Burning (Buh-ning, 2018)
Nota: 9,5
Dirección: Lee Chang
Guión: Lee Chang-dong, Jungmi Oh (Historia: Haruki Murakami)
Reparto: Yoo Ah In, Yeun Steven, Jun Jong-seo, Gang Dong-won, Seung Geun Moon
Fotografía: Kyung-Pyo Hong
Duración: 148 Min.
No son pocas las películas que intentan combinar géneros y abordar las temáticas más variadas en un mismo metraje. Acostumbrados a resultados fallidos o, cuando menos, irregulares, la existencia de Burning se antoja como un milagro cinematográfico difícil de explicar. Lee Chang-dong ni siquiera parece intentarlo; simplemente sucede, como si su película incorporara todos esos ingredientes de distintas recetas con la naturalidad de quien carece de pretensiones y la obediencia de quien se pliega con sumisión a las necesidades de su narración.
En efecto, el mérito radica en este desmentido de «quien mucho abarca, poco aprieta» y en la elegancia de su propuesta. Burning es un thriller porque la atmósfera creada por su director así lo indica. No hay persecuciones explosivas, violencia o grandes misterios por resolver. La tensión surge del interior del protagonista y casi nunca se manifiesta más allá de sus pensamientos o de la capacidad del espectador para identificarse con sus circunstancias; de ahí que en ella jueguen un papel tan relevante la música de Mowg y la planificación de Lee Chang-dong. En este sentido, la austeridad visual del coreano permite la transmisión eficiente y concisa de las ideas y situaciones descritas en el guión.
Todo esto desemboca en el éxito con el que Burning articula un discurso tan abstracto como conceptual. Para ello, el director recurre a toda la sutileza que rebosaban sus anteriores obras, evitando los subrayados y confiando en la inteligencia del espectador para leer los subtextos de sus imágenes. Por el camino, recogemos las pistas que Lee Chang-dong va sembrando a lo largo del metraje, como una suerte de claves para interpretar lo que sucede en la gran pantalla. Desde los primeros pasajes del film, el personaje interpretado por Jong-seo Jeon advierte a su antiguo vecino y compañero de colegio algo así como «para que algo sea real solo es necesario que creas en ello». Una consigna que enlaza directamente con las aspiraciones literarias del protagonista, un escritor que todavía no ha pulsado una tecla de su máquina de escribir…¿o tal vez sí?
Y teniendo en cuenta la fuente de inspiración del director coreano (la novela homónima de Murakami), no es de extrañar el juego que plantea Burning al borrar esporádicamente las fronteras entre ficción y realidad o al recurrir a las metáforas para exponer su discurso y envolver los secretos de su segunda mitad. Precisamente, ese tramo final arranca con la imagen más poderosa del film. Secundada por una bandera de Corea del Sur, Hae-mi baila desnuda y libre, bañada por los rayos de un sol que muere en el horizonte. Sin solución de continuidad, estalla en un llanto de desesperación, de esos que brotan cuando algo se rompe dentro del alma, que anticipa su futuro más próximo.
No es más que la transición de un país (Hae-mi) que ansiaba caer en los brazos de una mayoría modesta (Lee Jong-su) y acaba en las garras de una minoría adinerada (Ben), implacable y deseosa de saciar sus apetitos más prohibidos a costa de los más débiles e indefensos. El triángulo amoroso queda muy bien definido, pero los personajes huyen del estereotipo que cualquier otro director hubiese impuesto en una película tan ideológicamente política como Burning. Hubiese sido muy fácil empujar al espectador a identificarse con Lee Jong-su, pero se trata de un personaje que, durante la mayor parte del metraje, exhibe un comportamiento pasivo y un complejo de inferioridad respecto al decidido y carismático Ben. No disponemos de buenas o malas acciones para decantarnos por uno u otro en su conquista por «la chica». Lee Chang-dong rechaza el maniqueismo y delega en nuestra conciencia social la inclinación de esa peligrosa balanza.
Por el camino, el director expone la situación de indefensión de la mujer en la sociedad coreana. Al igual que en el resto del planeta, el hombre impone sus exigencias estéticas como si se tratara de un derecho innato a la condición masculina. Otro tipo de esclavitud que se resiste a ser abolida. Como en el resto del film, la idea está apuntada de una manera sutil, como también se expone la situación del paro juvenil o esa tensión entre lo urbano y lo rural a la hora de expresar la lucha de clases.
Estamos ante una obra que no aporta novedades temáticas y emplea el clásico amor a tres bandas para articular su excusa argumental. Sin embargo, Lee Chang-dong basa su impacto en el cómo para dotar de una trascendencia especial al qué. Para ello emplea un casting perfecto, en el que destacan la expresividad de Ah-in Yoo, el encanto de Jong-seo Jeon y la naturalidad de Steve Yeun, así como un estilo visual que hipnotiza por su capacidad de adentrarse en los recovecos del alma humana a través de planos largos y una asombrosa capacidad de observación. En lugar de quemar un tipo de cine en horas bajas, el director de Poesía lo rehabilita y le insufla una nueva vida.
Carlos Fernández Castro