Dragged Across Concrete (2018)
No es tan fácil reventar las costuras de un género después de que muchos otros lo hayan intentado ya. No vale con llevar la contraria. Es necesario triunfar en el intento, lograr que la película funcione en contra de lo que marcan los cánones. Tampoco basta con incorporar un toque personal a los ingredientes tradicionales. Más bien, se deberían sustituir algunos de estos últimos por otros que no solo no hayan demostrado su eficacia en el marco del género sino que aparenten ser contrarios a la esencia del mismo.
Así de arriesgado es el último trabajo de S. Craig Zahler, aquel director que hace ya un lustro rompiera los esquemas de uno de los géneros clásicos por excelencia con Bone Tomahawk. Tras haber revisado el western y el drama carcelario, el norteamericano se ha empeñado en reinventar el cine de acción y las buddy movies en una producción que desafía algunos de los que hasta ahora habían sido puntos innegociables de estos géneros.
Al contrario de lo que suele ser habitual en este tipo de cine, Dragged Across Concrete es larga como la noche (2h 30m). Su ritmo es deliberadamente pausado, evitando la sucesión vertiginosa de acontecimientos. Sin embargo, no renuncia a la tensión narrativa, muy bien gestionada en ciertos pasajes de su metraje.
Los personajes interpretados por Mel Gibson y Vince Vaughn escupen frases supuestamente cómicas y ocurrentes, como corresponde a su estatus de policías rebeldes, pero carecen del ingenio necesario para hacerlo como las grandes estrellas del cine de acción de los 90. Digamos que Zahler persigue una cierta desmitificación de estos cafres que, al fin y al cabo, se distinguen por la brutalidad de sus prácticas policiales.
Lejos de construir unos personajes planos, Zahler añade un cierto humanismo tanto a los agentes Ridgeman y Lurasetti, de los que conocemos su lado más sentimental a través de sus relaciones de pareja y familiares, como a los camellos Henry Johns y Biscuit que comparten un pasado en común y también tienen sus preocupaciones al margen de su actividad criminal.
Precisamente, las secuencias dedicadas a profundizar en el ámbito personal de cada uno de ellos son las que imponen el ritmo atípico de la película, ya que centran su atención en el diálogo y persiguen un estatismo muy alejado del cine de acción. Asimismo, proporcionan una relación ambivalente entre el espectador y los personajes. En este sentido, la película presenta una moralidad cuestionable de la que sólo se salva el expresidiario Henry Johns.
En las secuencias de acción, Zahler vuelve a demostrar la pericia exhibida en trabajos anteriores: es directo, sabe cómo provocar impacto y entiende las maneras de manejar el tempo hasta alcanzar el clímax necesario para dinamitar la narración. Todos estos detalles hacen de él un director con voz propia y único en su especie, que rehuye comparaciones (suena el eco de Winding Refn en la gestión del tempo y de Tarantino en el empleo de los diálogos pero de una manera muy distorsionada y lejana) y está dispuesto a resucitar esos géneros que tanto amábamos antaño y que, como demuestra Dragged Across Concrete, todavía están por exprimir.
Carlos Fernández Castro