Yuli (2018)
Nota: 8
Dirección: Icíar Bollaín
Guión: Paul Laverty
Reparto: Carlos Acosta, Santiago Alfonso, Keyvin Martínez, Edison Manuel Olvera, Laura de la Uz, Yerlin Pérez
Fotografía: Alex Catalán
Duración: 109 Min.
No lo tenía fácil Icíar Bollaín con esta propuesta de biografía de un bailarín cubano. Ni el contexto político de la isla ni la presencia del propio biografiado como intérprete eran las condiciones idóneas de libertad que cualquier creador exige para su trabajo. Sale bien parada porque no lima asperezas y se muestra fiel a lo real a la hora de plasmar la desesperación de los cubanos que intentan emigrar (o exiliarse) o los enfrentamientos con su padre que tuvo Carlos Acosta desde niño, el prodigio sobre el escenario llamado Yuli. Tampoco tiene el corsé de la “biografía autorizada” ni la falta de tensión dramática que suele acompañar al cine “basado en hechos reales”.
De hecho, esta biografía fílmica que se basa en la literaria escrita por el propio Carlos Acosta (La Habana, 1973) titulada No way home (2006) evita la épica de magnificación del personaje y logra trascender su historia particular para abundar en temas más universales, como son el descubrimiento de la vocación, el límite de los sacrificios que exige el éxito y el lugar de la familia en la vida de la persona y hasta de su supervivencia material. Diríamos, entonces, que más allá del interés en un biopic —por más que resulte atractiva la vida del bailarín habanero—Bollaín ha tenido la fortuna de hallar un material completo en esa vida y alrededor de esa vida.
Yuli es un niño pobre y negro, hijo de Pedro, un camionero descendiente de esclavos maltratados pero orgullosos que le inculca, desde muy pronto que, por su condición, ha de hacer el doble de esfuerzo a cualquier otra persona. Pedro es un hombre resuelto y hasta autoritario, practica la santería y encomienda a Oshun la buena fortuna de su familia. Su madre es de raza blanca, al igual que una de sus hermanas, que padece esquizofrenia. Yuli imita a Michael Jackson y baila en la calle break dance con admirable estilo. Pedro ve las cualidades de su hijo y se empeña en que estudie ballet, aunque el chico quiere ser futbolista y se ve marginado en su barriada porque lo llaman maricón. Además, le supone un esfuerzo notable, pues su casa está muy alejada de la escuela.
Deja de ir a clase, lo que le vale un castigo cruel por parte de su padre y la expulsión de la escuela, aunque logra una oportunidad en un internado en Pinar del Río. Allí pasa un tiempo en soledad, pues ni siquiera cuenta con la visita de sus padres que las niñas y niños tienen los miércoles. Aprende, se forja y una profesora le da un empujón: logra un premio importante en Lausana y un contrato en el English National Ballet. Su padre es su primer apoyo exigente, pues Yuli no quiere dejar a su familia: le hace ver que nunca un negro ha tenido en el ballet el papel de Romeo. Tampoco quiere marchar del país sin permiso de las autoridades y que ello le impida el regreso. Se instala en Londres un tiempo hasta que una lesión le obliga a un reposo que también es un paréntesis en su carrera. Luego conseguirá contratos en todo el mundo, sin romper nunca con Cuba, donde regresa periódicamente y funda su propia compañía.
Coherente con el libro autobiográfico en que se inspira el guion de Paul Laverty, Yuli opta básicamente por el punto de vista del personaje que, desde el presente y encarnado por el propio Carlos Acosta, hace un recorrido por su trayectoria personal-familiar y profesional. Dados los orígenes humildes y las contradicciones de esa carrera, esa perspectiva evita la habitual épica de las biografías de deportistas, personas que superan sus enfermedades, artistas singulares… en el modo “bigger than life”. Yuli desarrolla su excepcional talento natural gracias al empeño de su padre y de su profesora, y a un esfuerzo notable, quizá para evitar ser “carne de cañón”, pero no viene dibujado como un héroe con cualidades divinas. Así lo reconoce el bailarín: «La estrella de mi vida es mi padre, sin él yo hubiera sido un delincuente, o estaría en Miami, o me hubiera convertido en un muchacho ordinario que hubiera ido a la escuela local, que es lo que yo quería. En el mejor de los casos me hubiera decidido a ser ingeniero, o a lo mejor nada. Muchos de mis amigos de Los Pinos se fueron en balsa o están presos, y eso iba a ser yo» (El País Semanal, 1-5-2018). Aunque pueda parecer un Billy Elliot caribeño, hay diferencias radicales.
En el presente, Carlos Acosta está montando un ballet titulado precisamente “Yuli”, por tanto la evocación de episodios su vida se realiza mientras ensaya su representación en el escenario con la forma depurada que es la danza, donde las evoluciones de los cuerpos han de plasmar la emoción de diálogos y situaciones. Este es uno de los aciertos de la película, porque la recreación del pasado experimenta dos filtros: el propio de la subjetividad inherente al recuerdo personal y el de su adaptación a un medio tan dificilmente narrativo como es el baile. La variada banda sonora de música y los fragmentos de baile se engarzan en el relato en su punto justo: sin sobreponerse convirtiendo la película en una sucesión de números musicales pero también con la expresividad que esas artes añaden a la estética audiovisual.
La vida de Yuli / Carlos Acosta se enmarca en la pobreza, el racismo más o menos larvado y la singularidad del contexto político del castrismo. Quedan patentes las dificultades, pero también las oportunidades que se le otorgan a un niño pobre. Se consigue mayor emoción en el retrato de la familia, con los fuertes lazos, incluso entre los padres de Yuli, que viven bajo el mismo techo estando separados (sic), el desgarro por la marcha de la abuela y la tentación de salir del país de la madre, la enfermedad de la hermana y la citada tensión con un padre que ama a su hijo con rudeza. En un momento determinado, la fuerza de los afectos familiares está a punto de acabar con la carrera de Yuli, que no acepta la soledad y la condición de trasterrado que conlleva ésta. De ahí también que la biografía del bailarín plantee la cuestión más universal de hasta dónde el sacrificio profesional puede exigir la renuncia a la gratificación tan humana de tener vida sentimental y familiar.
Una película muy sólida que a primera vista puede parecer una biopic atildada, pero que trasciende la narración de una vida para proponer reflexiones universales. Consigue, también, una notable credibilidad con los excelentes actores, cuyo castellano resulta muy expresivo, particularmente Santiago Alfonso, curiosamente él mismo bailarín y coreógrafo
José Luis Sánchez Noriega