Old Joy (2006): no es felicidad todo lo que reluce
Nota: 9
Dirección: Kelly Reichardt
Guión: Kelly Reichardt
Reparto: Will Oldham, Daniel London, Tanya Smith
Fotografía: Peter Sillen
Duración: 76 Min.
Habitualmente, el cine muestra el mundo viril a través de la mirada de un hombre. Por lo general, esta perspectiva elude determinados aspectos que nunca pasarían desapercibidos a los ojos de una mujer. Así lo demuestra Kelly Reichardt en Old Joy, tal vez uno de los retratos masculinos más sensibles que se hayan visto en los últimos tiempos en una pantalla de cine. Y no es que la película aborde temas especialmente originales, pero sí lo hace desde una sencillez que evita cualquier distracción respecto al objetivo de la narración: analizar la relación de amistad y confrontar las trayectorias vitales de dos personajes que vuelven a cruzar sus caminos tras varios años de desconexión.
Como en tantas otras películas, a lo largo de los setenta y cinco minutos de Old Joy no sucede nada realmente relevante en términos de acción argumental. Un viaje en coche sin incidencias, una cena al calor de una hoguera, una acampada en mitad de ninguna parte y un baño en las aguas termales que han motivado la escapada de estos viejos camaradas. Sin embargo, asistimos a un striptease emocional en el que los personajes se van desprendiendo progresivamente de todo aquello que, en un principio, impide apreciar su verdadero estado vital. Al concluir el film, nada ha cambiado en Kurt y Mark, pero sí en la mirada del espectador, que ya es capaz de ver más allá de la imagen que cada uno vende de si mismo.
Es en estos detalles donde descubrimos la portentosa escritura de Reichardt, basada en el minimalismo narrativo y en la construcción de personajes de carne y hueso que habitan un contexto eminentemente realista. Mediante el planteamiento y posterior desarrollo de Old Joy, la americana nos invita a realizar un viaje emocional de una sola dirección y dos sentidos. De alguna manera, la reunión permite que Mark aprenda a valorar su vida en pareja, los encantos de la rutina y el embarazo de su mujer, del mismo modo que le ayuda a desenmascarar a Kurt, quien bajo la apariencia de un espíritu libre esconde su angustia existencial y su esclavitud a la soledad.
Si en la primera mitad Reichardt propone una lectura superficial de sus personajes, con el transcurso de los minutos el realismo se va apoderando de la situación hasta dar la vuelta a nuestras primeras impresiones de una manera tan progresiva como sutil. Parece como si la directora propusiera una reconexión con la naturaleza para limpiar las mentes de los protagonistas y forzarles a escuchar el sonido de esos pensamientos silenciados por el ruido de la civilización. A través de la radio, identificamos la salida y el posterior regreso a la realidad. Entre medias nos adentramos en el corazón del relato mediante unas transiciones que confirman a su directora como una de las paisajistas más auténticas del cine americano.
Una vez que Mark y Kurt llegan al destino de su escapada, alcanzamos el clímax del film: ambos se desnudan por completo (tanto física como espiritualmente) y dejan al descubierto su verdadero yo. En un atipico monólogo, Will Oldham hace gala de su arrebatador magnetismo (comprobar en A Ghost Story) y pone las cartas sobre la mesa, dando lugar a una situación de suspense emocional en la que Reichardt pone a prueba la sensibilidad masculina en el terreno de la amistad y conecta con el espectador mediante un piel con piel que jamás olvidará. Y entonces comprendemos por qué las penas no son más que alegrías agotadas.
Carlos Fernández Castro
Que hermosas palabras para tan maravillosa pelicula.