulietta de los espíritus— es un ensayo valioso que complementa los trabajos citados más arriba, pero no alcanza la emoción ni la riqueza de la película con la que Ettore Scola se despidió de sus dos amigos, Fellini y el cine, y cuyo título está tomado de nuestro Federico (García Lorca): tenía la ambición de contar la historia de Fellini y de esa generación de caricaturistas del periódico satírico Marc’Aurelio.
José Luis Sánchez Noriega
Que se describe algo con tu apellido es solo para los grandes, y aqui hay un ejemplo de ellos, gracias Fellini por tanto!
Gustavo Woltmann