Confinamiento 08/04/2020 (El año pasado en Marienbad, 1961)
Los recuerdos tienen el poder mágico de cambiar la realidad. Dependiendo de cada persona, embellecen momentos intrascendentes o emborronan instantes de inmensa felicidad. Sin embargo, poseen una magia que no podemos controlar por completo. En su territorio, somos un huésped a merced de su voluntad. En un abrir y cerrar de ojos, lo que sucedió puede transformarse en una hipótesis sin contacto alguno con lo material. Aquello que pertenecía a la realidad cambia de propietario.
A partir de ese punto, es tan fácil cambiar un gesto, una palabra, una decisión, una prenda de vestir… El año pasado en Marienbad es como uno de esos recuerdos en constante reconstrucción. En las estancias de un hotel lujoso, un hombre intenta convencer a una mujer casada de su aventura en común el año anterior en ese mismo lugar o, tal vez, en otro sitio similar. Ella ni siquiera le reconoce y él no deja de relatar los acontecimientos de aquellos días.
Diferentes versiones de los mismos sucesos, un primer encuentro narrado de tantas formas diversas como permite el material del que están hechos los recuerdos, distintas repeticiones de un encuentro en los salones del hotel. Siempre el mismo deseo. Sin embargo, el recuerdo se rebela contra su propio creador y le muestra como un eterno perdedor en un juego de mesa que anticipa el resultado de lo único que no puede ser modificado.
Alain Resnais transforma el texto de Alain Robbe Grillet en imágenes. Construye un universo a su medida, en el que los planos largos puedan flotar por los pasillos, recorrer los techos barrocos, explorar las estancias, asistir a obras de teatro que se repiten sin cesar, percibir el tiempo de una manera diferente. En el que el objetivo implacable de su cámara pueda observar sin ser observado, romper la intimidad de los personajes, colocarnos en una posición privilegiada.
Y entonces se inicia la seducción, el rechazo, la conquista, la pasión, el miedo a ser descubiertos, los planes de huida y los tiempos muertos a la espera de un nuevo encuentro. Los personajes fluyen por ese recuerdo vivo que rectifica la versión de si mismo a cada momento, sin volver sobre sus propios pasos, como el escritor insatisfecho con una narrativa desobediente. Una vez más, el cine podría permitir una reescritura a la carta, al estilo Quentin Tarantino, pero en el cine de Resnais la libertad es menos un derecho que una obligación.
Carlos Fernández Castro