Crónicas desde el Festival Internacional de Cine de Berlín 2020 (27 de febrero)
Effacer l’historique (Benoît Deléphine, Gustave Kerven): Sección Oficial
En las últimas semanas, la comparecencia del cantante César Strawberry en el Congreso defendiendo su “derecho a ofender”, y el juicio de Willy Toledo por sus insultos a la Virgen María han reavivado en España el debate sobre los límites de la comedia. Hay quienes, como los autores de la obra La gran ofensa, representada actualmente en el Teatro Lara de Madrid, propugnan que todo debe poder ser motivo de risa, que en una sociedad plural la libertad de expresión debe primar sobre la censura, y que quienes se sientan heridos por un chiste, acaso de mal gusto, no son más que unos “ofendiditos”. Sin embargo, el sentido común sugiere que la carcajada no debe ser pagada a cualquier precio. ¿Dónde están pues, si las hay, las líneas rojas?
El film de Deléphine y Kerven presentado en la Berlinale aporta una solución satisfactoria al dilema. El hecho de que nadie abandonase la sala y que Effacer l’historique cosechase el aplauso más largo e intenso de entre las proyecciones para críticos a las que pudo asistir el que suscribe, parece motivo suficiente como para tomarla en cuenta. Máxime cuando la verdadera comedia es no sólo el género más difícil, sino también el más escaso en los festivales. Los autores galos, ciertamente, se ríen de todo: de la dificultad por encontrar (y conservar) un trabajo estable, de las altas exigencias de la sociedad de la imagen, de la indefensión del individuo ante la extorsión digital, de las relaciones líquidas y el fracaso pandémico de los vínculos de pareja… Temas que, como se ve, no tienen ninguna gracia, toda vez que seguramente los allí presentes, de modo personal o en el círculo estrecho de seres queridos, estuvieran afectados por uno o varios de estos dramas.
Pero la actitud de los espectadores distó bastante del rechazo: antes bien todo lo contrario. ¿Cuál es el secreto, pues, de esta original y divertidísima comedia francesa, portadora de todas las gradaciones del humor entre el blanco impoluto y el negro más oscuro? Posiblemente, su finísimo equilibro entre la cercanía y la distancia. De un lado, Deléphine y Kerven filman a sus personajes desde una innegable simpatía, siguiéndolos a veces como quien rueda un vídeo familiar, reforzando el grano de la película tal percepción. Por otra parte, en determinados momentos, una posición forzada de la cámara, un plano largo, un silencio incómodo permiten empatizar con el drama de los protagonistas, entenderlos. Desear acaso tomar sus soluciones desesperadas, como la de aparcar en la isla de una rotonda para gritar con fuerza; una imagen que refleja a la perfección ese deseo marxista (de Groucho, entiéndase) de que se pare el mundo para bajarse. Pero el mundo no se para, como muestra el genial último plano, que al mismo tiempo recuerda cómo la clave de todo humor reside en la justa mirada sobre los propios problemas.
A la vista de Effacer l’historique, la pregunta inicial se responde por sí sola: ¿se debe poder hacer comedia de todo? Evidentemente sí. Pero no todos valen para conseguir el equilibrio necesario. A algunos, sencillamente, les falta el talento para ello.
Rubén de la Prida Caballero