A voluntary year (Das Freiwilige Jahr, 2019): Festival de Cine Europeo de Sevilla 2019
Dirección: Ulrich Köhler, Henner Winckler Guion: Ulrich Köhler, Henner Winckler Reparto: Maj-Britt Klenke, Sebastian Rudolph, Thomas Schubert Fotografía: Patrick Orth Duración: 86 Min.
La adolescencia es un tiempo nebuloso, volátil, desagradable, en el que la indefinición parece ser la suerte de toda identidad. Un intervalo de extensión individual entre la idealización de la infancia y el realismo de la madurez. Es la edad de la forja del juicio sobre el yunque de la prueba y el error, el momento doloroso de descubrir y aceptar las fronteras de los propios límites. Un período en el que mandan las hormonas, las tripas, el conflicto y la frustración, en contraste con la estabilidad que caracteriza (o debería) a la edad adulta.
Por eso no sorprende que en el arranque de Das freiwillige Jahr, dirigida a cuatro manos por Ulrich Köhler y Henner Winckler, la joven Jette (sobresaliente Maj-Britt Kelncke) desobedezca a su progenitor Urs (sólido Sebastian Rudolph) y se fugue con su novio en lugar de coger el avión que lo alejaría de él durante doce meses. Hasta aquí, todo bien. Un acto de rebeldía adolescente pertrechado con nocturnidad y alevosía, nada del otro jueves. Aunque ya desde este comienzo hay algo inquietante en los ojos de Jette: una sombra de miedo que resiste pertinaz a la supuesta experiencia de libertad emprendida con su novio Mario. Él, acaso más prudente, decide retomar el contacto con el mundo adulto y se convierte en diana de todos: de Jette, por supuesto, que prosigue -rebelde con causa- su fuga en solitario, y de Urs, que desde este momento pasa al primer plano narrativo, para no abandonarlo hasta el final del metraje.
No avanza mucho más la cinta antes de que el espectador sea consciente de que tampoco Urs ha alcanzado la edad adulta. Anda por la vida desnortado, más acaso que su propia hija, confundiendo de continuo autoridad con arrogancia, honestidad con egoísmo, espontaneidad con visceralidad, responsabilidad con neurosis. Una persona desequilibrada, no necesariamente en el sentido clínico del término, aunque quizá también conforme a él, un púbero cuarentón. Con toda la frustración acumulada de no saber quién se es, ni que se quiere en una vida que emprende su cuesta abajo. Dando a su hija unos consejos aprendidos de carrerilla posiblemente de alguna abuela, que no mueven porque no se los cree ni el que los espeta, porque jamás los ha vivido.
Bazin decía que el cine es una huella de la realidad, pero a veces se da el prodigio de que una cinta nos sumerja de lleno en un aspecto de ella. La película de Köhler y Winckler lo consigue desde el principio, de continuo y sin paliativos. Sustentan el milagro el naturalismo de la puesta en escena, el realismo de unas interpretaciones memorables, y la sutilidad de un guion exacto, honesto, y sin traza de irrealidad, aunque sea ficcionado. La historia de Urs, su hija, y su círculo más estrecho no tiene nada de particular en Centroeuropa -quien lo probó lo sabe. Precisamente eso la hace tan alarmante: describe, con el poder de la metonimia, el estado habitual de las cosas dentro de una sociedad enferma. Dentro de una cultura en la que todo vale mientras no me salpique, pues entonces solo cuenta lo que yo quiero -Urs dixit. Dentro de una tiranía en la que, como Jette, uno tiene toda la libertad del mundo, siempre que haga lo que está prescrito, siempre que piense como piensan los que mandan. Lo grave es que tampoco ellos predican con el ejemplo, sino que permanecen anclados en un arrogante despotismo, como de adolescente aterrado -los ojos de Urs albergan el miedo de los de Jette en segunda derivada- que ha hecho de la desorientación la patria incómoda de su existencia.
No es buenismo paternalista por parte de los directores el hecho de que el único personaje íntegro de la cinta y sus dos hérores anónimos tengan todos rasgos islámicos. Tampoco resulta sorprendente, en su desgarro y simbolismo, el final de un film que es análisis de una tóxica cultura del desencuentro. Cuando dentro de ella no es posible encontrar nada que satisfaga de modo sostenible los anhelos legítimos del corazón humano, el remedio más inmediato es perseguir, como si de magnéticas limaduras se tratase, las trazas de humanidad reconocibles en el primero que pasa.
Rubén de la Prida Caballero