Paterson (2016), poesía al alcance de la mano
Nota: 9
Dirección: Jim Jarmusch
Guión: Jim Jarmusch
Reparto: Adam Driver, Golshifteh Farahani, Kara Hayward, Sterling Jerkins, Luis da Silva Jr
Fotografía: Frederick Elmes
Duración: 113 Min.
Al igual que la poesía tiene el poder de convertir lo terrenal en lírico, el cine de Jim Jarmusch es capaz de transformar el argumento más rutinario en una de las propuestas mas excitantes del año. Bajo un aspecto de narración bonachona, ligera y bienintencionada Paterson esconde una serie de reflexiones que combinan simultáneamente terror y esperanza, tedio y novedad, resignación e ilusión, blanco y negro. Y todo al mismo tiempo, renunciando a la unidimensionalidad de las narraciones convencionales.
Todas estas contradicciones vienen dadas por el diálogo interno del film y por el que se establece entre la gran pantalla y el patio de butacas. De esta manera, conviven en el espectador un punto de vista propio y el de los personajes. Paterson se convierte en un viaje de ida y vuelta en el que la monotonía y la celebración moderada de la rutina intercambian constantemente sus roles de destino y punto de partida. Y a través de esta alternancia, Jim Jarmusch cuestiona la connotación negativa que nuestra sociedad asigna a estas palabras meramente descriptivas.
A lo largo del metraje, asistimos a una semana como otra cualquiera en la vida de Paterson. Desde la distancia, sería difícil distinguir el lunes del miércoles o el martes del jueves, pero Jarmusch corrige ese posible error de apreciación en el diseño narrativo de cada uno de esos siete días que dividen la estructura narrativa del film. Podríamos decir que el americano alterna la repetición con las delicadas dinámicas que amenizan la rutina del protagonista. Cada mañana Paterson y su mujer amanecen abrazados entre las sábanas de la cama. Suena la alarma y él se levanta para desayunar, mientras que ella sigue durmiendo (o no). Sin embargo, cada despertar es diferente del anterior (posturas, diálogos, reacciones) y revela peculiaridades de su relación, así como cada porción de su jornada laboral muestra una faceta de la personalidad de este conductor de autobús en un pueblo llamado Paterson.
A través de una serie de decisiones, Jarmusch estrecha las fronteras conceptuales y geográficas de su universo: desde la elección del mismo nombre para su protagonista y el lugar donde vive, hasta las peculiaridades de este encantador/aburrido enclave, delimitado por una catarata que bien podría representar una suerte de finis terrae. Asimismo, encorseta en una semana el espacio temporal de su narración, de manera que prevemos su estructura desde las primeras secuencias del film. Tampoco encontramos sobresaltos en la jornada laboral y en la vida personal de Paterson, siempre conformes a un esquema inamovible: despertar/trabajo/comida/ trabajo/casa/bar/ despertar…
Es entonces cuando adivinamos en el cineasta americano al músico que compone una melodía y encuentra en los rincones de sus notas la posibilidad de variaciones constantes y casi inapreciables, que permiten su crecimiento más allá de la composición original. Siguiendo esta fórmula, la cámara de Jarmusch se detiene en la mirada de sus personajes, en las letras que adornan una caja de cerillas, en la conversación de dos pasajeros cualquiera en un trayecto de autobús. En manos de Jarmusch, el tiempo nos invita a convertirnos en seres permeables a la normalidad del día a día y a encontrar poesía en aquello que nos rodea y solemos ignorar. En definitiva, aprendemos a ver a través de los ojos de Paterson y a identificar los motivos que podrían inspirar sus poemas.
Por esa misma razón, no es casualidad que el personaje interpretado por Adam Driver, poeta vocacional de lo ordinario, carezca de un teléfono móvil. Circunstancia que permite la permanente predisposición de sus sentidos a interactuar con el mundo real. Insospechadamente, ese personaje que parece condenado a un itinerario vital tan previsible como carente de emoción, es a su vez alguien que encuentra en la rutina un universo de posibilidades que muchos no son capaces de apreciar. Podríamos afirmar que tanto el Paterson persona como el Paterson pueblo se asemejan a esos cuadros impresionistas de Monet o Degas que irradian sencillez en la lejanía y revelan una fascinante complejidad en las distancias cortas.
Pero no todo es idílico en una película que acepta un amplio rango de enfoques y es proclive a la ambigüedad. Entre otras cuestiones, intriga la manera en la que Jarmusch compone un personaje femenino (la mujer del protagonista) que, a pesar de ser la parte más creativa de la pareja, la más interesante y la única en monetizar sus inquietudes, apenas abandona los interiores del hogar familiar y carece de vida social. Es posible que Jarmusch haya aprovechado la ocasión para criticar el american way of life a través de Laura (Golshifteh Farahani) o que simplemente haya escogido al miembro más anodino de la pareja como su gran reto narrativo, como esa melodía monótona que solo alcanza el Nirvana cuando es moldeada por las variaciones adecuadas.
Carlos Fernández Castro