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El taller de escritura (L’atelier, 2017)

El-taller-de-escrituraNota: 8

Dirección: Laurent Cantet

Guión: Robin Campillo, Laurent Cantet

Reparto: Marina Foïs, Matthieu Lucci, Florian Beaujean, Mamadou Doumbia, Mélissa Guilbert

Fotografía: Pierre Milon

Duración: 114 Min.

Pulso, sabiduría cinematográfica y compromiso social podían definir la trayectoria de alguien tan estimable como Laurent Cantet que, con solo media docena de largometrajes, tiene ya un nombre entre los cineastas actuales. Me bastará citar La clase y Regreso a Ítaca para que el lector esté de acuerdo en apreciar la personalidad de este director y la necesidad de su cine; al igual que sucede con el mejor Fernando León de Aranoa (Familia, Los lunes al sol, Un día perfecto), con quien tiene mucho en común, particularmente esos guiones muy trabajados donde, sin embargo, se da juego al toque espontáneo que refuerza la verosimilitud de lo que se cuenta.

Tras la espléndida La clase y la para mí fallida Foxfire, Cantet vuelve a ocuparse de adolescentes y jóvenes desnortados en El taller de escritura, donde convergen tipos representativos de la Francia multicultural en una actividad que, a la postre, servirá para reencantar sus vidas. El marco –La Ciotat- es un espacio donde fue desmantelada la industria de los astilleros, probablemente por la competencia de otros países, pero también por la presión inmobiliaria que ambiciona esos terrenos de costa para urbanizaciones y muy rentables instalaciones turísticas. Jóvenes sin empleo, con riesgo de exclusión social, acuden sin demasiadas ganas a un taller de escritura impartido por una mujer de mediana edad muy entregada; el más taciturno, Antoine, es un tipo solitario, con escasas relaciones familiares, que se ve tentado por el discurso de la extrema derecha.

« L'Atelier » de Laurent Cantet

Se trata de jóvenes que, en palabras del propio director: “Deben encontrar un lugar en un mundo que no les tiene en cuenta, sienten que no controlan lo que pasa a su alrededor, ni siquiera su vida. Están frente a una sociedad violenta, desgarrada por apuestas sociales y políticas de lo más inquietante: precariedad, terrorismo, ascenso de la extrema derecha.” El desarrollo narrativo se centra en la figura de Antoine, de escaso atractivo como personaje por su indolencia, grisura y rasgos débiles. Sin amigos ni relaciones sentimentales, parece que su vida se limita a los videojuegos y a los baños con ejercicio físico que reflejan cierto narcisismo. Esa falta de rasgos definidos hacen más creíble a un tipo que, en su aburrimiento, es presa fácil del nacionalismo xenófobo, o la peligrosa opción de alistarse en fuerzas especiales del Ejército. Afortunadamente, al final, Antoine escribe en el taller un cuento bien distinto al complaciente con la violencia que leyó al principio y que rechazaron sus compañeros.

El director elige muy inteligentemente el marco del taller de escritura. Es un grupo pequeño y diverso (en género, religión, identidad étnica, intereses…) que permite la interacción inmediata; son personas rechazadas por el sistema escolar y carentes del dominio lingüístico que, a la postre, abre posibilidades y otorga poder en nuestra sociedad. Suscitar en ellos la posibilidad de escribir una historia –novela negra, dado el punto de partida de un asesinato- supone invitarles a desarrollar la imaginación y el juego, lo que servirá como motivación esencial en personas más bien aburridas. Además, la contextualización en el marco real de la ciudad donde viven les sirve para conocer las luchas de generaciones anteriores y hasta para valorar las trayectorias de los familiares, como sucede en el caso de la chica de origen magrebí.

El taller de escritura es una película de renuncias: a tipos más definidos, secuencias de violencia, discursos ideológicos, relaciones sentimentales… en fin, a dramatizaciones al uso, lo que tiene el peligro de que parezca una película anodina o de un tono menor que le lleve a pasar desapercibida. Creo, por el contrario, que esas renuncias son las que permiten un espectador inteligente que vea en Antoine a muchos jóvenes “normales” y en la acción de acompañamiento del taller la mínima, pero decisiva, intervención que permite un nuevo rumbo a su vida, explicitado por el desenlace. Cantet acierta en el diagnóstico de esos jóvenes “ninis” al señalar el vértigo del fundamentalismo y la necesidad de elevar la autoestima: toda una lección de vida.

José Luis Sánchez Noriega

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