Crónicas desde la 66ª edición del Festival Internacional de cine de San Sebastián 2018
La cita cinéfila más importante de nuestro territorio nos ha regalado diez días de cine con casi dos centenares de películas presentadas en una ambiciosa oferta transversal que incluye nuevas voces, nombres reconocidos del cine de autor, lo último de la producción hecha en español, una panorámica de lo mas destacado del año en otros festivales y los ya clásicos ciclos de producción propia. Sin embargo, y como viene siendo habitual, el foco mediático se ha repartido principalmente entre las obras presentadas a concurso –auténtica medula de cualquier festival– y la sección “Perlas”, una de las pocas ventajas de ser el último de los grandes festivales y que todos los años es cita ineludible para conocer la cosecha del mejor cine presentado en otros importantes certámenes. Nuestra mirada, salvo alguna ocasional excepción, también se ha movido entre este avance del cine por llegar y una sección oficial, arriesgada y heterogénea, que este año incluía algunos autores sustanciales para entender el presente –o incluso el pasado más reciente– de un arte en constante movimiento y búsqueda. De nuestra propia indagación surge esta crónica, también emocional y no necesariamente ordenada, de una de las ediciones más interesantes –con todos los matices que se quieran añadir– de los años recientes.
La sección “Perlas” se abrió con Tres caras (Se rokh, Jafar Panahi, 2018) donde el director iraní vuelve a jugar con realidad y ficción en otra entrega que indaga el oficio de ser cineasta. Puede que ya vaya encontrando muros que no pueden romper sus conocidas limitaciones, pero el tríptico que supone su último film con Esto no es una película (2011) y Taxi Teherán (2015) es un tratado sobre la voluntad de hacer cine y la resistencia, donde no falta el humor y mucho simbolismo para retratar la realidad de su país. La primera representación española en la Sección Oficial (S.O.) estuvo a cargo de El reino (Rodrigo Sorogoyen, 2018). Decían en el PP que vivían en una fiesta continua, pero como bien ha interpretado Sorogoyen, eso era una “Rave” ilegal en la tierra de la música electrónica que suena constantemente en este desasosegante y muy energético Thriller político. De aquí se fue sin reconocimientos pero sus numerosas nominaciones en la próxima edición de los premios Goya parecen incuestionables. Un día más con vida (Raúl de la Fuente, Damian Nenow, 2017. Perlas) es una original propuesta codirigida por el navarro Raul de la Fuente (que ya pasó por la S.O. de Cannes) y que mezcla el documental con la animación para contar la experiencia real del periodista Kapuscinski en la independencia de Angola y de paso hacer una reflexión sobre el compromiso y la génesis del llamado “Tercer Mundo”. Fondo y forma para un complejo proyecto que ha tardado casi una década en ser llevado a la pantalla grande y que recibió el reconocimiento del público. A solo una centésima se quedó Capharnaüm (Nadine Labaki, 2018. Perlas) una obra que a pesar de venir avalada por el Premio del Jurado en Cannes tuvo una controvertida recepción crítica. La razón: su excesiva estilización formal de la miseria infantil en Líbano, un acercamiento a una realidad que algunos tildaron de “pornomiseria”. Polémicas aparte, Labaki demuestra una gran capacidad para conectar con los espectadores que auparon la película en una de las votaciones más reñidas que se recuerdan en Donostia.
Iciar Bollain volvió a la sección competitiva con Yuli, (2018, S.O.). Aunque lleva la narrativa a un lugar común, la realizadora demuestra una gran solvencia rodando las secuencias de coreografía y las integra perfectamente haciendo avanzar la historia, incluso utilizándolas como un recurso fílmico: notable la secuencia en la que el baile sustituye a la violencia, una especie de fuera de campo y catarsis a través del arte de la danza. Es una pena que la película se vuelva reiterativa en su segundo tramo y que su final sea tan convencional. Todo lo contrario que Girl (Lukas Dhont, 2018. Perlas) una ópera prima que tiene como protagonista a una adolescente bailarina nacida como Victor en proceso de reasignación de sexo. La naturalidad con la que se trata este tránsito, la necesaria y dolorosa conexión que necesita con su cuerpo (para la danza y para sentirse completa), la veracidad de todo lo que ocurre, sin estridencias pero con una angustia honda y silenciosa, la hicieron merecedora de la Cámara de Oro y Premio Fipresci en Cannes. Si hubiera estado en la sección oficial sería merecedora del premio de interpretación para su joven protagonista, Victor Polster. Cold War (Pawel Pawlikowski, 2018. Perlas) es la nueva película del autor polaco tras Ida (2013), otra entrega exquisita con la que el director se ha adelantado a las posibles comparaciones con su predecesora: utiliza el mismo formato 4:3, un preciosista blanco y negro y esos cuidados encuadres tan característicos de su obra; pero aquí la cámara fluye por distintas épocas de la guerra fría para contar una historia de amor en un tiempo triste. Es notable el uso de la música, desde los coros propagandísticos al jazz parisino de los exiliados durante la posguerra como una traslación natural de los sentimientos de sus protagonistas incluido un disparatado Calipso, reflejo de la decadencia de lo que no se puede recomponer. Su final es uno de los más delicados que se han podido ver en el Zinemaldia. Aunque hablando de delicadeza es obligado mencionar la ganadora de la Palma de Oro en Cannes este año, Un asunto de familia (Shoplifters, Hirokazu Koeeda, 2018. Perlas) se mueve entre las sombras y la luz con un tono sensible y delicado. El humanista Koreeda es capaz de contar una historia de marginalidad (y solidaridad también) sin abandonar el humor y dejarnos una profunda reflexión política sobre la familia y la organización social.
Dantza (Telmo Esnal, 2018. S.O. fuera de concurso) es la apuesta del festival por uno de los realizadores locales. El guipuzcoano filma una obra musical de hipnótica belleza, una apuesta formal cuidada y singular que hunde sus raíces en el folclore vasco y se ramifica en variadas coreografías siempre atentas a una puesta en escena de gran plasticidad. De la danza a la música, la participación española en la sección oficial se cerró con Quién te cantará (Carlos Vermut, 2018). El ganador de la Concha de Oro con Magical Girl (2014) bascula aquí entre el universo de Persona de Bergman y los conflictos materno/filiales de Almodóvar. La historia de este trasunto de la cantante Mina habla de vampirismo, transferencia y suplantación pero el tono es frío y cerebral para un drama con una narrativa lineal muy alejada de la fragmentación y el misterio de las anteriores obras de Vermut. A pesar de ser una de las participaciones más esperadas, su recepción polarizó las opiniones. La unanimidad, sin embargo, fue total con Roma (Alfonso Cuarón, 2018. Perlas) la película que Netflix ha producido al realizador de Hijos de los hombres (2006). La película merece un estreno de pantalla grande en salas –además de en la plataforma– para que se pueda disfrutar en las mejores condiciones el brillante trabajo de cámara (fotografía, encuadre, composición, etc) de esta obra sensible y madura. Cuarón mejor que nunca.
Una ligera desilusión llegó con Vision (Naomi Kawase, 2018. S.O.) en la que la prestigiosa Kawase vuelve con su cine preciosista repleto de poesía y simbolismo. Su retorno a la naturaleza plantea una historia sobre la soledad y el destino donde no faltan las fuerzas telúricas y el toque fantástico. Muy relacionada con Still the Water (2014) y Radiance (2017) la película no supone ninguna novedad en su filmografía a pesar de contar con Juliette Binoche. La estrella francesa, presente en San Sebastián, también participa en High Life (Claire Denis, 2018, S.O.) otra de las obras firmadas por un gran nombre femenino de la creación cinematográfica. Lo último de la veterana Claire Denis es una película sofisticada y provocadora. Una reflexión sobre el deseo –tan presente en su obra– y la capacidad de comenzar de nuevo sin pecados (y no precisamente el original). Ciencia ficción muy física con un diseño de producción asesorado por el gran artista danés Olafur Eliasson. Incomprendida por algunos sectores, recibió el reconocimiento de la crítica con el premio FIPRESCI. Siguiendo con nombres propios destaca In Fabric (Peter Strickland, 2018. S.O.). Ecléctica y a la vez muy personal, la nueva película del director de The Duke Of Burgundi (2014) es un collage visual preñado de humor y creatividad. Sin duda una de las películas más importantes de la Sección Oficial. Las decepciones, que también las hubo, vinieron de la mano de Red Joan (Trevor Nunn, 2018. Proyección especial) una película viejuna y convencional que no justifica su presencia ni para acompañar a el Premio Donostia a la gran Judi Dench y muy particularmente Beautiful Boy (Felix Van Groeningen, 2018. S.O.) una obra desmayada y prescindible, casi una usurpadora como oportunidad perdida de haber incluido otra obra en la sección a concurso.
La sección oficial voló alto con Entre dos aguas (Isaki Lacuesta, 2018) la vuelta del realizador catalán a los protagonistas de La leyenda del tiempo (2006) más de una década después. Un trabajo preñado de autenticidad y vida que le ha supuesto su segunda Concha de Oro tras la conseguida con Los pasos dobles (2011). Puede que le sobre parte de sus 135 minutos… pero ¿quién puede renunciar a parte de sus secuencias cuando se ha capturado tanta verdad? Otra de las películas reconocidas por el jurado oficial (hasta en 3 apartados: dirección, interpretación masculina y fotografía) fue Rojo (Benjamín Naishtat, 2018. S,O.) una aproximación muy personal al “Noir” en la Argentina de los 70. Entre la crónica socio-política y el “thriller”, Naishtat desarrolla una historia turbia e inquietante para crear un film atmosférico con todos los recursos de que dispone y en el que destaca un particular uso cromático de la imagen. Un laberinto narrativo como la política del país sudamericano durante el tiempo en el que se inserta la película. Una década más tarde sitúa Kirill Serebrennikov su film Leto (2018. Perlas) para trasladarnos a la efervescente escena musical de los 80 en la Rusia del aperturismo, una obra sobre un periodo de importantes cambios sociales contado al ritmo de la mejor música (la de los grandes: Talking Heads, Lou Reed, Iggy Pop, Bowie…) y repleta de simpáticas ideas visuales, vigor y ritmo. También hay nervio en las imágenes de The Wolf Brigade (Kim Jee-woon, 2018. S.O.), la última película del director que sorprendió aquí hace unos años con su salvaje cinta I Saw the Devil (2010). Cine nervioso de pura adrenalina en un farragoso argumento donde no falta la crítica política. La propuesta, basada en un anime japonés, contiene largas secuencias de acción en la mejor tradición coreana, marca Asia. La representante noruega Blind Spot (Tuva Novotny, 2018) supera los nervios para entrar directamente en la histeria de una madre cuya hija adolescente ha intentado suicidarse. Narrada en una sola toma, este alarde técnico –que hubiera necesitado un poco más de escritura para armar la tragedia– consiguió el premio a la mejor interpretación femenina para su protagonista Pia Tjelta.
Pero si hablamos de retos (y logros) formales es justo señalar una de las mejores obras vistas en todo el festival, Long Day’s Journey into Night (Bi Gan, 2018. Zabaltegi/Tabakalera). Lírica, densa y atmosférica, las sugerentes imágenes de la primera parte del film confluyen en un plano secuencia de 55 minutos en 3D que hay que verlo para creerlo. Como los milagros. Ciro Guerra (El abrazo de la serpiente, 2015) volvió con una mirada a los estragos del narcotráfico, en este caso marihuana, sobre las comunidades indígenas en la interesante Pájaros de verano (2018. Perlas). Un relato desde el otro punto de vista en clave de “recolonización/revictimización”, un nuevo aniquilamiento de tradiciones y valores. También ha retornado a “Perlas” el realizador chino Jia Zhang Ke con Ash is Purest White (2018). La nueva película del director de Mountains May Depart (2015) es nuevamente una indagación inteligente y sensible sobre la complejidad de su país de origen través de un amor imposible en la China pandillera y rural. Otra vuelta de tuerca a la colisión entre tradición-modernidad con su magnífica actriz fetiche Tao Zhao. Por otro lado, la película producida por los hermanos Almodóvar, El ángel (Luis Ortega, 2018. Perlas), es un cine menor (aunque no falto de intenciones) y disfrutable.
Fuera de las secciones principales encontramos algunas propuestas estimulantes como el Premio de la Juventud, Viaje al cuarto de una madre (Celia Rico, 2018. Nuevos directores). Una película pequeña a la que sus protagonistas hacen muy grande. El tratamiento de la ausencia, los pequeños objetos y el espacio (mínimo) donde se desarrolla revelan a una prometedora cineasta tras este debut. Y también en “Nuevos directores” se presentó Oreina (Koldo Almandoz, 2018). Tras sus sugestivas imágenes hay un agudo observador, un cineasta dotado para la creación de atmósferas y capaz de convertir el paisaje en un elemento vertebrador de una historia llena de pequeños secretos y silencios. I Hate New York (Gustavo Sánchez, 2018. Made in Spain) es un recomendable paseo por la escena “trans” neoyorkina. Lentejuelas y activismo en el ambiente artístico underground a través de una década (2007-2017) en la que no todos sus protagonistas sobrevivieron. En “Culinary Zinema” destacó la propuesta de Eric Khoo, el cineasta más reconocido de Singapur, habitual en esta sección y otros festivales internacionales, Ramen Shop (2018). Una comedia dramática sobre una familia dividida con el trasfondo de la invasión del pequeño país del sudeste asiático por parte del ejercito chino durante la Segunda Guerra Mundial. En este encargo para conmemorar el 50 aniversario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre las dos naciones Khoo hace una exploración sobre la capacidad de la gastronomía para restaurar lazos emocionales con el horizonte de la reconciliación. La noche de 12 años (Álvaro Brechner, 2018. Horizontes latinos) es una cinta sensorial e inmersiva sobre el aislamiento ilegal al que fueron sometidos Pepe Múgica, posterior presidente electo de Uruguay, y dos compañeros tupamaros por parte del ejercito. Su tratamiento visual y, muy especialmente, sonoro nos introduce en la mente de sus protagonistas, su confinamiento y la (ilimitada) capacidad de resistencia humana.
Clausuró el festival Bad Times at the Royale (Drew Goddard, 2018), una buena fórmula (si la hay) para gustar al público: guión repleto de giros y sorpresas, humor negro, una buena banda sonora y el ADN de Los odiosos ocho (Quentin Tarantino, 2015) incrustado.
José Félix Collazos