Cantábrico (2017): los dominios del oso pardo
Nota: 8,5
Dirección: Joaquin Gutiérrez Acha
Guión: Joaquin Gutiérrez Acha
Reparto: Documental
Fotografía: Joaquin Gutiérrez Acha
Duración: 101 Min.
No es extraño que, de cuando en cuando, algún respetable director reconozca que el secreto de su arte reside en saber dejarse llevar por la propia película según avanza el rodaje. Son minoría los realizadores que, teniendo el control absoluto sobre cada detalle de la gestación de un film e imponiendo a la realidad la imagen de la película que anida en sus cabezas, han sido capaces de aportar obras realmente notables al séptimo arte. Quienes han trabajado con tales perfeccionistas (Hitchock o Kubrick, por ejemplo) admiten a menudo que se trata de una labor casi insufrible: el imperativo constante por parte de aquellos requiere del resto del equipo altas dosis de paciencia.
Una virtud que Joaquín Gutiérrez Acha, el autor (léase: director, director de fotografía, guionista) de Cantábrico, parece tener en abundancia. Él no impone nada. Todo le viene dado por la naturaleza: el diseño de producción y los ruidos de la banda sonora; los intérpretes, cada uno siguiendo su propio guion; la iluminación y el argumento. Su trabajo consiste en esperar, sereno, el momento adecuado. Poner la cámara en el lugar en el que va a suceder algo de excepcional cotidianeidad, acaso moverla siguiendo el ritmo de tal suceso. Escoger la lente correcta, la profundidad de campo conveniente. Y luego, en el proceso de posproducción, acompañado de su montador Iván Aledo, escoger las tomas adecuadas, jugar con los tiempos y hacer de todo ello un mosaico digno de admiración. Una decisión tras otra, de entre una infinidad de posibilidades. En su caso se hace especialmente evidente que el arte de hacer cine es el arte de elegir.
A través de un paseo por las cuatro estaciones, con el entorno natural de la cordillera Cantábrica (mar, ríos, bosques y montes) como escenario, Gutiérrez Acha nos cuenta, apoyado en la grave voz de Luis Ignacio González y en la excelente música de Santi Vega, un sinfín de historias. Y es que todos los géneros del cine tienen cabida en la naturaleza. Las coreografías de los rebecos o el baile del armiño resultan dignos del mejor de los musicales clásicos. Pocas películas bélicas pueden ofrecer la escena de una emboscada mejor que la que los astutos lobos le tienden a un majestuoso ciervo. También los urogallos y las arañas, con su particular ritual de cortejo, ofrecen una muestra de singular cine erótico. Y nunca John Wayne mostró, en ninguno de sus wésterns, la chulería y el aplomo del sapo en su duelo con la serpiente. ¿Y la comedia? También hay de eso en la naturaleza, y a los osos, parece, les dio por ahí.
Además de su indudable valor estético y didáctico, la cinta de Gutiérrez Acha hace evidentes dos realidades. Una, que la naturaleza se empeña en ser bella, en permanecer eternamente hermosa y fascinante. Y dos, que tiene sus tiempos. Sigue su ritmo, el de siempre, marcado por los días y las noches, por las estaciones del año, por el ciclo de la vida. Un devenir carente del estrés inmanente a la sociedad industrializada en la que estamos inmersos. Desde esta perspectiva, Cantábrico es una película para descansar no solo la mirada, sino el alma. Un documental que sugiere cuán importante es para el ser humano (acaso hoy más que nunca) volver sus ojos a aquello que no es la obra de sus manos, y que le recuerda, a un tiempo, su pequeñez y su grandeza.
Rubén de la Prida