El capitán (Der Hauptmann, 2017): historia de un uniforme
Nota: 6,5
Dirección: Robert Schwentke
Guion: Robert Schwentke
Reparto: Max Hubacher, Milan Peschel, Frederick Lau, Bernd Hölscher, Waldemar Kobus, Alexander Fehling, Samuel Finzi
Fotografía: Florian Ballhaus
Duración: 118 Min.
El Capitán, la biografía infame del soldado Willi Herold (excelente Max Hubacher) es, ante todo, la historia de un uniforme. Nada de lo que sucede hubiera acontecido si Herold no hubiera encontrado, por un lance del destino, la vestimenta de capitán de las SS. Ese hallazgo, central en la larga obertura del filme y verdadero punto de partida del mismo, lo cambia todo. Tal vez por ello, Robert Schwenke opta por imprimir las letras del título de su nueva película sobre el traje vacío: él es el verdadero protagonista. La sobria actuación de Hubacher, de una keatoniana austeridad gestual, parece querer reforzar esta preferencia, a la vez que enmarca el carácter de su personaje. El Willi Herold al que da vida no es más que un hombre que se dejó llevar, que vendió su individualidad al sistema, su personalidad al régimen, su juicio a las reglas del momento. Un hombre sin atributos que, por ello, rara vez actúa él mismo. Solo un disparo de los infinitos que atraviesan el filme sale de su revólver. Un disparo decisivo, eso sí, que hace añicos su propia dignidad. El resto son consecuencia de la maquinaria del Tercer Reich, que, aún al borde del colapso, funcionaba con una macabra precisión. El soldado Herold, perfecto burócrata nazi (como subraya la escena del juicio), sencillamente deja hacer. Se coloca en un segundo plano y observa, divertido, el espectáculo del mal, extrayendo de él un parasitario beneficio.
No se le deben negar a El Capitán los valores propios que hacen de ella una película, cuanto menos, interesante. La cinta consigue crear una atmósfera de exageración, de grotesca caricatura, que refuerza su discurso en torno al poder y la abolición de lo humano como orígenes del nihilismo. La música estridente, la violencia nauseabunda, las imágenes ralentizadas de cuerpos y risas descarnados -todo contribuye a la generación de un malestar como de pesadilla en el espectador, que hace de El Capitán una película incómoda de ver. A ese respecto, el fondo se confunde con las formas, logro que es de reconocer. Lo que no se puede justificar, lo que va más allá de toda pretensión artística y narrativa, es el regocijo en la violencia que presenta la obra de Schwenke. Parece como si el alemán no fuera consciente de que, por momentos, atraviesa la línea roja que separa la crítica de la connivencia, la violencia del sadismo, el arte de la basura.
Y es ahí donde El Capitán hace aguas: no solo porque resulta moralmente repugnante (¿cómo, si no, se puede calificar la escena de la masacre en el campo?) sino, sobre todo, porque su discurso fílmico pierde el equilibrio, y se viene abajo. A pesar de ello, hay un elemento de El Capitán que siempre está en su sitio, una pieza que encaja en todo momento. Freytag. Milan Peschel, de continuo con la mirada entre incrédula y perdida, da vida al particular Sancho Panza del soldado Herold. Freytag es la figura del hombre que, siendo consciente de todo lo que sucede, y renegando internamente de ello, se pliega a los requerimientos sociales, por perversos que sean. Un sujeto que ha perdido toda estima de sí mismo, que se desprecia profundamente. Un arquetipo que, en opinión de Hannah Arendt, será el verdadero artífice del ascenso de los nazis. Una personaje que, a posteriori, se antoja lo más interesante y actual, el tesoro escondido de un film que se debate entre la gloria y el barro.
Rubén de la Prida Caballero