45 Años (45 Years) (2015)
Nota: 9,5
Dirección: Andrew Haigh
Guión: Andrew Haigh (Relato: David Constantine)
Reparto: Charlotte Rampling, Tom Courtenay, Geraldine James, Dolly Wells, David Sibley
Fotografía: Lol Crawley
Duración: 93 Min.
La mañana del mismo día que vi ‘45 Años‘ sentí el extraño impulso de volver a reproducir en mi DVD el último suspiro cinematográfico de John Huston: ‘Dublineses‘. Quien haya visto las dos películas, comprenderá enseguida el porqué de esta confesión, y a quien no, le aconsejo la experiencia vehementemente. Era el día oportuno y el orden idóneo; incluso podríamos decir que la primera preparó mi estado de ánimo para afrontar el impacto emocional que provoca el visionado del segundo trabajo de Andrew Haigh.
¿Y por qué este primer párrafo? Sin tener constancia de ello, me atrevería a afirmar que, consciente o inconscientemente, el matrimonio formado por Anjelica Huston y Donald MacCann en la película de 1987 podría haber servido de inspiración al director británico a la hora de concebir la premisa con que arranca el argumento de ’45 Años’: la misma semana en la que los Mercer celebran su cuadragésimo quinto aniversario de matrimonio, reciben una carta en la que el gobierno suizo informa a Geoff del descubrimiento del cadáver de una antigua novia de juventud, que murió durante una excursión que ambos realizaron a las montañas helvéticas antes de conocer a su actual esposa.
Al igual que en el último cuarto de hora de ‘Dublineses’, la evocación de un amor pasado despierta unos sentimientos que habían quedado sepultados por el tiempo y (quizás no en igual medida) el olvido. De repente, Kate Mercer se encuentra luchando contra un fantasma que hace tambalear los cimientos de una relación sólida y satisfactoria. Pero mientras que en la película de Huston las consecuencias de ese recuerdo son inciertas y no monopolizan la narración, en ’45 Años’ somos testigos del impacto que pueden llegar a causar.
La premisa del film se revela tan estimulante como difícil de desarrollar. Por esa misma razón, destaca la habilidad con la que Andrew Haigh planifica la evolución dramática de la relación entre un marido atrapado por el recuerdo de un pasado trágico y una mujer que repentinamente se encuentra en el epicentro de un terremoto emocional. Haciendo gala de una excepcional sutileza, el guión marca varios puntos de inflexión que elevan, de una manera casi imperceptible, la tensión emocional de una secuencia a la siguiente, hasta desembocar en un callejón sin salida que se antojaría impensable en los primeros minutos de metraje.
También es digna de admiración la manera en la que Haigh intercambia la posición de los personajes respecto al conflicto en el que viven inmersos: mientras Kate parte de la comprensión (entiende el impacto de la carta en su marido) y termina en el dolor (acaba descubriendo detalles que lo cambian todo para ella), Geoff parte del dolor para desembocar en la comprensión. Una vez que ambos recorren ese mismo camino en direcciones opuestas, el espectador descubre la diferencia entre las cicatrices que han marcado a uno y otro, y la insignificancia del punto de partida y el destino frente a la posible trascendencia de los obstáculos que jalonan dicho recorrido.
¿Qué incidencia puede llegar a tener un suceso del pasado en nuestra vida posterior, o en las decisiones que tomemos a partir de ese momento? Quizás ninguna, o tal vez las suficientes para condicionar el resto de nuestros días. En noventa minutos, asistimos a un fenómeno extraño en la cinematografía actual: un torrente de emociones conquistan al espectador mediante una emboscada perfecta; unas veces a través del rostro de una actriz en estado de gracia, otras veces merced a la enorme sensibilidad del guión y la dirección de un autor especializado en los mecanismos secretos del corazón. No ofrezcáis resistencia; nunca os podréis deshacer de su plano final.
Carlos Fernández Castro