Tiempo después (2018)
Nota: 7
Dirección: José Luis Cuerda
Guión: José Luis Cuerda (Novela: José Luis Cuerda)
Reparto: Blanca Suárez, Roberto Álamo, Arturo Valls, Miguel Rellán, Carlos Areces, Antonio de la Torre, Joaquín Reyes, Raúl Cimas, Berto Romero, Nerea Camacho, Secun De La Rosa, Manolo Solo, Andreu Buenafuente, Gabino Diego
Fotografía: Pau Esteve Birba
Duración: 95 Min.
Inevitablemente, cualquier propuesta de comedia del absurdo que plantee José Luis Cuerda va a ser comparada con Amanece que no es poco (1988), uno de los títulos de toda la historia del cine español que, con propiedad y rigor, puede ser calificado de “película de culto”. No era una cinta comercial (poco más de trescientos mil espectadores en las salas), descolocó a gran parte de la crítica y suscitó filias y fobias de mucha energía: incluso gente no especialmente cinéfila se convirtió en “amanecista”, adjetivo con que se identifican los seguidores que se reúnen periódicamente para celebrar episodios de aquella ficción rural-futurista. Como se sabe, Cuerda no resistió a la tentación de una segunda parte, Así en el cielo como en la tierra (1995), pronto desdeñada como mera secuela que no aportaba nada al original.
El cineasta albaceteño cuenta con más obras, varias de ellas son celebradas adaptaciones literarias, como El bosque animado (1987) o La lengua de las mariposas (1999), mientras en otras ha tenido menos fortuna, como Los girasoles ciegos (2008) o Todo es silencio (2012). Ya en las dos primeras se percibe el humor con mezcla de crítica social y/o política y talante de ternura que también estaba presente en La marrana (1992). Ese es el territorio Cuerda.
Tiempo después se nutre del surrealismo rural y costumbrista de Amanece… pero en modo alguno trata de darle continuidad, pues ahora hay un esquema de comedia con trasfondo de crítica social que no existía en la cinta de 1988, aunque sí se mantienen las bromas con formulaciones filosóficas. El “tiempo después” se sitúa en un futuro del año 9177 donde en el capitalismo avanzado han caído todas las máscaras y se ha consolidado una sociedad claramente dual: los pobres en paro (mal)viven en chabolas en poblados en medio del bosque y un sistema totalitario organiza la libre competencia controlando la pluralidad de opciones (sic) y cada cosa está en su sitio dentro del Edificio Representativo, una torre de hormigón con pasillos y cuartitos dispuestos al efecto: el rey manda, las fuerzas del orden (Marina, Guardia Civil y policía municipal mundial) obedecen. Aunque los religiosos pertenecen a los dos bandos: el cura trabucaire es un agresivo defensor del orden mientras una monja y un fraile alientan la revolución. Todo se altera cuando el pobre José María trata de vender zumo de limón con su carrito en el Edificio Representativo, lo que supone un desafío a su naturaleza, pues dejaría de ser parado y sufriría una merma ontológica (sic).
Cuerda combina elementos dispares en una amalgama con resultados inevitablemente desiguales. Los jóvenes rebeldes con horario fijo, las barberías que se disputan la clientela, Méndez que se niega a dar descendencia al rey, los católicos de la teología de la liberación, el conserje carcerbero… una “fauna” con bastante encanto. Algunos largos parlamentos, casi filosóficos, funcionan bien y otros no; y lo mismo sucede con personajes y situaciones: el general de la Guardia Civil encarnado por Miguel Rellán casi mejora a aquel agente Sazatornil. La ridiculización de la libre competencia debidamente organizada, con tres bares, tres barberías, tres iglesias, etc. es ingeniosa, al igual que la caracterización de los jóvenes rebeldes –unos defienden a Ortega, otros son más de Hegel— y la volubilidad de sus decisiones: puede que se sumen a la revolución o puede que pasen de ello, porque les viene mal. En el extenso y acertado reparto, hay personajes con encanto, como el enamorado Gurriato, el barbero frustrado, el alcalde democrático o el conserje sin opinión sobre la paternidad porque siempre fue conserje. Y el final, con la revolución asumida y desactivada por el sistema capitalista no puede ser más afortunado.
Creo que es de las películas que piden espectadores en sintonía; es decir, que no es para cualquier público ni para todos los públicos. El abajofirmante se lo pasó bien, aunque reconoce los altibajos, y aplaude la oportunidad de una propuesta de humor que no renuncia a la crítica social. De hecho, un segundo visionado permite comprobar que esa crítica pervive con entidad, matices y pertinencia por debajo de las parrafadas retóricas.
José Luis Sánchez Noriega