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Tarde para la ira (2016)

poster-de-tarde-para-la-iraNota: 8,5

Dirección: Raúl Arévalo

Guión: Raúl Arévalo, David Pulido

Reparto: Antonio de la Torre, Luis Callejo, Ruth Díaz, Manolo Solo, Alicia Rubio, Raúl Jiménez, Font García

Fotografía: Arnau Valls Colomer

Duración: 92 Min.

Desde los albores del séptimo arte, la venganza ha sido uno de esos temas que siempre han atraído a todo tipo de espectador. Ya sea servida en plato frío o caliente, el ser humano tiende invariablemente a solidarizarse con quien ha sufrido un daño irreparable y decide tomarse la justicia por su propia mano: Beatrix Kiddo en Kill Bill, Walker en A quemarropa, Dae-shu en Oldboy, Michelle Leblanc en Elle… Por esta misma razón, resulta tan gratificante encontrar una obra que enfoca un tópico tan manido con semejante frescura.

Y es qué Tarde para la ira evita los estereotipos desde la estructura de su guión hasta la construcción de sus personajes. Cual prestidigitador, Raúl Arévalo nos empuja a un estado de confusión temporal durante los primeros minutos del film: el vibrante arranque de su ópera prima (espléndido plano-secuencia de compleja ejecución) desemboca en una media hora aparentemente inconexa, que irá cobrando sentido y recuperando la garra inicial a medida que avance la narración. Y durante este falso desconcierto, el madrileño mantiene la atención del espectador mediante la presentación de una serie de situaciones inquietantes y un puñado de seres misteriosos dispuestos a ser descifrados.

A partir del momento en el que la película expone sus cartas sobre la mesa, las piezas del puzzle empiezan a encajar; casi siempre con una naturalidad admirable, en ocasiones dejando al descubierto unos artificios de guión que son amortiguados (aunque no silenciados) por la dirección tensa y confiada de Arévalo. Su cámara, portadora de un nervio contagioso y al hombro durante gran parte del metraje, apuesta por el realismo y la continuidad al renunciar, en muchas ocasiones, al corte en favor del movimiento o de una observación pacientemente excitada.

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Asimismo, su escritura sorprende por la alternancia de las diferentes líneas argumentales (complementarias entre sí) y el empleo de ingeniosas elipsis que hacen gala de una sorprendente economía narrativa. Mención aparte merece la evolución que presentan sus protagonistas, dos individuos que parten de arquetipos más o menos tópicos y terminan repeliendo cualquier tipo de etiquetación. En cierto modo, es aquí donde radica parte de la tensión argumental: sus roles iniciales se diluyen e intercambian ante lo extraordinario de la situación y eso les convierte en seres imprevisibles.

Por el camino, Arévalo plantea una serie de cuestiones morales: ¿es lícita la venganza? En caso afirmativo: ¿y si ha transcurrido el tiempo necesario para que el culpable del acto a vengar se haya reformado? Pero más allá de estas cuestiones subyace una serie de preguntas acerca de la ineficiencia de la justicia y de los resortes que transforman a un hombre normal y corriente en una máquina de matar. Observando el comportamiento del personaje interpretado por Antonio de la Torre, recordamos el Dustin Hoffman de Perros de paja, que acaba recurriendo a la violencia al no encontrar una alternativa pacífica para castigar las atrocidades de sus contrincantes.

No parece casual el eco de Peckinpah en las imágenes (sobre todo en las violentas) y en los conceptos desarrollados por Tarde para la ira. Probablemente la clave de este sorprendente debut radique en el cine digerido por Raúl Arévalo quien, de la noche a la mañana, se ha convertido en una de las grandes esperanzas del cine español. Aun exhibiendo las referencias citadas al director de Grupo salvaje y las influencias tarantinianas en la estructura narrativa o en las camisetas manchadas de sangre (Pulp Fiction) de sus dos protagonistas, este novato ha logrado patentar un nuevo thriller español que demuestra una entidad propia sin mirar de reojo cinematografías ajenas.

Carlos Fernández Castro

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