Yo vengo aquí a hablar del libro: Las Brujas de Eastwick (The Witches of Eastwick)
El objetivo de estas líneas es comparar, de forma muy resumida, las películas con los libros en los que se basan. El cine ha bebido de la literatura desde siempre y puede resultar interesante ver cuáles son las similitudes y diferencias entre las dos representaciones de una misma obra: veremos finales que se cambian, cómo algunos personajes desaparecen, aparecen o se retocan, los giros en la trama para que teóricamente ésta resulte más interesante en pantalla, qué se corta, qué se alarga y qué se añade, etc. Para ello tendremos a veces que contar detalles que es mejor no desvelar a aquellos que no han visto la película o leído el libro pero bueno, ya estáis avisados…
En 1984 John Updike escribió una imaginativa novela sobre tres brujas de Nueva Inglaterra a finales de los años 60. Parte de la crítica la considera un trabajo menor del autor de la serie del Señor Conejo, pero es una de sus obras más conocidas desde el estreno de la película dirigida por George Miller en 1987. Muchos han querido leer en ella un alegato feminista mientras que otros opinan todo lo contrario. Sea como fuere, la adaptación de Miller, estrenada tan sólo tres años después de la publicación del libro, se queda en la superficie prescindiendo de matices importantes. Es cierto que hace un intento por conservar el humor travieso de Updike pero, aparte de no estar a la altura en los momentos dramáticos , obvia la complejidad de la trama hasta el punto de cambiar completamente la sensación que nos deja la obra original. En este sentido, la película tiene un tono que me recuerda bastante a “La muerte os sienta tan bien” mientras que el libro deja un poso bastante más amargo.
Como hemos adelantado, Miller ignora el drama en la obra de Updike y se centra en las travesuras de las brujas y su escandalosa relación con su nuevo vecino Darryl Van Horne (Jack Nicholson). El director se limita a conjuros amables y a relaciones que no traen consecuencias indeseables salvo para el propio Darryl que, a fin de cuentas, es el diablo. Las brujas de Updike y de Miller se atreven a aliarse con él en contra del aburrimiento y la monotonía de la vida en Eastwick. Pero aquí termina la similitud. La obra original es bastante oscura y cada una de las tres partes en las que se divide – “Aquelarre”, “Maleficio” y “Culpa” – ofrece un preludio inquietante de lo que nos vamos a encontrar. Las travesuras inocentes, como convertir una pelota de tenis en un murciélago o hacer que la puritana de tu vecina escupa plumas cuando habla (y no huesecitos de cereza como en la película), se tornan en “Maleficio” cuando las tres protagonistas provocan la muerte por cáncer a la joven que osa monopolizar a Van Horne casándose con él. El maleficio deriva en «Culpa» y, en última instancia, en la disolución del aquelarre cuando las brujas abandonan Eastwick por caminos separados.
Además, tal y como podemos esperar de una comedia ligera, Miller tampoco alude de la forma en la que lo hace Updike a temas como la homosexualidad (y la sexualidad en general), el suicidio, el adulterio, el abandono de los hijos y la situación política de un país en plena revolución hippie con la guerra de Vietnam de fondo. En relación con el suicidio, por ejemplo, Miller no muestra cómo el amante de una de las brujas se ahorca en el hueco de la escalera tras matar a su mujer salvajemente con el atizador de la chimenea. El suicida (Clyde Gabriel) reacciona de forma tan violenta, no porque su mujer actúe como poseída vomitando histriónicamente (como parece que nos quiere hacer creer Miller) sino porque»quería silencio«. Este es un ejemplo de cómo la película evita la crítica implícita a la institución del matrimonio, definido por el propio Clyde como «dos personas encerradas repitiendo una lección una vez tras otra hasta que las palabras pierden el sentido«.
Tampoco se observa la conexión hábilmente descrita por Updike entre las tres mujeres con la naturaleza, que es verdugo y madre al mismo tiempo. De la misma forma que las brujas actúan como verdugo en el caso de la mujer de Van Horne, también hacen de madre con sus respectivos amantes a los que Updike describe con detalles patéticos pero que consiguen inspirar ternura. En relación a esto último vemos que, en general, el género masculino no sale bien parado en el libro. Las brujas no necesitan a un hombre y, por tanto, no lo invocan. Cada una de ellas ha estado casada en el pasado porque esperaba algo del matrimonio y ninguna ha quedado satisfecha con lo que ha obtenido. Alexandra (Cher) guarda en un tarro sobre la repisa de la cocina el polvillo multicolor en el que se ha convertido su marido ; Jane (Susan Sarandon) tiene a su media naranja colgando del techo como una butifarra y lo utiliza de cuando en cuando para “dar un toque picante a alguna pócima”. El destino del ex marido de Sukie (Michelle Pfeiffer) no es más alentador: tras plastificarlo, sirve de mantelillo individual en el que las visitas dejan en ocasiones la marca de su taza de café . Darryl Van Horne no es una excepción. Al igual que los amantes de las tres protagonistas y, en general, la población masculina de Eastwick, acaba siendo un fraude y se marcha del pueblo tras iniciar una relación amorosa con el hermano de su fallecida (léase asesinada) mujer.
En cambio, y en oposición frontal al libro, Miller comienza su película con el deseo de las tres brujas por un hombre ideal y, además, otorga el papel principal a un hombre: Darryl Van Horne. Jack Nicholson, como es habitual en el caso de este actor, acapara todo el protagonismo de la trama robando a las féminas sus poderes, su capacidad de reacción y su independencia. Además, en un final algo ñoño y totalmente diferente al del libro, es exorcizado por sus tres acólitas dejando un bebé a cada una como recuerdo .
En cuanto a los personajes, encontramos grandes diferencias en la caracterización de las brujas que, como era de esperar, son bastante menos atractivas en la obra original. Pfeiffer encarna a Sukie Rougemont pero en realidad no se parece en nada a ella: Sukie es pelirroja, se alimenta prácticamente de frutos secos y “su gran dentadura” da a su perfil «un aire simiesco«. No solo en rasgos físicos, sino también en personalidad. La Sukie del libro es decidida, extrovertida y en general, con mas carácter que la Sukie de Miller. Sarandon es Jane Smart, a la que Updike describe como bajita, con un leve mostacho, “concentrada como la punta de un lápiz” y con bastante más mala leche que su réplica en la gran pantalla. Cher por su parte, no hace justicia en lo que a físico se refiere a Alexandra, una mujer alta y rubia con varios kilos de más y obsesionada con el cáncer a la que su amante llama cariñosamente “la mia vacca”. El Van Horne de Updike también es menos atractivo que Nicholson : “moreno con un pelo rizado y grasiento que escondía en parte sus orejas de forma que su cabeza, vista de perfil, parecía una taza con un asa extraordinariamente grande” y con “pies increíblemente pequeños” en relación con el resto de su cuerpo. Además, balbucea, se le acumula la saliva en las comisuras de los labios y tiene unas manos peludas que parecen enfundadas en guantes de látex.
Miller, como hemos visto, también cambió por completo el final del libro incorporando una totalmente imaginada última escena en la que las brujas continúan sus vidas en la gran mansión con los niños engendrados por Van Horne. Updike deja ir a cada una de sus protagonistas a un lugar diferente con el hombre de su vida mientras que Van Horne huye del pueblo con su amante tras la muerte de su mujer y el descubrimiento de un escándalo financiero.
Como ocurre en tantas ocasiones, en el caso de “Las Brujas de Eastwick” la versión cinematográfica poda todo lo que sobra para quedarse en un entretenimiento amable para todos los públicos.
Curiosidades:
La acción se sitúa en el pueblecito ficticio de Eastwick en Rhode Island porque, como el propio autor explica en el libro, Rhode Island fue el lugar de exilio de Anne Hutchinson, la famosa puritana expulsada por los primeros colonos de Massachussets Bay por insubordinación. En este sentido podemos ver tanto en el libro como en la película un paralelismo entre pasado y el presente : una vez más, al igual que sucediera en su día con la pequeña colonia religiosa de Massachussets, la mujer (o mujeres) abandonan el pueblo tras perturbar el ambiente hipócrita y acomodado de una sociedad en la que religión y tradición juegan un papel fundamental.
Updike describió Las Brujas de Eastwick como un libro “sobre el poder de las mujeres, un poder que las sociedades patriarcales han denegado siempre”.
En la escena de las serpientes (que no existe en el libro), parece que Cher dijo: “¿Cuál de ellas es Jon Peters?» , refiriéndose a uno de los productores de la película.
Updike continuó las aventuras de las tres brujas en el libro «Las Viudas de Eastwick» publicado en 2008.
Mercedes Cal González
Me encanto tu comparación y crítica, muchas gracias. En definitiva diferente las tramas.