Foto de familia (Photo de Famille, 2018)
Con su segundo largometraje, escrito y dirigido por ella misma, Cécilia Rouaud muestra habilidad para una comedia dramática no exenta de ciertos rasgos de crónica social. Puede parecer que el esquema argumental se limite a explorar los encuentros y desencuentros propios de la comedia familiar en una época en que la familia ha dejado de ser un referente sólido; con ser esto cierto, hay apuntes en la construcción de los personajes que llevan la película más allá de la apariencia pequeña —y hasta rutinaria como ejercicio de estilo— y revelan mayor empaque del que muestra a primera vista.
El fallecimiento del abuelo reúne a los hermanos Gabrielle, Elsa y Mao con sus padres, Claudine y Pierre, separados desde hace tiempo; Pierre tiene una nueva relación, aunque su exesposa y sus hijas le reprochan sus devaneos con secretarias, y Claudine, psiquiatra de profesión, se muestra muy familiar y cariñosa con su exsuegra. Gabrielle está separada, se gana la vida como estatua viviente para turistas japoneses en los muelles del Sena y su hijo adolescente quiere dejarla e irse a vivir con su padre. Por su parte, el más pequeño de los tres hermanos, Mao es un joven un tanto inestable o inseguro, ha tenido varias relaciones de pareja, trabaja creando videojuegos y asiste regularmente a sesiones de psicoterapia. Elsa trabaja con jóvenes en riesgo de exclusión social; no consigue quedarse embarazada y ello deteriora la relación con su marido, que le plantea la ruptura de la pareja. Tras el entierro del abuelo, la familia se plantea el futuro de la abuela, que padece demencia senil y quiere irse a morir a Saint Julien, el pueblo donde pasaban las vacaciones y del que los tres hermanos guardan gratos recuerdos. Pierre quiere ingresarla en una residencia, lo que rechazan sus hijos, quienes optan por cuidarla personalmente, alternándose por semanas.
La película empieza y termina con sendos entierros; en medio, el trasiego de cuidar a los mayores y varias paradojas. Una no pequeña es que en esa familia donde se unen cuatro generaciones, los personajes más maduros sean la abuela y su bisnieto adolescente: ambos saben muy bien lo que quieren y eso que buscan es muy razonable. Sus roles son contrarios a los tradicionales. La “mami” desea irse a morir en paz al pueblo donde fue feliz para evitar la residencia aburrida o ser una carga para los suyos; para el chico, irse a vivir con su padre y dejar a una madre imprevisible, de la que se avergüenza en el colegio porque le trata como a un niño pequeño.
También está la paradoja de Pierre, el padre de familia divorciado que se junta con mujeres mucho más jóvenes y que, avanzados los sesenta, va a ser padre nuevamente; y la de su exmujer, en un rol que no parece a la altura de sus conocimientos como psiquiatra, pues mete la pata cuando trata de ayudar a sus hijos. Gran parte del relato se centra en la figura de Gabrielle, una mujer en permanente tránsito que se niega a sí misma sus pulsiones y sentimientos, estableciendo con el compañero de su hermano una relación conflictiva de puro equívoca. También hay que anotar las relaciones complejas entre tres hermanos, hijos de padres separados, que añoran su infancia evocada en la foto que quieren repetir.
Aunque desigual y quizá necesitada de mayor radicalidad en su planteamiento, Foto de familia tiene interés al apuntar hacia nuevos modelos de familia y de relaciones familiares caracterizadas por la inestabilidad, los roles intercambiados, las viejas heridas y las reformulaciones constantes que se dan en la sociedad. Como señala la propia directora, en definitiva «No importa la edad que tengamos y los problemas familiares que no hayamos podido resolver, todos seguimos siendo, hasta el final, el hijo de nuestra madre o el padre de su hijo».
José Luis Sánchez Noriega