Ha vuelto (Er ist wieder da) (2015)
Nota: 8,5
Dirección: David Wnendt
Guión: David Wendt (Novela: Timur Wermes)
Reparto: Oliver Masucci, Fabian Busch, Christoph Maria Herbst, Katja Riemann, Franziska Wulf
Fotografia: Hanno Lentz
Duración: 116 Min.
«Antiguamente ‘quedar hecho polvo’ solía significar pasar un fin de semana en Auschwitz».
Es una tranquila tarde en una esquina cualquiera de Berlín. Entre risas de niños y conversaciones despreocupadas una extraña silueta observa la actividad que se desarrolla a su alrededor. Su ropa polvorienta, como recién salida de entre los escombros, y su mirada interrogante comienzan a llamar la atención de los transeúntes. Un rostro familiar, demasiado terrorífico para ser real, vuelve a caminar entre los alemanes. Adolf Hitler ha vuelto.
Así es Ha vuelto (Er ist wieder da, David Wnendt, 2015), demasiado terrorífica para ser real, pero demasiado real como para ignorarla. Wnendt coloca a Hitler en la Alemania moderna de la misma forma en la que veíamos a Tom Dugan caracterizado como el Führer mientras asombraba a los polacos de Ser o no ser (To be or not to be, Ernst Lubitsch, 1942): en la primera lo encontramos en una época a la que no pertenece, en la segunda en un sitio en el que no debería estar, pero sobre ambas se cierne la sombra de lo inevitable.
¿Cómo ven los alemanes de hoy en día la figura de Hitler? ¿Sigue teniendo cabida su ideología en la sociedad actual? ¿Cómo interpreta uno de los mayores asesinos de la historia la realidad de un futuro que le es totalmente ajeno? Estas son algunas de las preguntas que ocupan las casi dos horas de metraje de una película cuyas respuestas resultarán tan desagradables como necesarias. La presencia de Hitler, innegablemente carismática e ineludible, no tarda en hacer temblar los cimientos de la Alemania contemporánea. Considerado como un cómico de gran talento, los medios de comunicación utilizarán pronto la controversia de su «humor» para su propio interés. Estamos pues ante una suerte de mezcla entre Network (Sidney Lumet, 1976) y la solución final, en la que los paralelismos con la cinta de Lumet son visuales además de temáticos.
En su afán por enriquecer sus índices de audiencia, una cadena de TV dará a Hitler un espacio en prime time, una oportunidad que el propio Adolf utilizará para hacer patente la crítica a los medios que Wnendt nos expone en su filme. ¿Cómo puede una cultura poseer tan vasta tecnología y emplearla para ver programas de cocina y vídeos de gatitos?, se pregunta el Führer. Y con razón. Esta es la gran fascinación que produce la cinta: mucho de lo que dice Hitler provoca en el espectador (el de dentro de la película y el de fuera) un sentimiento de complicidad. Y no es, evidentemente, que Hitler tuviera razón, sino que experimentamos con incredulidad que la forma en la que planteó su discurso (histórica y ficcionalmente) resulta al mismo tiempo tan aparentemente inocente como sincera con sus intenciones. Así, entendemos no solo por qué la aparición del nazismo fue un éxito en los años 30, sino, y aun más importante, que podría perfectamente volver a repetirse a día de hoy.
Se encuentra en esta situación la gran paradoja del protagonista: aun conociendo el horror de su discurso resulta inevitable encariñarse con él. Asistimos expectantes ante sus disertaciones, reímos con gusto sus chistes y observamos casi con afecto su incómoda adaptación a nuestra época, un proceso sobre el que se construye gran parte del largometraje. Este sentimiento de cercanía con Hitler se ve subrayado por un acertadísimo estilo de falso documental que además nos encara con una dura realidad: el nazismo no es cosa del pasado. O por lo menos no lo es en tanto en cuanto sus ideales y su esencia. El formato documental, que la narrativa abandona por momentos pero que siempre se mantiene en la realización, deja muchas dudas sobre la realidad de algunas de las situaciones que nos plantea. Encontramos testimonios y conversaciones que mantiene Hitler con los transeúntes de cuya ficcionalidad realmente dudamos, pues no sabemos si son individuos reales que el equipo de rodaje iba entrevistando por la calle o sencillamente están guionizados.
Este juego entre realidad y ficción va cobrando mucha más relevancia conforme va avanzando la película, pues Wnendt nos plantea un maravilloso desarrollo autorreferencial entre el libro en el que se basa el filme (que actúa a modo de un segundo Mein Kampf), la propia película y una segunda película dentro de la cinta. Un supuesto tan absurdo como es el de que Hitler vuelva a la vida no es sino una excusa para realizar un intenso análisis político-social de la realidad alemana, disfrazándolo de un divertimento absolutamente satisfactorio; de la misma manera que Hitler se sirve del cine, la literatura y la televisión para cubrir de comedia y entretenimiento su discurso de odio. De esta forma Wnendt y Hitler van de la mano durante todo el largometraje, utilizando el humor para proyectar sus mensajes.
Y es aquí donde reside la posible controversia, que se hace patente dentro de la misma cinta: ¿dónde establecemos los límites del humor?, ¿es ético reírse de una tragedia de tal magnitud? La respuesta es sí. Sí, siempre y cuando seamos conscientes de que la ironía implícita constituye un rechazo y no una burla. Una desgarradora escena, en la que se narra el encuentro entre Hitler y una anciana judía, se encarga de poner sobre la mesa las cartas del director. Ha vuelto no es en absoluto una comedia, Ha vuelto es terror. Puro terror. Desde su trasfondo más evidente hasta su sobrecogedor desenlace. Nada da más miedo que la realidad, y la realidad es que Hitler nunca se fue porque, como él mismo afirma, forma parte de cada uno de nosotros. Absolutamente imprescindible.
Mateo Sánchez