El día más feliz en la vida de Olli Mäki (Hymyilevä mies) (2016)
Nota: 9
Dirección: Juho Kuosmanen
Guión: Mikko Myllylahti
Reparto: Jarkko Lahti, Eero Milonoff, Oona Airola, Joonas Saartamo, Olli Mäki, Mika Melender
Fotografía: Jani-Petteri Passi
Duración: 92 Min.
Vivimos tiempos extraños. Nos encontramos inmersos en la sociedad de la eficiencia. Un lugar en el que las personas son lo que valen, o más perverso aún, lo que pueden demostrar que valen. Ya sea en el mercado laboral o al buscar una nueva pareja. A menudo, incluso en el propio entorno familiar el individuo se encuentra hoy bajo la continua presión de tenerse que hacer valer en cualquier momento, para todo, so pena de causar a su alrededor una ola de negación y desencanto, como amargo preludio de un a veces insoportable ostracismo.
No sorprende, como apuntaba Carlos Fernández en su crítica de La La Land. La ciudad de las estrellas (La La Land, Damian Chazelle, EE. UU., 2016) en Bandeja de Plata, que surjan en estos tiempos películas como este musical. Las necesitamos. Totalmente de acuerdo. El momento se antoja hostil. Más necesarias aún, sin embargo, son películas que no nos trasladen a ficticios mundos de colorines, generando una ilusión pasajera a fin de olvidar cualesquiera sinsabores que nos aflijan. No debería usarse del cine como de una droga blanda. Más necesarias son, por tanto, películas como la reciente Paterson (Jim Jarmusch, EE. UU., 2016), que más que transportarnos a un bello cuento de hadas nos recuerden con mayor contundencia, por más ciertas, qué es aquello en lo que nos podemos apoyar en la cotidiana existencia, para saltarnos las exigencias de ese guion social que se nos impone, y dar alguna bocanada de aquello que nos hace humanos: acogida, cariño, esperanza. El día más feliz en la vida de Olli Maki se inserta de lleno en esta última categoría.
Es tal el prodigio que supone la cinta que nos ocupa que no se sabe muy bien por dónde se debe empezar a hablar de ella. Quizá lo que más sorprende sea la capacidad de su director, Juho Kuosmamen, para narrar con imágenes. Esto, que en un arte como el cine parecería deber darse por supuesto, es, sin embargo, un bien escaso. La imagen en el cine sirve a menudo como un ejercicio de artificio al servicio del espectáculo. O como apoyo de un guion más o menos bueno; las muletas para que una historia pueda andar. O como recreación estética. Pero los verdaderos narradores visuales, que cuentan una historia plano a plano como la cuenta el novelista línea a línea, resultan escasos. Es por ello que produce un inmenso placer toparse con uno de ellos.
La opción del realizador finlandés por una austera puesta en escena, carente de todo artificio, realza la naturalidad y el equilibrio de una historia que desborda humanidad en cada uno de sus planos. Aparte del dominio de la gramática visual, hasta la poesía, de Kuosmamen, sobresalen dos elementos clave. El primero, las interpretaciones de Jarkko Lahti y Oona Airola. Dos actores que inundan la pantalla de continuo, sobre todo ella, que es tan buena actriz que parece que se limita a estar en el plano, a no hacer aparentemente nada aparte de ser ella misma. El otro, el tratamiento de la luz, tanto directa como, sobre todo, indirecta, que inunda todo el film. Quién iba a pensar que una película finlandesa podía ser tan extraordinariamente luminosa. Luminosa también en el sentido de que, en una de las más negras ediciones del festival de Cannes, en que el jurado se olvidó de algunas memorables obras (¡!Toni Erdmann!!) resplandece especialmente su elección para el galardón de la categoría Un certain regard.
La película consigue mantener, hasta el último plano, la incertidumbre de su título en castellano. Durante sus casi dos horas de metraje es ineludible la cuestión de cuál será el día más feliz en la vida de Olli Maki. ¿Y por qué? Parece que la última escena del film nos da la clave de ello: por una vez, son los títulos de crédito los que lo desvelan, cuando leemos los nombres de quienes interpretan a la pareja de ancianos que camina junto al mar en dicha escena. Y, quizá, conmovidos, abandonamos la sala habiendo sido testigos de un elogio de la vida normal, sencilla, feliz. Una vida en la que el valor de una persona está infinitamente más allá de sus logros, de sus méritos. Una vida que, aun en medio de este mundo desquiciado, sigue existiendo.
Rubén de la Prida